Luis Benítez Bribiesca
Descartes, el alma y la inteligencia artificial/II

Con el desarrollo extraordinario de las ciencias neurobiológicas resulta evidente que la mente es un producto de la actividad cerebral y no una sustancia diferente y separada de la materia. Todo lo que somos, pensamos, sufrimos, gozamos o creamos, dice Francis Crick, no es más que el resultado de una complicada interacción de millones de neuronas y moléculas en nuestro cerebro. Tal parece que Descartes se equivocó en su concepción dualista de materia y espíritu, y que ante los avances científicos actuales debemos cambiar a una postura monoísta donde la mente o el espíritu no son más que el resultado de la actividad cerebral. Pero el propio Descartes, quizas por intuición o por necesidad, tuvo que recurrir a una base biológica para explicar la interacción con el alma. En su tratado de Fisiología del Hombre considera a la glándula pineal como el sitio de conjunción entre la sustancia espiritual y la materia biológica.

Por ello es que, siguiendo el esquema mecanicista de la biología e imitando los complicados sistemas neuronales de nuestro cerebro se ha despertado la inquietud de crear la inteligencia artificial (IA). Hoy, neurobiólogos, expertos en computación y matemáticas se han dado a la tarea de construir complicados sistemas cibernéticos y de cómputo para tratar de generar esa entidad inmaterial que llamamos mente. Desde un punto de vista reduccionista la posibilidad de que una máquina electrónica pueda pensar parece enteramente factible y de acuerdo a muchos científicos será sólo un asunto de tiempo. Los enormes avances en la construcción de ordenadores y la posibilidad de simular redes neuronales y con ello de reproducir actividades de nuestra esfera mental en esas máquinas continúan alentando a los entusiastas de la inteligencia artificial en su tarea. Pero también aquí Descartes pareció adelantarse a uno de los problemas más debatidos del ámbito de la IA: Como distinguir la actividad mental verdadera de aquella generada por un instrumento perfecto que la simule. Hace 400 años este gran pensador advertía que ninguna máquina podría generar un lenguaje sintáctico y que aún si era capaz de desarrollar ciertas actividades tan bien como el humano siempre habría otras que no podría ejecutar.

No fue sino hasta 1950 que Alan Turing se planteó el mismo problema, pero ahora ante la realidad de la existencia de ordenadores. Este científico propuso la prueba que hoy lleva su nombre para distinguir a una máquina pensante de una que sólo realizara complicados sistemas algorítmicos.

Es muy significativo que algunas de las mentes más brillantes de nuestro tiempo se ocupen de este tema y se encuentren en un debate científico y filosófico de gran profundidad, que no veíamos desde hace algunas centurias. Un buen número de investigadores notables permanecen adictos al dualismo cartesiano como Sir John Eccles ganador de un premio Nobel precisamente en el campo de la neurobiología, quien sigue considerando al alma como entidad independiente e inmaterial. Pero el fiel de la balanza se inclina a la concepción materialista, y aún en ese terreno las discrepancias son vastas. Francis Crick, codescubridor del ADN y premio Nobel, ofrece una explicación neurobiológica y reduccionista del fenómeno anímico; Penrose un físico matemático galardonado junto con Stephen Hawkin con el premio Wolff, se opone a la idea de considerar al cerebro como un ordenador biológico extremadamente complejo y recurre a la teoría cuántica para explicar la mente. Por último, Gerald Edelman, ganador del premio Nobel por sus estudios sobre la estructura de los anticuerpos, propone una hipótesis de selección de grupos neuronales que generan por etapas la conciencia. A pesar de las discrepancias, es un hecho inescapable que cada vez mayor número de investigadores se afanan febrilmente para conseguir la IA. Pero, paradójicamente esto plantea problemas de enorme trascendencia filosófica. Por ejemplo, ¿podrán esas máquinas realmente pensar y sobre todo sentir? ¿Qué es realmente la mente o la conciencia? ¿Podrá una máquina tener libertad de pensamiento? Si por ahora asumimos que la mente es el producto de la actividad de un complejísimo órgano que es el cerebro humano, ¿podrá surgir de un instrumento electrónico? ¿Podrán existir mentes separadas de su sustrato biológico? Si esto fuera así resultaría que la mente podría surgir de cualquier instrumento que invente la propia mente y no necesariamente del cerebro que la creó.

Finalmente, como apunta Penrose, si la mente humana consigue crear otra inteligencia, a través de un aparato inanimado, estaría dotando a un conjunto de piezas electrónicas de la cualidad que distingue a nuestra especie y que es el producto supremo de la evolución universal y con ello renunciaría a su linaje privilegiado y único en el cosmos.

Todo este mundo alucinante pero que muchos consideran posible, conduciría a la pérdida de valores y a la mecanización del alma.

Quizás fuera mejor, a sabiendas, de persistir en el error de Descartes de hace cuatro centurias, como sugiere Damascio.