La historia diplomática es un gran instrumento de trabajo para quienes tienen como objetivo profesional la defensa y la representación de los intereses del país ante la comunidad internacional. Hoy, las lecciones del pasado nos sirven para confirmar que estamos viviendo un momento de riesgo.
Han cambiado las coordenadas que nos sirvieron de referencia durante casi 175 años de vida independiente. Durante el siglo XIX, el mundo se caracterizó por la rivalidad de los imperialismos, y durante el siglo XX el orbe se escindió en grandes y discrepantes polos, hasta que la caída del muro de Berlín simbolizó un cambio de tiempo histórico.
Para hacer frente a los múltiples embates de un mundo polarizado, México adoptó como divisa la no intervención y la defensa irreductible de su soberanía. El apotegma juarista sintetizó lo que antes y después de él fue el eje de nuestra política exterior: el respeto al derecho ajeno.
Hoy mantenemos, convencidos y orgullosos, esa divisa de nuestro ser nacional. No se ha inventado síntesis más perfecta para la convivencia humana. Pero también tenemos que construir una nueva plataforma de articulación con el exterior, en tanto que, además de hacer respetar nuestro derecho, queremos participar activamente en la construcción del nuevo orden cooperativo internacional.Los riesgos de la globalización, para una nación como la nuestra, no son menores que los representados por la polarización. El mundo bipolar se caracterizaba por los proyectos territoriales expansivos de las potencias; el mundo globalizado puede traducirse en la absorción de las voluntades y de las conductas de naciones enteras.
Nuestro problema de ayer era el de ser invalidados; nuestro problema de hoy es el de ser utilizados e inutilizados. Las hegemonías, en su precario juego de equilibrios, construyeron múltiples espacios de enfrentamiento que tuvieron en vilo a la paz mundial. Hoy, cuando sus intereses han girado de manera espectacular, quieren erigir un orden, llamado global, en el que parece haber pocos actores y muchos testigos.Todos, en la escena mundial, tenemos un papel. Aspiramos a que sólo haya actores. Por eso reclamamos mayores, mejores niveles de cooperación; el respeto al orden jurídico; y que se escuche nuestra voz y se cuente nuestro voto. Sólo la cooperación hará el progreso.
Pero ese progreso resultará muy oneroso si se traduce en la pérdida de las identidades nacionales. Las viejas invasiones brutales podrían ser sustituidas por modernas invasiones sutiles. Si antes era atractiva nuestra riqueza física, hoy lo puede ser nuestra riqueza humana. La lucha actual por la identidad es tan importante como fue en el pasado nuestra lucha por la integridad.
Así como hubo quienes cayeron tentados por la idea del orden y la imagen del fasto imperiales, debemos precavernos para que no haya quienes sucumban ante la uniformidad como condición de bienestar.Para hacer frente a ese reto, hay que mirar alternativamente hacia el pasado y hacia el futuro. No nos encontramos con un mundo ya hecho, pero tampoco partimos de la nada. Nos podemos nutrir en la reciedumbre de Matías Romero, en la sabiduría de Isidro Fabela, en la sagacidad de Genaro Estrada, pilares de la política exterior mexicana.
México siempre tuvo como referencia un marco internacional acechante ante la fragmentación de los poderes mundiales. Nuestra política exterior puede conciliar principios e intereses, conjugando inteligencia, dignidad y convicciones, con habilidad, firmeza y constancia.
Defendamos la vigencia del derecho internacional y combatamos las leyes supranacionales.