La Jornada 2 de agosto de 1996

Dorrego: sé que usted es inocente, me dijo la juez

Juan Manuel Venegas y Roberto Garduño/ I ``Discúlpeme, yo sé que usted es inocente, pero entienda que su asunto es político. Discúlpeme'', dijo la juez Olga Estrever Escamilla a Irving Anthony Dorrego Cirerol, unos días antes de sentenciarlo a 18 años de prisión, por su participación en el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu.

Dieciocho meses después, las mismas disculpas se repitieron. Irving está libre. Un magistrado federal resolvió que es inocente, pero durante ese tiempo fue torturado, perdió el trabajo y su familia fue amenazada. Las disculpas ``de poca cosa le sirvieron''.

En una entrevista con La Jornada, Dorrego Cicerol da su versión de lo que le aconteció después de que fue inculpado.

Bajo presión de tortura en los separos de la Policía Judicial Federal (PJF), amenazada su familia por funcionarios de la Procuraduría General de la República (PGR), el 5 de octubre de 1994, Dorrego aceptó firmar una declaración, en la que reconocía su involucramiento en el crimen perpetrado en Lafragua y Reforma.

Unos días antes, este hombre, entonces camarógrafo del Centro de Producción de Programas Especiales de la Presidencia de la República (Cepropie), cubría sus actividades normales en Los Pinos. ``Ironías de la vida'', dice ahora, porque ``por ese trabajo le resultó más fácil a Ruiz Massieu inventarme los cargos que quiso''.

Pero su pecado no sólo fue trabajar en Los Pinos. También el hecho de ser concuño de Fernando Rodríguez González, coautor intelectual del asesinato, sirvió para la historia que Mario Ruiz Massieu ``armó, vendió, y creyó todo México''.

En esa historia, Irving fue señalado como la persona que, ``aprovechándose'' de sus funciones en el Cepropie, ``proporcionó a los criminales información sobre las actividades de José Francisco Ruiz Massieu''.

El secretario general del PRI cayó asesinado en la mañana del 28 de septiembre de 1994. Más ``ironías'' de la vida, Irving recibió la orden de sus jefes en Cepropie de cubrir las actividades del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, durante su visita al Hospital Español, donde era atendido el priísta, en sus últimos minutos de vida.

Mario, el hermano de la víctima, subprocurador encargado de las investigaciones por el homicidio, encontraría en este detalle otra pieza del rompecabezas que armó para ofrecerle a México: Irving, cómplice de los asesinos, acudió al lugar para ``cerciorarse que habían cumplido su cometido''. Más aún, en el hospital también se encontraba Manuel Muñoz Rocha.

Su vida cambió definitivamente el primero de octubre de 1994, cuando los investigadores llevaron a declarar a su esposa en torno al paradero de su hermana María Eugenia Ramírez Arauz, quien, por esos días, huía temerosa, al saber que su marido, Fernando Rodríguez, había participado en el homicidio.

Irving fue a la PGR. Quería saber qué pasaba con su esposa, retenida en la Procuraduría hasta la madrugada del día dos. ``Ahí me pidieron que declarara... ahí me detuvieron y, en unas horas, ya era cómplice del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu''.

18 años de prisión: ``usted disculpe''

Obtenida su declaración bajo tortura, Irving fue consignado al décimo segundo juzgado del reclusorio Sur, en la madrugada del 5 de octubre.

Su juicio duró poco más de un año, tiempo durante el cual recibió a varios reporteros. Quiso hacer público que había sido torturado, que nada tenía que ver en el homicidio.

Muchas cosas cambiaron en el transcurso de esos doce meses: Mario Ruiz Massieu renunció a la Subprocuraduría y huyó del país, luego de que el nuevo fiscal, Pablo Chapa Bezanilla, lo acusara de fabricar declaraciones, y de torturas y encubrimiento, y diera a conocer el nombre del presunto autor intelectual del homicidio: Raúl Salinas de Gortari.

Pero eso no bastó. El 18 de octubre de 1995, la juez Olga Estrever Escamilla lo condenó a 18 años de prisión.

Unos días antes, Irving había logrado hablar con ella: Señora, de veras, usted cree que yo soy culpable?

Mire, discúlpeme, yo sé que usted es inocente, pero entienda que su asunto es político. Discúlpeme contestó la juez.

Y tras esa disculpa, Irving pasó otros ocho meses en prisión, hasta que un magistrado federal revocó, hace tres semanas, la sentencia de Estrever.

En los separos

Acababa de ser sometido a los tormentos del tehuacanazo y entonces escuchó al oído la voz suavecita de Enrique Arenal Alonso, el ex director de Inteligencia de la PJF: Ya te acordaste dónde está Fernando Rodríguez?

!No, señor, yo no lo he visto! asegura Dorrego que respondió.

Sin perder su timbre de voz, Arenal ordenó entonces: Dice que no se acuerda, a ver muchachos, trátenlo mejor y al tehuacanazo siguieron el intento de asfixia y los golpes en los oídos: el pocito.

Dos días de tortura para arrancar una declaración; dos días metido en los separos de la Policía Judicial Federal, por instrucciones del ex subprocurador Mario Ruiz Massieu.

Empezaba a correr el mes de octubre de 1994, Irving era presionado para que firmara las declaraciones que el propio Ruiz Massieu y Jorge Stergios le habían preparado para que dijera dónde se encontraba el todavía prófugo Fernando Rodríguez González, coautor intelectual del homicidio del que fuera secretario general del PRI.

Una de aquellas noches en los separos de la PJF, Arenal se ``compadeció'' y lo dejó llamar por teléfono. Sabiendo que le grababan la voz, el camarógrafo se comunicó con su yerno: ''!Avísale a Joaquín López Dóriga el periodista que conocía por su actividad en Los Pinos. Dile lo que me están haciendo, avísale, por favor, a López Dóriga!''. Irving asegura que trataba de intimidar a sus torturadores. Quería que supieran que no estaba solo. Pero no lo logró.

Apenas colgó el teléfono, fue llevado a una oficina, donde lo esparaba Stergios, el ex visitador de la Procuraduría General de la República: !Conque tienes amigos periodistas, pendejo! Mira, hijo de la chingada, para que sepas: no hay ninguna constancia de que estás aquí, nadie sabe que estás aquí, y como te estás queriendo pasar de listo, ahorita mismo te mando matar y mañana apareces en un canal y también me encargo de tu familia.

Entonces, Stergios, hoy prófugo de la justicia, gritó: !Llévenselo de aquí, a ver hasta cuándo aguanta el cabrón!

De vuelta a los separos, el camarógrafo decidió no aguantar más torturas, y firmó las declaraciones donde aceptaba haber sido cómplice en el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu.