Hace relativamente poco, lo que pasaba en la ciudad de México no pasaba en ninguna parte del país. Desde que la oposición empezó a ganar presencia y a conquistar puestos de poder en algunos estados, lo que pasa fuera de la capital no sólo atrae la atención pública nacional sino la del extranjero. El subrayado de este cambio en Chiapas, donde el EZLN y el subcomandante Marcos han creado un centro otro. Hay un pedazo del Zócalo que se halla en La Realidad y sus alrededores.
Recientemente, Marcos se refirió a los crecientes problemas que aparecen en diversas partes del país con un término militar: el efecto leopardo. El año próximo, definitorio para la disputa del poder en el 2000, las manchas se extenderán. Una de esas manchas será duda Nuevo León. Estarán en juego, además de elecciones federales, las estatales a nivel gobernatura, Congreso local y presidencias municipales.
Ya hay señales de mancha. El gobernador con licencia, Sócrates Rizzo, ha sido ``indiciado'' en el asesinato de un abogado gangsteril que en vida llevó el nombre de Leopoldo del Real. El indicio tiene toda la pinta de ser prefabricado: radica en las declaraciones de un individuo cuyo testimonio es casi aéreo y pertenece a los modos de presión empleados por los gobiernos priístas para sujetar a políticos que tuvieron poder (el que les daba el Presidente de la República) y que luego caen en desgracia.
En ese caso, como se ha ido haciendo ominosa costumbre, no aparece el móvil ni los autores material e intelectual del crimen. Sí existe un hombre cuya ausencia del país lo hace, al menos sospechoso: el que fuera procurador de Justicia en el gobierno de Rizzo cuando tuvo lugar la ejecución en presencia del jefe de la policía en el estado. Se trata del abogado David Cantú, a quien el difunto acusaba con el gobernador de desleal y traidor. (El Norte, que tuvo acceso al archivo computarizado de Del Real, publicó esa sórdida correspondencia.)Presionado Rizzo, sus antiguos colaboradores o los hombres a los que apoyó se hallan arrinconados. Hay una persecución real que niega el gobernador sustituto, Benjamín Clariond Reyes. La llamada clase política rumora, y medio se atreve a conspirar; en realidad no sabe qué hacer.
Al gobierno del estado ha llegado un hombre que ideológicamente está más cerca del PAN que del PRI. Su paraguas parece justificable por la lluvia fecal que el salinismo logró condensar en el cielo de todo México, y que en Nuevo León empezó a caer cuando Salinas se presentó en San Bernabé, una colonia pobre en la que sus habitantes prefieren callar cuando se les habla de Pronasol, para realizar su patética huelga de hambre.
Los acontecimientos políticos de 1994 y el acuerdo cupular PAN-PRI dieron por resultado el control de los panistas sobre los municipios del área metropolitana de Monterrey. Y como fuera de Monterrey todo es Nuevo León, el poder real del PRI se redujo en un 50 por ciento. Con los errores de la administración Rizzo y la llegada de Clariond Reyes la reducción fue mayor.
El paraguas de Clariond le sirve también de florete contra cierta prensa y ciertos periodistas, algunos funcionarios del gobierno de Rizzo, políticos priístas que pueden generar corrientes contrarias a las de su grupo, y la burocracia de la universidad pública, institución hundida por una poderosa flota de trirremes: corrupción, caciquismo, intolerancia, ausencia de mínima autonomía, mediocridad. Pero el tiempo que tiene para hacer uso de él es breve: seis meses, si acaso.
Dado el marcado bipartidismo de Nuevo León (la tercera vía fue ahogada en la propia universidad, en el ámbito del sindicalismo combativo al desaparecer la Fundidora de Monterrey, en la inutilidad del corporativismo frente al voto ciudadano, en la acción centrípeta del salinismo sobre una de las dos fracciones en que se dividió el frente de colonos Frente y Libertad), la contienda fundamental en las elecciones de 1997 será entre PRI y PAN.
Por ahora, Acción Nacional parecería llevar ventaja. El gobernador con licencia, se le implique o no en el asesinato del Del Real, será una figura que le restará votos al PRI por el simple hecho de su deterioro. Clariond Reyes le puede aportar votos (es rico y en Monterrey eso basta para resultar simpático: encuestas de opinión, con frecuencia gran veta engañabobos, le dan entre 7.5 de popularidad, según El Porvenir, y 8.5, según El Norte), a condición de que no pretenda postularse él mismo constitucionalmente no puede, pero la constitucionalidad en México es una cuestión tan incidental como evaporable y de que el candidato priísta pueda sacar de la nevera donde se halla la famosa clase política.
Mientras tanto, y gane quien gane, Nuevo León seguirá siendo el ``estado modelo'' pregonado por Salinas: un estado inmerso en el neoliberalismo más espumoso. Si en su sexenio sólo había tres multimillonarios clasificados por Forbes, en 1996 ya son cinco. La lista de los empobrecidos es una lista inviable: no cabe en ningún espacio impreso y al momento de escribir el último nombre ya resultaron muchos más que empadronar.
Políticamente, la mancha Nuevo León será, dentro del efecto leopardo, una de las más pigmentadas.