Toc Toc, se tocó en el cerebro. Hay alguien ahí? Obrero en esa fábrica de pasado que son los días, por más años que llevaba apretando la misma rondana, accionando los botones y los enchufes de la misma chingada máquina, se mantenía capaz de errores y torpezas inauditas, como si fuera su primer día. Pero, por qué iba a ser distinto al resto de los mortales?Toc toc, tocó otra vez. Tal como sospechaba, no había nadie. El velador siempre se duerme en la garita. Empujó la puerta lentamente, adelantó un pie, luego el otro, y entró. Los obreros, los vigilantes, los jefes, los intendentes, los barrenderos y los patrones, todos faltaban. A esas horas de la noche, ni la señora de las tortas.
Había cruzado el estacionamiento, el patio de las herramientas, y por la escalera de hierro, la oficina sindical, que está en el entrepiso y no tiene alarma.
Ya estaba ahí. La fábrica, detenida. Unas lucesitas azules, irregulares, dibujaban los pasillos con un resplandor metálico, interrumpido cada tanto por la lucesita roja de algún regulador funcionando.
Asomó al balcón de los capataces, que aquí se llaman Jefes de Departamento, como si fuera oficina del gobierno. A sus pies, la inmensa sala de producción en serie de los días. El hormiguero donde diariamente él pululaba.
En esa contemplación se estuvo un rato. El sabía que podía destruir todo eso. Estaba en sus manos. Cuántas veces lo había rumiado en los sótanos de su rutina, y había sido tema de chanzas de borracho y públicos delirantes con los compañeros en la cervecería. A lo largo de los años uno dice y piensa tantas cosas, mientras la vida sigue y nada cambia.Bastaba con el transformador. Tenía estudiado el tronido del corto circuito. Pero no lo haría. Hace muchos años ya, decidió que no lo haría nunca. La destrucción no va con su temperamento.
También sintió ese absurdo orgullo, que detestaba, del amor a la camiseta. El pensar que era una empresa estupenda, fabricaba días de buena calidad, tenía el equipo campeón de futbol en la Liga Industrial, una cadena de sucursales en toda la república, y de rodillas a la competencia. La clase de orgullos que alimentan los cursos de motivación que ofrece la empresa cada tanto, impartidos por los motivadores, esa espantosa ralea.
Bajó la escalera de incendio, sin las actitudes furtivas de un ladrón. Por eso mismo, nada más dio tres pasos y oyó caer cerca un bote de aluminio, que rodó y chocó con el soporte de la caldera.
Por suerte, el bote estaba, como su cerebro, vacío. Aún así, alcanzó a pensar qué solas están las cosas cuando se caen a solas. La tapa de la olla que rebota en el suelo en la casa vacía, en la cocina del desierto más solo, en el cuarto de servicio del paraíso. Los árboles que se caen de viejos. Las piedras que se desploman, pum, un día sobre la carretera cuando no pasa nadie. Qué solas están las cosas cuando nadie las escucha.
Llegó hasta el muro de concreto al fondo. Un muro eternamente desnudo, cuadriculado por tuercas inexplicables. Lo verdaderamente absurdo era lo que se proponía hacer. Sacó de la chamarra un espray. No es conmovedor? A su edad, abuelo ya, el tipo iba a hacer un grafiti. La primera pinta de su vida.
Nunca fue activista. Ninguno en esa fábrica, institución modelo en varios sentidos. Ni protestas, ni huelgas. Las elecciones de Comité Ejecutivo se hacían por lista. Daban igual.
Accionó precipitadamente el botón. Suisss, se roció de amarillo la camiseta y la chamarra. Típico.
Luego apuntó bien hacia el muro. Lo que resultó parecía una flor. Sacó otra espray. Apuntó bien ahora sí. Y salieron las letras que el bote de espray traía dentro, rojas y chorreantes como lluvia de verano: Despierten!! y un arañazo bien cholo que él quiso naranja.
Pero las palabras escritas no despiertan a nadie.
Al otro día mandaron borrar el absurdo atentado contra la pulcritud de la empresa, y él se hizo el desentendido, tan indiferente y divertido como sus demás compañeros de oficio.
Por más removedor que le untaron, el muro quedó manchado. El Jefe de Planta ordenó al Jefe de Mantenimiento que mandara pintar el muro y claro, lo pintaron gris.
La producción en serie de los dias siguió, ininterrumpidamente. La empresa, ante todo, era seria.