Ruy Pérez Tamayo
La tragedia del libro en México

Recientemente los medios han manejado algunas cifras sobre el libro en México. Una de las más extraordinarias es que en nuestro país 75 millones de personas no leen un solo libro al año. Otra es que en la ciudad de Barcelona, España, hay más librerías que en toda nuestra patria. Una más es que mientras nosotros publicamos unos mil nuevos títulos al año, en España (que tiene la mitad de la población) se publican cinco veces más. Finalmente, los editores mexicanos están cerca de la quiebra no sólo por lo reducido del mercado sino por los aumentos colosales en los precios del papel y de los demás insumos necesarios para producir el objeto libro, incluyendo los costos de su distribución por correo, lo que lo encarece todavía más fuera de la capital, que es en donde se encuentran las principales editoriales del país.

El primer impacto de estas noticias (que realmente no son tan nuevas, pero que ahora se reiteran por la realización de la Feria Metropolitana del Libro) es que el libro, principal portador del conocimiento y de la cultura por mucho tiempo en México, se encuentra (como el resto del país) en crisis. Pero un minuto de reflexión sugiere, en primer lugar, que esta crisis del libro en México no es la enfermedad que nos afecta sino sólo uno de sus síntomas. Otras expresiones de esa enfermedad podrían apreciarse señalando (si las cifras se conocieran) los millones de mexicanos que no asisten a un concierto musical al año, o a una representación teatral, o a una conferencia sobre un tema no político, o a cualquier otra actividad cultural equivalente. En segundo lugar, México tiene hoy una población cercana a los 90 millones, pero más del 20 por ciento son menores de diez años, lo que reduce en cerca de 20 millones la cifra de los mexicanos culpables de no leer un libro al año; todavía quedan 50 millones, de los que habrá que descontar a los analfabetos, tanto a los genuinos como a los ``prácticos'' (o sea los que sí aprendieron a leer y a escribir pero no lo practican), así como a los que leerían libros si tuvieran acceso a ellos (no sólo geográfico sino económico) pero no lo tienen.

Creo que lo anterior justifica presentarle más atención a la pregunta, ¿por qué no leen libros los mexicanos?, en vez de aceptar respuestas como ``por incultos'', o ``por la Tv'', o ``porque están muy caros''. De muchas cosas se puede acusar al pueblo de México, menos de no poseer una cultura o de actuar a espaldas de ella.

Nuestro país es un rico mosaico de muy diversas culturas, celosa y rigurosamente cultivadas por los distintos grupos que las han heredado y las conservan, incluyendo no sólo las que se identifican con etnias específicas sino también las llamadas culturas ``populares''. La Tv hoy ocupa muchas horas diarias del mexicano promedio, que antes de la llegada de este cronófago (casi siempre estéril y de pésimo gusto), tampoco se invertían en leer libros sino en otras actividades de tipo más participativo, como el deporte, el dominó, las excursiones, la religión, el billar, la conversación, el cumplimiento de obligaciones sociales y familiares, o la tranquila contemplación del horizonte en el atardecer.

Es cierto que hoy en México los libros son muy caros, pero también es cierto que hoy en México ya no hay nada que sea barato. Ninguna de las explicaciones convencionales de la escasa afición actual de los mexicanos a los libros me convence. En cambio, creo que un esquema que incluyera los siguientes elementos sería más aceptable: 1) el gusto por la lectura no es un carácter hereditario sino algo que se aprende, como la lengua que hablamos, la religión que adoptamos o la ropa que nos ponemos, o sea es algo que no viene de fuera, del medio que nos rodea, y no de nuestro fuero interno; 2) las cosas que mejor aprendemos son las que vemos hacer a nuestros mayores, en especial a nuestros padres y en las primeras etapas de la vida, de donde se deriva la sabiduría de ``enseñar con el ejemplo'' y el justificado miedo de que los niños aprendan algunas malas costumbres viendo actuar de esa manera a sus progenitores; 3) la injusticia social que caracteriza a la sociedad mexicana ha mantenido marginados de los beneficios de la libertad y de la educación a sectores muy amplios o hasta mayoritarios de la población, tanto rural como urbana, impidiendo su acceso a muchas de las expresiones contemporáneas de la cultura que requieren cierta escolaridad para disfrutarlas y enriquecerse con ellas. De lo anterior se desprende que si en la casa paterna no hay libros, si los primeros años de la vida infantil transcurren sin ver que los adultos leen y atesoran los libros, si después en la escuela los maestros sólo usan los libros como textos de las materias que imparten, sin insistir en que ésa es una de sus funciones menos importantes y viendo sus páginas no como lo que debe memorizarse sino como una puerta abierta a la aventura más maravillosa, el niño no adquirirá el hábito de la lectura y crecerá como uno más de los 75 millones de mexicanos que no leen un libro al año. Pero como dije antes, esto es simplemente un síntoma de un mal mayor, que es la ausencia de una cultura general debida a la tremenda desigualdad e injusticia con que nuestra historia ha tratado a una gran parte de la sociedad, y mientras esto no se corrija, las campañas en favor del libro seguirán cayendo en terreno no fértil.