Al norte del lago Tanganika, ahí donde nace el Nilo, no nace todavía una nación. Es este el drama histórico de Burundi. Una desgracia similar a la que produjo un millón de muertos en la vecina Ruanda, donde, a golpes de machete, las etnias hutu y tutsi escenificaron una monstruosa orgía de sangre hace apenas dos años. Ahora toca el turno a Burundi para mostrar el costo humano asociado a la dificultad de consolidar las estructuras institucionales capaces de garantizar alguna convivencia nacional organizada.
En la región de los grandes lagos de Africa, el tiempo histórico está cruzado en una madeja de tareas que aún no encuentran el rumbo hacia la integración nacional, el desarrollo económico e instituciones al mismo tiempo sólidas y representativas. Las impotencias se contagian unas a otras, alimentando inestabilidad política y recurrentes conflictos que terminan en monstruosas matanzas. Ahí donde la orgía de sangre es parcialmente detenida lo es sólo en forma precaria, como ocurre en el país más importante de la región, en el Zaire de la corrupción y la eterna dictadura personal del mariscal Mobutu. Que, dicho entre paréntesis, ha promovido una especie de genocidio selectivo de las comunidades tutsis en su país, sin que esto haya capturado el interés de la prensa internacional hasta la fecha.Siglos antes de la llegada europea, hutus y tutsis convivían en Burundi en forma relativamente pacífica. No debía ser una situación idílica, pero a lo largo de los siglos algún equilibrio se había establecido entre las etnias. La modernidad importada gracias a alemanes y belgas, trajo la ruptura de los equilibrios tradicionales y el desencadenamiento de tensiones que hasta ahora no han podido recomponerse en un marco nacional relativamente estable.
Como Ruanda, Burundi es un país de gran mayoría hutu, tradicionalmente dominado por una minoría tutsi asentada en los principales centros urbanos. En 1993 llega por primera vez un hutu a la Presidencia del país. Tres meses después es asesinado por el Ejército en un fallido golpe de Estado. Y desde entonces, no obstante los intentos de asegurar gobernabilidad a través de gobiernos interétnicos, el país experimentó crecientes tensiones étnicas. En los últimos meses, en un cuadro regional complicado por el problema de los desplazados de la guerra civil ruandesa y por las bandas armadas que cruzan las fronteras centroafricanas, los asesinatos se han vuelto cada vez más comunes. El 4 de julio pasado bandas hutus asesinaron a 80 personas en una plantación de té.
El 20 de julio las mismas bandas asesinaron más de 300 tutsis, mayoritariamente mujeres y niños, en el campo de refugiados de Bugendana. Y esta fue la última gota que terminó por forzar al presidente Ntinbantunganya, un hutu moderado, a refugiarse en la embajada de Estados Unidos para huir de la ira de la mayoritaria población urbana tutsi.
El 25 del mismo mes, golpe de Estado del Ejército. Vuelve al poder Pierre Buyoya, militar educado en Bélgica y Francia que estaba becado en la Universidad de Yale, y que fue Presidente de su país entre 1987 y 1993. Un periodo, por cierto, durante el cual la nación dio señas de una relativa apertura democrática.
A este punto uno se pregunta: había alternativas? Las críticas de la Unión Europea y de Estados Unidos al golpe de Estado del Ejército mucho se parecen a una forma de principismo estéril.
En Burundi había que detener antagonismos que alimentaban matanzas cada vez más graves y descontroladas. Y el drama nacional es que sólo el Ejército podía asumir esta tarea. Ahora sólo queda esperar que Pierre Buyoya pueda controlar una situación gravemente comprometida.Salgámonos de Burundi. La moraleja es tristemente obvia y va más allá de esta zona de Africa: sin instituciones estatales fuertes y socialmente legitimadas, la lucha contra el subdesarrollo y sus antiguas fracturas está condenada al fracaso. Fuera de esto, la política económica por tan politically correct que sea en la óptica de la cultura dominante sólo es expresión de atajos realmente inexistentes. Simplifiquemos. No hay desarrollo sin integración nacional, y no hay nación sin instituciones fuertes y socialmente legitimadas. Crear riqueza y crear instituciones históricamente sólidas son, en el fondo, una misma tarea.