José Blanco
Cambiar Cavallo a mitad del río

El despido de Domingo Cavallo probablemente es, en lo inmediato, resultado de ese estilo entre frívolo y despótico que a menudo tienen las decisiones de Raúl Menem (si querés irte andáte ahora, pero no me amagués más, fueron las palabras finales se dice, de las muchas desavenencias entre el Presidente y su ministro de Economía). Acto seguido, la borrasca amenazó al mundo financiero de Buenos Aires.

El cambio de Cavallo a la mitad del río, conlleva riesgos grandes para la economía argentina, debido a que el ex ministro era símbolo de una política económica socialmente devastadora. El amplio e iracundo festejo popular de la defenestración de Cavallo dificultará la continuidad de la política económica bajo el mando de Roque Fernández, ahora ex director de una Banca que en el país conosureño difícilmente puede llamarse Central. En Argentina se teme ronda el fantasma del populismo.

El tango de la borrasca financiera será oído en toda América Latina, porque arrastra el conmocionado mar de fondo de la política financiera practicada a lo ancho y largo del amplio Sur empobrecido (América Latina, Africa, gran parte de Asia). El efecto Cavallo, por ahora, es imprevisible; pero son gotas añadidas a un vaso literalmente colmado.

El defecto Cavallo es transparente. Domingo Cavallo es un mago, un sorprendente operador financiero: de un golpe eliminó la inflación galopante y las devaluaciones permanentes; de un tajo apartó en gran medida la rampante actividad especulativa (perverso y absurdo modus vivendi que corrompe y asuela la vida productiva, base real y única de la vida material humana). Con Cavallo, la estabilidad de precios y financiera se hizo realidad incontrovertible (hasta que el efecto tequila metió ahí algo más que un ruido inesperado).

Asumiendo Cavallo la situación internacional con un realismo escalofriante, la estabilidad fue alcanzada: para él el sistema financiero internacional era un dato sobre el que el gobierno argentino no tenía ni tiene ningún poder (tal cual es la circunstancia real del Sur en todo el mundo). Y, en ese marco, implantó su magia financiera. Pero esa magia produjo 20 por ciento de desempleo y, para combatirlo, hace unos tres meses gobierno y sindicatos negociaban una disminución de los salarios monetarios! El crecimiento sano y la absorción del desempleo no llegaron a Argentina, como lo ha prometido el discurso estabilizador. No podían llegar, porque en el Sur el crecimiento no es ni puede ser un proceso automático derivado sólo de la estabilización. La estabilización hay que crearla con cuidados inmensos; pero el crecimiento también, y es hoy mucho más difícil conseguirlo que aquélla.

Bien: no al populismo; pero también no a la estabilización tipo Consenso de Washington como principio y fin de la política económica. Esa estabilización y el populismo no son las únicas alternativas posibles para la conducción de las economías no desarrolladas.

El populismo latinoamericano practicó la redistribución del ingreso como un juego de suma cero, operado a través de un Estado gigante y clientelar que, por otra parte, dedicó décadas de esfuerzo a financiar mediante los exiguos y decrecientes ingresos de las exportaciones tradicionales, una industria sustitutiva de importaciones no competitiva internacionalmente, protegida por tarifas y cuotas arancelarias.

La apuesta populista era la crónica de una muerte anunciada: la caída de los ingresos por las exportaciones tradicionales, originada en el permanente intercambio desigual del largo plazo, aunada a la incapacidad de la industria latinoamericana para exportar tendencias ambas que provocaban sin remedio un endeudamiento externo creciente, establecían necesariamente un límite infranqueable al proceso artificial de la industrialización protegida.

Pero estar en contra de la industrialización y de la redistribución populistas del ingreso, no obliga a estar a favor de una estabilización cuyas consecuencias sociales están a la vista, sin que haya indicios de que el crecimiento sostenido pueda llegar por la vía de esa estabilización.

El defecto Cavallo estriba, por tanto, en la adecuación exitosa a un sistema de financiamiento internacional del todo adverso al desarrollo latinoamericano y devastador de grandes franjas de la vida social de estos países.

Por cuanto (como lo asumió cabalmente Cavallo), estos países no tienen ningún poder ni control sobre ese sistema financiero, su desarrollo es tema capital de su propia agenda internacional y, probablemente, de una inteligente y dura negociación conjunta.