Los incrementos en los niveles de miseria, en el número de pobres, en la cantidad de trabajadores que migran para sobrevivir, en las tristísimas muertes de indocumentados, en el número de desempleados y subempleados, en el de los niños de la calle, en los tipos y cantidad de violencia, en los niveles de inflación, en los menores de edad que trabajan, en el número de ejércitos guerrilleros, en el creciente conglomerado de universitarios que al finalizar sus estudios no encuentran trabajo, en el aumento de enfermos que carecen de recursos para llevar a cabo su tratamiento, en el incremento de demandas recibidas por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en las observaciones realizadas acerca del acaecer mexicano por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y organizaciones afines, en la desaparición de la pequeña industria, en el creciente número de connacionales que viven a expensas de los autos que paran en los semáforos ``semaforistas'' en el léxico moderno, en el incremento de familias que dependen de las hijas que trabajan como sirvientas, y last but not least, en los incontables kilómetros de tierras yermas y casi muertas por la amnesia ancestral de los gobiernos para apoyar a los campesinos, son, en forma de compendio, nuestra tarjeta de presentación para recibir el tercer milenio.
Si a lo anterior agregamos las primeras planas de Conasupo, Raúl Salinas y Cabal Peniche, Televisa y Televisión Azteca, Aguas Blancas y Tabasco, los crímenes irresueltos de Colosio, Posadas y Ruiz Massieu, podemos concluir que somos un país que oscila entre la bancarrota moral y la mala fama: dudo que haya rotativo en el orbe que omita las purgas y querellas mexicanas.
Los enlistados anteriores tienen génesis: la generación espontánea, incluso en el contexto de nuestro surrealismo, ha quedado atrás. Si no todos, la inmensa mayoría de tan desagradables avatares deben endilgarse a quienes han compartido el poder en las últimas seis décadas: gobierno y grandes empresarios. Poder que ha sido malentendido y peor encaminado; su interacción ha creado tales diferencias que la mentada paz social, otrora estandarte del Partido Revolucionario Institucional se encuentra seriamente amenazada. Basta caminar por las calles.
En forma paralela a la miseria, los supermillonarios han colocado al país, de acuerdo a la revista Forbes, en un nada honroso cuarto lugar, tan sólo por debajo de Estados Unidos, Alemania y Japón. Otras naciones como Canadá, Australia o Suecia, han quedado rezagadas. La fortuna acumulada por 15 empresarios mexicanos equivale al 9 por ciento del Producto Interno Bruto del país y en ocasiones ha llegado a ser el doble de las reservas de toda la nación. Pienso que el pueblo merece explicaciones: fomentar hambre y generar supermillonarios bajo el mismo techo son fenómenos irreconciliables. Quién lo permitió, quiénes lo fomentaron? Sirve el gobierno sólo a pocos?A su vez, el partido gobernante ha roto todos los récords: no hay sistema político en el mundo que haya permanecido en el poder tanto tiempo. Imperdonable sería negar que la alquimia ente PRI y grandes empresarios ha perpetuado una forma de dominación egoísta: todo para pocos, supervivencia para muchos.
Si la dinámica anterior ha sido insana, cuál es la que conviene en estos momentos? Si la conjunción PRI-empresarios ha sumido a la mayoría de mexicanos en la desesperanza, hacía dónde mirar? Agotadas las fuerzas tradicionales, anegados por la cruda cotidianidad, es conveniente hurgar en otros caminos. Queda el grupo de los intelectuales, el de los libres pensadores, el de los mexicanos comprometidos con su individualidad y con su tierra. De Vaclav Havel aprendimos que ``nada hay más sospechoso que un intelectual al lado de los vencedores''. Si adaptamos a nuestro medio la idea del actor-presidente y consideramos que la miseria prevalente debe, por necesidad, identificar a los ``intelectuales reales'' con su pueblo, es válido postular que en ellos puede recaer la solución. El poder ha demostrado ser un contrasentido pues ha generado violencia y hambre. Esa dolorosa realidad también se denomina vacío de poder. Sin embargo, ese vacío puede llenarse: algunos de nuestros intelectuales tienen ideas suficientes para suplir esos huecos. Por qué no llevarlos a las gubernaturas de Tabasco, Guerrero, Nuevo León? Por qué no permitirles manejar el erario nacional? Sus creaciones han surgido de su tierra, de sus gentes. Si les otorgamos el poder, podrán, quizá, convertir sus ideas en alimento y esperanza para los 50 millones de mexicanos que con temor sobreviven tan sólo la cotidianidad.