Mentiras de historia patria
La reclamación del ``penacho de Moctezuma'' es una invención de los medios. El penacho es una invención de Austria, y Moctezuma es una de las mayores vergüenzas que aprende uno en historia. A 90 millones de mexicanos tanto el penacho como el mismísimo Moctezuma, vergüenza de su pueblo, los tiene sin cuidado, prueba es que la gran mayoría ignora hasta la existencia de ese objeto, más aún su presencia en un museo de Viena. Pero un mexicano lleva algunos años disfrazado de algo que supone vestimenta azteca y bailando con sonajas frente al museo, para exigir a Austria la devolución del ``penacho de Moctezuma''. Lo primero que debemos poner en duda es la autenticidad del plumero, pues resulta difícil creer que pudiera sobrevivir un objeto tan frágil a las quemazones, rapiñas y pleitos por el botín entre los soldados; si sobrevivió, resulta difícil creer que se le pudiera seguir la pista a través de los caóticos primeros decenios en la existencia de México (pues antes de la ``conquista'' no existía este país, recordémoslo).
La descripción
Existe descripción pormenorizada del penacho de gala que llevaba Moctezuma, con todos sus demás aparejos, para impresionar a Cortés.
Dice Bernal Díaz del Castillo, en el capítulo 88 de la obra que todos le conocemos: ``Ya que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y el color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchiuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello...''
La descripción de Cortés
Hernán Cortés no menciona el penacho, pero hace, en su primera carta a Carlos V, una descripción de su entrada a Tenochtitlán que los mexicanos deberíamos aprender de memoria. Entra por Iztapalapa y comenta que ``tendrá esta ciudad doce o quince mil vecinos'', pasa por otras tres ciudades que tendrán, la primera, ``tres mil vecinos, y la segunda más de seis mil, y la tercera otros cuatro o cinco mil vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres...'' Llega finalmente a Tenochtitlán, la capital del imperio, con medio millón de habitantes, y relata: ``Aquí me salieron a ver y a hablar hasta mil hombres principales, ciudadanos de la dicha ciudad, todos vestidos de una manera y hábito, y según su costumbre, bien rico; y llegados a me hablar, cada uno por sí hacía, en llegando a mí, una ceremonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en la tierra y la besaba (no lo inventó pues el papa); y así estuve esperando casi una hora hasta que cada uno ficiese su ceremonia''.
Llegada de Moctezuma
Tras de que la nobleza azteca en pleno le hiciera caravanas a Cortés durante una hora, cosa que más bien lo hartó, y que se repite ahora ante presidentes y gobernadores, se presenta Moctezuma, rodeado por otros doscientos nobles. Cortés intenta darle un abrazo, pero dos acompañantes, que llevan al emperador sostenido por los brazos ``me detuvieron con las manos para que no le tocase''. Moctezuma había endurecido el protocolo de la corte a extremos no imaginados en las cortes europeas. Oigamos de nuevo a Bernal Díaz del Castillo: ``y venían otros cuatro grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma, barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas por que no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato...''
Aprehensión de Moctezuma
Como todos sabemos, y repite la Enciclopedia de México con tonillo de reproche, ``a pesar de las manifestaciones de amistad del conquistador, éste lo hizo prisionero (a Moctezuma), cosa que negó Moctezuma para apaciguar los ánimos de sus súbditos''. Hagamos cuentas: nada más la corte eran 1,200 nobles, sumemos 15 mil indios en Izatapalapa, 14 mil en otras ciudades vecinas y 500 mil en la capital. Cortés estaba rodeado, en el corazón mismo del imperio, por una población de 530,000 personas, y por varios miles de kilómetros se extendían otros dominios y ejércitos y millones más de indios.
¿Cuantos españoles eran? Sigue Bernal: ``por delante estaba la gran ciudad de México; y nosotros aún no llegábamos a cuatrocientos soldados''. ¿Y así aprehendió Cortés al emperador? Se entiende que por vergüenza sigamos ocultando estos números a los niños.
El temor a lo desconocido
¿Cómo se siente un soldado, de aquellos 400, al penetrar así en un territorio del que jamás antes había oído hablar? No podemos ni imaginarlo porque ahora el mundo entero es conocido y tiene carreteras, cocacolas y tarjetas de crédito. Tendríamos que estar llegando a Marte para sentir lo mismo, y ni siquera entonces, pues de Marte poseemos cartas geográficas precisas hasta detalles de pocos metros. Una idea de esa soledad la da Bernal: ``... y teníamos muy bien en la memoria las pláticas y avisos que nos dijeron los de Guaxocingo y Tlaxcala y de Tamanalco, y con otros muchos avisos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar desde que dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?'' La conquista ``española'' la hicieron, como aprendimos en primaria, los pueblos indios levantados contra el siniestro imperio que apenas tenía 100 años como pueblo libre y había pagado su libertad entregando al señor de Culuacán costales de orejas arrancadas al enemigo. Hasta allí se entiende, pero ¿cómo ocurrió que al día siguiente de la caída de Tenochtitlán aquellos miles de recién liberados indios no dieran la gracias a Cortés y lo enviaran a su casa? ¿O, para no discutir mucho con él, lo mataran junto con sus menos de 400 soldados?
Un hecho asombroso
El hecho es que no fue así. ``Prendióse Guatemuz (Cuauhtémoc) y sus capitanes en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén''. Y vino luego lo más asombroso: 550 mil indios capitalinos, más muchas decenas de miles de aliados, vieron con horror a 12 frailes derrumbar, como iluminados, ídolos y altares, vieron a Cortés tomar el mando del imperio, trazar una nueva ciudad, fundar un país y ``ni por pensamiento lo miraron a la cara''. Por eso la caída del torvo y sanguinario poder azteca, aborrecido desde la costa del Golfo hasta Oaxaca, y desde Tabasco hasta los desiertos norteños, debe ser la fecha fundadora de México, que nace de un triunfo y no de una derrota, el triunfo de sus habitantes actuales, que nos apellidamos González, Meneses, Velázquez, Lira, Peña, Sánchez, Cárdenas, Muñoz, Zapata, Hidalgo, etcétera, e insultamos a España en español cada 13 de agosto y 12 de octubre. Así que el falso penacho, cuyo único mérito artístico no es el descrito por Bernal, sino apenas el que pusieron los quetzales masacrados, puede emplearse como plumero, pues no tiene otro valor.