La exposición lésbica-gay de este año, su décimo año, hospedada como los anteriores en el Museo Universitario del Chopo, no desdice de las muestras precedentes, en algunos aspectos las supera y en otros no; pero tiene algunas peculiaridades que quizá valga la pena hacer notar.
Es un hecho que la muestra se ha ido ganando un sitio en el ámbito cultural de la ciudad de México y ha tenido repercusión más allá de nuestras fronteras. Eso se debe a la especificidad de la misma exposición, a la capacidad de convocatoria que han conservado sus organizadores (el Círculo Cultural Gay), de lo que son inseparables las facilidades proporcionadas por el Museo y por la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Y también al interés que entre la comunidad gay y un público cada vez más amplio --aunque no lo suficiente-- existe por apoyar la lucha de quienes defienden sus derechos a una elección sexual diferente y al respeto que les debemos. Y sin duda y sobre todo a que la expo ha podido mantener un nivel de calidad: sin ello no se justificaría nada.
De hecho un buen número de artistas ajenos a esa preferencia sexual, con reconocimiento y trayectoria amplia, han enviado asiduamente obra a esas exposiciones del Chopo, en un generoso gesto de apoyo a una causa justa.
La expo del Chopo tiene, se ha ido forjando un perfil que la identifica. Este viene en primer lugar de su propio sentido originario. Pese a las diferentes expresiones de las convocatorias sucesivas, se ha establecido que las obras deban ser de ``temática lésbica-gay''. De ahí resulta que en lo fundamental es una exposición de arte erótico. Pero ``erótico'' es también un concepto muy amplio, donde pueden caber incluso el desnudo sin una carga erótica específica y aun obras abstractas con lo que llamaríamos una carga erótica virtual. La expresión ``temática lésbica-gay'' es todavía más difícil de definir y las comisiones de selección, las anteriores como la de esta vez, se encuentran a menudo en situaciones no claras: suelen optar por la manga ancha en lo que toca a la temática, no a la calidad. En todo caso sí es clara la predominancia de obras eróticas con referencia a las relaciones homosexuales con, por cierto, una clara mayoría de la homosexualidad masculina sobre la femenina; eso es lo que da el tono y el carácter distintivo.
La muestra de este año, que ocupa todo el espacio museable central de la planta baja del Chopo tiene de novedoso la abundancia de escultura (que en años anteriores había sido más reducida), y a cambio lo corto del envío de fotografía. La pintura, como siempre, es la que ocupa mayor espacio y también las piezas de ``arte objeto'' se hacen sentir. El sentido de humor, de franco humor o de bromas veras está presente, y contrata con obras donde es lo trágico, lo oscuro o lo doloroso lo que da el tono.
En un recorrido a saltos destacaría la ``isla central'', donde está una pequeño homenaje a Jesús Reyes Ferreira, con obras suyas que no son realmente ni eróticas ni gays, sino acaso alguna muy apenas, y un retrato que le hiciera Roberto Montenegro. El homenaje se justifica por haber sido ese pintor, promotor, gran conocedor de arte popular y consejero de arquitectos uno de los tempranos luchadores de la dignidad y derecho de los homosexuales. En la misma isla de mamparas están también obra muy finas de Francisco Toledo, unos delicados grabados de Nunik Sauret, un pequeño cuadro, Volcán en erección, de Vicente Rojo, derivado de su serie ``volcanes''. Todos ellos han enviado casi siempre obras a la muestra.
Entre los asiduos se encuentran Francisco Castro Leñero (Herida, un cuadro de una gran simplicidad, con dos campos blanco y rojo), Irma Palacios, con una muy lograda incursión en escultura en bronce; Nahum B. Zenil que presenta un formidable políptico de diez obras que combinan dibujos con poemas suyos; Reynaldo Velázquez, con dos esculturas en madera, como suelen ser las suyas, finas y explícitas, y un objeto curioso (Impreciso); Carla Rippey con una serie de dibujos en su modo característico representando relaciones femeninas.
Rafael Cauduro envió un cuadro (Sodoma), con una carga violenta, dentro de las nuevas exploraciones que viene haciendo en su pintura. El Taller de Documentación Visual una pieza (Discípulo) que retoma una escultura medieval. José García Ocejo proporcionó una dibujo de años atrás, que muestra un bello joven. La pieza de Luciano Spanó es un gran óleo (Pareja), que corresponde a la manera tenebrisita que ha venido practicando, buen cuadro, quizá no muy en tema. Noemí Ramírez presenta una columna en metal y madera pintada en azules, con esas figuras gordas y sabrosas que son tan propias suyas; Rosario Guillermo una escultura de varios materiales (Hermafrodita-dios) de hecho abstracta, de formas afinadas. Carlos Blas Galindo maneja los medios electrónicos para su obra de sombras y formas superpuestas, caminos nuevos que viene emprendiendo.
Y están Boris Viskin con su dibujo-chiste, los caricaturistas (Rius, en su calidad de siempre pero también un poco fuera de tema), un video de Gerry Lejtik y Jorge Rivera, ni muy bueno y fuera de tema; Salvador Salazar con una pintura de fino trabajo y cuidadosas texturas en homenaje a Pasolini; el delicado bajorrelieve de José Jiménez Esparza, la gran, dramática foto de Maritza López y la muy buena de Adolfo Pérez Butrón, los interesantes dibujos de Eligio Avilés, el casi monumental, clásico Sebastián de Marco Antonio Ragas ...y suma y sigue. Una exposición que no ha desmerecido de las anteriores.