Luis Linares Zapata
Emanaciones de la reforma

Desde la fecha misma en que fueron comunicados al país los acuerdos entre partidos y gobierno para la reforma electoral, la cuenta regresiva para ajustar la convivencia de todos los días con las emanaciones que de ella derivan, ha comenzado. Los efectos esperados en la cultura prevaleciente, caracterizada por los rasgos autoritarios para conducir y regir las conductas públicas, abrirán toda una bitácora donde se irán registrando los choques, modificaciones y los retrocesos momentáneos como si fueran sucesos corrientes. Similares traumas se harán presentes, de manera cotidiana, en los reflejos elitistas y cerrados que se acostumbran en ámbitos como el de los asuntos económicos, tan resguardados por la tecnocracia y los grandes grupos empresariales. La eficacia de los mismos mandatos presidenciales se irá pasando por filtros y valores disímbolos que buscarán orígenes y orientaciones en el elector y la base social. La rapidez de respuesta se irá matizando de acuerdo con un proceso que incluirá actores distintos, que empleará métodos desusados y multiplicará los foros de discusión. La prueba y el modo democrático irán tiñendo, con sus gamas de grises, los pretendidamente únicos caminos de tal manera que, en muchas ocasiones, se recordarán con nostalgia los tiempos de las definiciones cupulares simples, unilaterales, arbitrarias y hasta violentas del presidencialismo centralizador.Pero unos sufrirán o crecerán mejor que otros. Los partidos de oposición, por ejemplo, verán acercarse el momento, no claramente esperado, de arribar al poder y tener al alcance de sus miras la necesidad de formar gobierno. El miedo, la improvisación, la falta de preparación y conductos para entrar en contacto con la gente puede paralizarles. Conquistar el voto, dejar de ser parte y ocupar los puestos públicos no deviene de manera fácil o natural, exige vencimientos y penas. El PAN se verá impelido a revisar su seguridad en lo inevitable de su triunfo y preparar su base de sostenimiento que hoy es sumamente estrecha. Tal y como la misma negociación y consensos posteriores le obligaron a cambiar sus conocidos acuerdos de palacio (concertacesiones). El PRD, por su parte, deberá ajustar la vocación manifestada en su última elección con los límites que impone el poder cercano y la fragilidad de las preferencias ciudadanas. Sin embargo, quien más sufrirá el nuevo entorno será el PRI. Las correspondencias a que está obligado le harán sumamente penosa su transformación interna. Nada les ayuda. Su pasado es un mundo de condicionamientos que mezclan el uso de sustanciales recursos materiales con compromisos adquiridos y rutinas sesgadas de la norma establecida. Tienen lastradas sus posibilidades de transparencia y apego a la legalidad y vigilancia externa porque no han hecho los recortes prudentes de su erario ni han achicado su dependencia de la función gubernamental. Las costumbres de dirimir sus pendencias normales mediante la disciplina al mandato externo y el silencio, poco se aviene con la discusión y el voto abierto. La ruta que pueden seguir sus acuerdos básicos como cuerpo político y la definición de sus alcances y posturas no encuentran los puntos de apoyo necesarios en su relaciones con un gobierno que va por senderos diversos, muchas veces en sentido contrario a sus aspiraciones e intereses. En fin, el PRI enfrentará, en el corto plazo, presiones concretas para asimilar la emergencia ciudadana que provocan la crisis y la creciente urbanización nacional donde vastos núcleos no tienen cabida en su organización. Peor aún cuando intentan diseñar reglas que cierran espacios y dificultan la fluctuación y la entrada de nuevo talento.

Mientras en el Congreso se encuentran las fórmulas para darle existencia a la reforma, varios hechos paralelos ya se topan con lo que se irá derivando de ella. La explosión de Cactus y sus consecuencias en la forma de manejar la empresa de mayor significado social y económico del país es uno de ellos. El rescate que de Pemex deberá hacer la sociedad ya es (Tabasco), y será todavía más en el futuro cercano, una lucha sin cuartel para penetrar y sujetar esa burocracia hermética que la domina por completo. Burocracia petrolera y financiera que se resiste a dar cuenta de sus actos y que esquiva, con habilidad y soberbia, la responsabilidad estricta de sus actos y sus muchas omisiones. Ahora, cuando Pemex, la política financiera que la subyuga y el gobierno (que empeña sus productos durante varios años para garantizar el famoso prepago), requieren de la comprensión y el apoyo de los mexicanos para salir adelante del agujero en donde se hallan, encontrarán un enorme vacío a su derredor y la incredulidad será la constante. Afortunadamente sólo les quedan unos cuantos meses (1997) a sus directivos y demás mandones que, desde Hacienda, Secofi o Energía la asfixian, para hablar, de frente, con un Congreso que deberá ser mucho más exigente que el que ahora se tiene.