Los tesoros documentales y bibliográficos mexicanos han sufrido, a lo largo de cuatro siglos de historia nacional, una voraz y despiadada persecución: son robados y sacados del país, o bien, son mutilados y destruidos. Según datos mencionados por Fernando Benítez en el volumen titulado El libro de los desastres, para 1884 ya habían desaparecido más de cien mil libros e infinidad de colecciones documentales, incluidas ``las que sacaron del país Andrade, Fischer, Ramírez, Bancroft y otros coleccionistas''. También desaparecieron las bibliotecas de Joaquín García Icazbalceta, Genaro García y Luis González Obregón. En nuestros días, lo mismo grandes acervos que piezas sueltas, prosiguen el mismo camino.
Por ello, son encomiables los esfuerzos de rescate y difusión de impresos y manuscritos que vienen realizando diversas asociaciones culturales en archivos y fondos bibliográficos civiles y eclesiásticos.
Inicialmente contamos con la aparición de Acervos, ``nuevo órgano de difusión en torno del rescate, fundación, traslado y ordenamiento de los fondos documentales y bibliográficos en Oaxaca'', boletín de la Asociación Civil Amigos de Archivos y Bibliotecas de Oaxaca, organismo fundado en 1995 y creado, junto con historiadores y artistas plásticos, por Francisco Toledo. Sus intereses comunes ya los habían llevado, desde 1994, a denunciar la destrucción y pérdida de documentación custodiada por el Archivo General del Estado de Oaxaca, evidenciando también lo erróneo de muchos ``nuevos sistemas de clasificación'' en archivos estatales y municipales.
La segunda buena noticia es la donación, por parte del historiador estadunidense Miguel Mathes, de su valiosa biblioteca a El Colegio de Jalisco. Con ello, los investigadores contarán en Zapopan con 45 mil volúmenes sobre la historia del occidente mexicano, entre los que se cuentan manuscritos novohispanos adquiridos por el investigador en el extranjero, primeras ediciones americanas del siglo XVI y publicaciones de la primera imprenta en Guadalajara, además de folletería e impresos del siglo XIX. Asimismo entregó copia microfilmada de escritos localizados en archivos españoles y diapositivas de obras artísticas y arquitectónicas. Con esta decisión Mathes confirma no sólo ser un destacado investigador de temas mexicanos (recordemos, entre otros, su trabajo sobre Santa Cruz de Tlatelolco: la primera biblioteca de las Américas de 1982), sino un verdadero defensor de nuestro patrimonio cultural.
En tercer lugar, debemos dar noticia de la aparición --con estudio introductorio, análisis del manuscrito, paleografía, glosario e índices analítico y de recetas de Guadalupe Pérez San Vicente-- de uno de los manuscritos más singulares de la gastronomía mexicana, el Recetario de doña Dominga de Guzmán (c. 1750). Obra con 93 folios y 14 notas más 328 fórmulas culinarias y recados, fue recuperada por Marco Buenrostro para el acervo del Museo Nacional de Culturas Populares. Libro ``doméstico, personal y colectivo... resume la riqueza gastronómica mexicana plural: hispánica, árabe, criolla, mestiza, indígena y precolombina, desde sus orígenes hasta el siglo XVIII''. Infatigable historiadora de la cocina mexicana, doña Guadalupe ya nos había entregado antes, junto con Josefina Muriel, otro tesoro, el >Libro de cocina del convento de San Jerónimo, cuya selección y transcripción atribuyen a Sor Juana Inés de la Cruz.
Por último, en el marco de los cambios constitucionales en materia religiosa, se ha venido sucediendo --cada vez más-- el intercambio de ideas y propuestas concernientes al patrimonio cultural sacro. En él se cuentan, desde luego, los archivos eclesiásticos catedralicios y parroquiales (que albergan no sólo testimonios de fe, sino la memoria de la Iglesia en la historia de México) y que durante mucho tiempo permanecieron ocultos.
Muchos de ellos han sufrido pérdidas irreparables por diversos motivos: la falta de correctas clasificaciones, catálogos e inventarios, la ignorancia de muchos custodios y el saqueo incontrolable, así como los conflictos político-religiosos.
En respuesta al principio fundamental de la apertura pública de los archivos para su consulta y también a las recomendaciones de la Pontificia Comisión para la Conservación del Patrimonio Artístico e Histórico de la Iglesia (para una más intensa colaboración de los archivos eclesiásticos con otros centros paralelos), el arzobispado de México estableció un convenio con el Centro de Estudios de Historia de México de Condumex, para que sean microfilmados --sin expurgos-- y estudiados los archivos diocesano y de la Catedral. Con ello, también podremos ver cuánto ha sobrevivido al vandalismo que, en décadas pasadas, nos privó de tantos invaluables ``papeles viejos''.