La Jornada 29 de julio de 1996

Molestia de mujeres porque sólo se les acordó una submesa

Jaime Avilés, enviado, Ejido Oventic, Chis., 28 de julio Al abrigo de la montaña, "que es la casa del Halach Uinic, el hombre verdadero, el alto jefe", y con la historia sumada a las cuatro puntas de Chan Santa Cruz en Balam Ná (hoy Felipe Carrillo Puerto), que dio origen a "la estrella que define al hombre y que recuerda que cinco son las partes que hacen al mundo", el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se quitó anoche la máscara colectiva para mostrar que su verdadero rostro sigue siendo el de los mayas, de los antiguos mayas que inventaron el cero para aprender a sumar y que, herederos al fin de una de las mayores civilizaciones de la tierra, ``detrás de nosotros estamos ustedes''.

--¿Entienden? --pregunté a dos tiernos enamorados franceses que apenas se veían entre la oscuridad y la niebla.

--No --confesó la muchacha y dejó de prestarme atención para seguir llorando, en silencio y sin espasmos, con largas lágrimas cálidas, tal como lloran exactamente las velas.

En el escenario, al frente de los jefes de la guerra, de las cintas de colores y de los rebozos preñados de niños, la mayor Ana María, la de los ojos bonitos, seguía leyendo el discurso inaugural...

Entre las siluetas que rodeaban el foro topé con una imagen de circo. Trepados cada cual en una sillita de palo que crujía en forma tan ominosa como lastimera, dos pesados representantes de la televisión argentina, un camarógrafo y un locutor, ejercitaban el arte del equilibrismo, tratando de hacer una toma. Y en la base del micrófono del hablante alcancé a leer: ``Caiga quien caiga...''

Niebla

A la entrada del Aguascalientes, las siluetas se dibujan detrás de una alambrada de púas. Ahora es el medio día de la mañana siguiente. La noche, me cuentan, fue de baile y fiesta, pero a la una de la mañana el conjunto marimbístico cerró su actuación porque hacía buen rato que los visitantes roncaban en sus bolsas de dormir, igual que los indios rebujados en sus zarapes. Victoria de los anfitriones había sido lograr que nadie colgara hamacas en las vigas de las posadas.

--Usen mejor el piso o el suelo, o si gustan la tierra, como le quieran decir --se había cansado de repetir el maestro de ceremonias por la tarde, porque--, hermanas y hermanos, si no quitan sus hamacas de allí, se les puede venir el mundo encima...

Sí, el mismo gracioso maestro de ceremonias que mucho después diría: "Hermanas y hermanos, va a comenzar el baile popular. Vayan buscando a sus parejitas, y si no encuentran pareja, busquen parejo".

¿Y bailaron todos? Sí, pero se fueron a acostar temprano, porque había que levantarse al alba, y cocinar y distribuir 4 mil desayunos, y despedir a los que se fueron a Morelia, Roberto Barrios, La Garrucha y La Realidad, y luego debatir acerca del neoliberalismo. Así que este medio día los rostros de euforia de anoche lucían las primeras ojeras del trabajo. Y un cierto horror ante la persistencia del frío, el hambre y la niebla que a cada rato alegraba el encuentro con frías carcajadas de lluvia.

Tema del día era la rabia de las feministas, porque el gran asunto de la opresión que viven las mujeres era sólo parte del subtema relativo a los excluidos que en el mundo son. ``¿Y?'', pregunté a una temiblemente indignada feminista alemana. "Nosotras pensamos que las mujeres debemos tener una mesa especial para hablar nada más de los problemas de las mujeres", fue la respuesta.

De pronto vi a dos mujeres en dos planos opuestos: una era muy joven y se estaba peinando con los brazos desnudos, y la otra cargaba un gran suéter y llevaba hora y media formada para acercarse a las ollas del fogón. Y entonces ocurrió algo: al ver el primer perol y las culebras del vapor que lo coronan, ella enarca las cejas; en su plato ha caído un gran trozo de carne de res, y llena de contrariedad confiesa: ``Gracias, pero soy vegetariana''.

Dicho lo cual devuelve la carne, da un paso de costado, se sitúa ante el segundo perol y de nuevo enarca las cejas porque a su plato cae ahora apenas media papa hervida, una ruedita de zanahoria y un cuadrito de chayote. Y como en las ollas restantes sólo quedan limones, chiles revueltos con cebolla, salsa catchup, café, es decir, nada sólido para comer, la segunda mujer, contemplando su media papa, su zanahoria y su chayote, se pone a llorar like a little girl...