Hace dos años William Clinton perdió la batalla por la cobertura universal de salud en Estados Unidos. En su campaña en 1992 había esgrimido la vergenza de que su país compartiera sólo con Sudáfrica, entre todas las naciones desarrolladas, la carencia de esta cobertura. Ahora acaba de declarar que ``convertirá en ley una drástica reforma al sistema de bienestar social, que desde hace seis décadas garantiza asistencia federal irrestricta a los pobres, y cuya modificación negaría toda asistencia pública a los indocumentados, entre otras medidas'' (La Jornada, 01/08/96). Esta es una iniciativa de la mayoría republicana, pero cuenta también con el apoyo de una parte de los demócratas. En vez de garantizar las transferencias monetarias federales a los pobres, se otorgará una suma a cada estado y éstos llevarán a cabo sus propios programas.
Es una iniciativa contra dos grupos de la población, los inmigrantes, legales e ilegales, y los pobres. Los inmigrantes legales no podrán tener acceso al Welfare sino hasta que soliciten la nacionalidad, lo que pueden hacer después de cinco años. Según la nota de El País de ayer, ``de los 55 mil millones de dólares que los congresistas prometen ahorrar con esta ley en los próximos cinco años, una cuarta parte (18 mil millones) procede de los servicios que se negarán a los inmigrantes legales''. La inmigración, la forma misma como se constituyó Estados Unidos, se convertirá así en algo más difícil y costoso, ya que no tendrán acceso a apoyo alimentario, atención a la salud, ni acceso a la educación gratuita.
Al explicar porqué no vetará la iniciativa, Clinton dijo que ``provee la oportunidad histórica de hacer que el bienestar social sea lo que se propuso ser inicialmente: una segunda oportunidad, no un medio de vida'' (La Jornada, 01/08/96). Este argumento está detrás de dos reformas adicionales de la iniciativa de ley: los beneficios del Welfare se limitarán a cinco años, y los jefes de hogar tendrán que trabajar en un plazo de dos años para que su familia continúe recibiendo los beneficios.
En las discusiones de la semana pasada, el senador republicano D'Amato citó a Franklin D. Roosevelt, el creador del limitado sistema de bienestar norteamericano, para defender la reforma: ``Si la gente permanece en el Welfare por periodos prolongados, se administra un narcótico al espíritu. Esta dependencia del welfare mina su humanidad y los pone bajo la tutela del Estado'' (The New York Times, 24/07/96).
Por lo que se ve, hay un gran consenso en Estados Unidos sobre los efectos perniciosos en los adultos de la prolongada ayuda. Aunque esta es una posición muy discutible, algunos de los que se oponen a los cambios lo hacen defendiendo sólo a los niños: ``Nunca he visto y oído a la gente estar tan en contra de los niños como lo he visto y oído en los últimos días'' (senador demócrata Wendell Ford, The New York Times, 24/07/96). Responsabilizar a los adultos de su pobreza es una cosa, pero hacerlo con los niños es ir al extremo. Sostener que se nos narcotizó el espíritu porque nuestros padres cuidaron de nosotros y nos sostuvieron económicamente durante muchos años, no es consistente con la evidencia.
Podemos preguntarle a Clinton si sólo merecemos dos oportunidades en la vida. En su descargo, estuvo sosteniendo una batalla ante el Congreso para que la iniciativa tuviese cuatro cambios. En primer lugar, permitir la entrega de cupones para productos básicos (no alimentarios) a los que no reciban efectivo, lo que fue rechazado. Segundo, también rechazado, de gran importancia para muchos mexicanos residentes en Estados Unidos, que se permitiera a los inmigrantes legales el acceso a los servicios del bienestar. Tercero y Cuarto que sí recibieron aprobación, la permanencia de los cupones para alimentos (food stamps) y de servicios médicos para los pobres (medicaid). Sin la presión de Clinton, la iniciativa de ley habría sido mucho peor.
Argumentando contra la aceptación de sólo dos cambios, Clinton dijo: ``le puedes poner alas a un cerdo, pero eso no lo convierte en un águila''. Todavía parecía que el Presidente insistiría en los otros dos cambios, pero al parecer las consideraciones electorales en un país crecientemente conservador inclinaron la balanza.
Estos cambios van a afectar los rumbos de la política social mexicana. Así como la lucha contra el welfare emprendida por Thatcher y Reagan dio lugar a la visión neoliberal de la política social que ahora impone el Banco Mundial a todo el mundo subdesarrollado, estos nuevos cambios, aprobados por un Presidente demócrata, cambiarán el nivel de la discusión, echando nuevamente para atrás las trincheras de quienes defendemos la justicia social. Si Estados Unidos no ha tenido nunca un águila (la que propuso Clinton hace dos años fue derrotada), México ni siquiera ha llegado al cerdo con alas.