El sexo al nacer constituye una etapa de gran relevancia que ha sido escasamente atendida en los estudios sobre sexualidad humana. Su importancia radica, en parte, en que ilustra la enorme capacidad de cambio de los caracteres sexuales, cuyas incesantes transformaciones no terminarán sino con la muerte del individuo.
En el recién nacido, los órganos sexuales son el resultado del proceso de desarrollo del embrión en el útero materno, de acuerdo con un programa establecido a nivel cromosómico --como se diría desde el punto de vista de un determinismo genético-- pero además, pueden identificarse influencias de otro tipo, tanto maternas como placentarias. El sentido de estas influencias consiste en las niñas, como ya vimos, en una especie de anticipación de lo que será la madurez sexual. En los niños hay, por las mismas causas, un aumento en la turgencia del escroto, es decir, la bolsa de piel más externa del testículo; priapismo transitorio, o sea, erección contínua del pene; y acumulación de líquido en una de las cubiertas de la gonada masculina, llamada, paradójicamente, túnica vaginal.
Tanto en las niñas como en los niños existen signos de ``intersexualidad''; en las primeras, el volumen aumentado de algunas estructuras vulvares, en particular los labios mayores (que asemejan el escroto masculino) y el clítoris. En los niños se presenta el crecimiento de la glándula mamaria llegando a presentarse en ocasiones secreción ``láctea'' y el ya mencionado edema de la túnica vaginal 1. La utilización del término ``intersexualidad'' que indica la presencia simultánea de caracteres sexuales tanto masculinos como femeninos en un sujeto, debe ser tomado en este caso con reservas, pues parte de una clasificación de lo ``masculino'' y lo ``femenino'' establecida para la etapa de la madurez sexual extrapolada sin más a las etapas infantiles. En todo caso habría que reconocer la especificidad de la anatomía y fisiología del recién nacido y aceptar que ésta es la condición natural de sus órganos sexuales.
Todas las características del sexo anatómico descritas, son transitorias y se observan en los primeros 7 u 8 días después del nacimiento. Algunos de los fenómenos que se presentan son el resultado de la supresión de la comunicación del neonato con la madre y con la placenta que son la fuente de suministro de hormonas. Al final de este periodo en las niñas el útero reduce sus dimensiones y cesa la proliferación de células vaginales, los bacilos que pueblan normalmente la vagina adulta la abandonan adquiriéndose la alcalinidad característica de la infancia temprana. En la vulva, los labios mayores y el clítoris reducen su tamaño, los primeros se mantienen más cerca de la línea media. En los niños, todos las características del primer sexo también desaparecen. En ambos la glándula mamaria abandona la turgencia producida por las influencias hormonales.
El sexo en el recién nacido muestra, por tanto, condiciones únicas en la vida del sujeto. Su trascendencia no puede menospreciarse como no puede minimizarse tampoco el sexo en la tercera edad o en la etapa adulta. Sus características son el resultado del desarrollo propio del embrión hasta el momento del nacimiento y de influencias ``externas''. Es impresionante el papel de la madre en la determinación de los caracteres sexuales del recién nacido, cuyas hormonas ponen en marcha a los tejidos (órganos blanco) que tienen capacidad de responder a las hormonas ``femeninas'', tanto en las niñas como en los niños recién nacidos. La placenta, por su parte, encierra todavía innumerables incógnitas que pueden ilustrarse con una pregunta muy simple: ¿A quién pertenece la placenta, a la madre o al hijo? Aunque parezca absurda, esta interrogante es de la mayor importancia. La mayor parte del tejido placentario se origina del proceso del desarrollo del propio embrión, pero su existencia es imposible sin los cambios que se presentan en el útero de la madre, entonces, ¿las hormonas placentarias son externas al embrión, o se trata de una autorregulación de su desarrollo sexual?2
Como quiera que sea, el primer sexo plantea problemas importantes en el desarrollo sexual humano pues pone de manifiesto: 1. La gran diversidad de condiciones que presenta el sexo biológico en cada una de las etapas de la vida. 2. La enorme capacidad de cambio de los caracteres sexuales. 3. La modificación de estos caracteres por la influencia de factores biológicos ``externos'' e ``internos'' y la importancia de la influencia materna sobre el primer sexo. 4. La ``intersexualidad'' como una de las características del sexo al nacimiento.
1. En el embrión masculino hay un espacio que comunica la cavidad abdominal con el escroto, lo que constituye la vía para el descenso del testículo. Al final de la vida intrauterina este espacio se cierra, dejando como vestigio a la túnica vaginal, la persistencia de este espacio de comunicación y los defectos en el descenso del testículo han sido interpretados desde los años veinte como signo de intersexualidad por autores como Gregorio Marañón.
2. Es difícil hablar de influencias externas o internas cuando se hace referencia al embrión humano. Esto solamente es válido cuando se parte de una concepción de un individuo separado que simplemente se nutre en el útero materno, sin embargo, debe relativizarse cuando se piensa, como en este caso, al embrión y a la madre como una unidad indisoluble. Este matiz es de gran importancia en el debate actual sobre el aborto.