El fin de los Juegos Olímpicos de Atlanta deja sensaciones encontradas. Por una parte, la gratificación de haber asistido a la máxima fiesta del deporte mundial, a sus logros y a su espectacularidad, y de haber presenciado la difusión planetaria de un mensaje de convivencia entre los países en el marco de una sana rivalidad atlética. Por otra parte, la descorazonadora certidumbre de que, en Atlanta 96, el deporte mundial dio un paso más en su sumisión a los intereses comerciales, mediáticos y políticos.
En efecto, el interés de los atletas por medir su preparación, sus capacidades y su talento con colegas de todo el mundo está dejando de ser la clave en los encuentros olímpicos, y lo que está en juego en ellos es, de manera cada vez más notoria, el afán de los medios por conquistar audiencias, las luchas publicitarias entre marcas y las preocupaciones de los gobiernos por refrendar su imagen externa y justificar sus políticas mediante la obtención del mayor número posible de medallas. Aunque se habla poco de este aspecto de los Juegos, el número de millones de dólares obtenidos por empresas e instituciones públicas y privadas en el mercado olímpico es, ya, más significativo que las preseas ganadas por los competidores.
Esta dinámica ha impuesto que, en México, en Estados Unidos y en muchos otros países, el deporte se vaya convirtiendo en un espectáculo a cargo de especialistas, en detrimento de su carácter de actividad propia y participativa orientada a propiciar un desarrollo armónico del físico y la mente.Esta tendencia se agrava en nuestro país por el hecho de que la gran mayoría de los mexicanos viven una circunstancia que los obliga a concentrar sus esfuerzos en sobrevivir, sin tiempo libre para el esparcimiento en general y la práctica de un deporte en particular, en la cual la infraestructura pública respectiva ha ido quedando por debajo de las demandas de la población, y los precios de los accesorios y las instalaciones requeridas para realizar la mayor parte de los deportes están por encima de las posibilidades económicas de buena parte de la ciudadanía.
En este contexto, no cabe extrañarse del pobre desempeño de la delegación que representó a nuestro país, y resulta obligado preguntarse si no habría sido más aconsejable invertir de otra manera los recursos que se emplearon en llevar a Atlanta a una tan nutrida representación. Por ejemplo, en la creación de instalaciones deportivas en algunas de las muchas áreas y poblaciones que carecen por completo de ellas.