La Jornada 5 de agosto de 1996

La Merced, en guerra por el control de calles y prostitutas

Alberto Nájar Calle por calle, el territorio de La Merced está en disputa. Lenones, representantes y organizaciones de prostitutas protagonizan una virtual guerra por los lugares más productivos, que deja hasta el momento tres mujeres asesinadas y decenas más golpeadas o acuchilladas en sus frustrados intentos por sacudirse el control de sus ``protectores''.

A decir de las propias trabajadoras del sexo, los apoyos que desde hace años ofrecen las autoridades y el trabajo comunitario que realizan las organizaciones no gubernamentales poco impactan en sus vidas, que siguen igual que antes. Es más, a la tradicional explotación de que son objeto se añade un elemento del siglo XX que se apodera poco a poco del viejo barrio: el consumo de inhalantes y cocaína es cada vez mayor e incluso se sabe de por lo menos diez puntos donde se venden las drogas.

Paralelamente, en medio de la pelea por acaparar territorio o representar al mayor número de mujeres posible, aumenta el riesgo de contraer el virus del Sida por la práctica cada vez más común de relaciones sexuales sin protección.

De San Pablo a Mixcalco

En la zona de La Merced trabajan cotidianamente mil 500 prostitutas, quienes prestan sus servicios en dos turnos. Cada una de ellas está asignada a un lugar específico y tiene prohibido moverse de allí; generalmente se trata de una esquina, unos metros de la acera o las afueras de algún hotel determinado.

De acuerdo con un estudio realizado por la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer, el territorio del barrio se divide en tres grandes áreas. La primera, desde avenida San Pablo hasta Corregidora y los alrededores de Mixcalco, está controlada por Humanos del Mundo contra el Sida (Humsa), que agrupa a entre 600 y 700 mujeres. Las calles que se ubican entre Corregidora y Mixcalco, incluidas las plazas de Loreto y La Soledad, están bajo la égida de representantes independientes y se considera una zona regulada por las delegaciones Cuauhtémoc y Venustiano Carranza.

Por último están los callejones, donde trabajan 400 mujeres vigiladas estrechamente por los herederos de Lázaro El Zacatero, uno de los mayores tratantes de blancas de la década de los setenta. Es aquí donde --de acuerdo con la Brigada-- se presenta con más frecuencia la prostitución de menores y donde más relajados son los controles sanitarios; incluso cada vez son menos las mujeres que utilizan preservativos.

En todas partes las prostitutas pagan cuotas para que les permitan trabajar, y varían según la zona el tipo de vestimenta que utilizan y las ambiciones de quienes las protegen. En La Merced la tarifa por ingresar en el gremio es de 150 pesos y normalmente las representantes cobran entre 10 y 20 pesos diarios por el alquiler de un pedazo de suelo. Humsa cobra además 30 pesos diarios por el derecho a usar minifaldas o escotes pronunciados. Las tarjetas de control sanitario que se supone son gratuitas cuestan 30 pesos, y es frecuente que les pidan contribuciones extra por diversos motivos, desde organizar desayunos para funcionarios de las delegaciones hasta la cooperación para el funeral de alguna compañera suya, donde también se presentan irregularidades.

Mónica La Pelos, quien regularmente trabaja en Circunvalación y San Pablo, recuerda que en junio, para el sepelio de una de sus compañeras, Verónica Hernández, Humsa les pidió 20 pesos a cada una de las 600 mujeres que representa, pero al final la caja y el espacio en el panteón fueron pagados por la delegación Venustiano Carranza. ``Y de la lana nunca nos dijeron a dónde fue a parar'', se quejó.

Es este el origen de una disputa permanente: las ganancias que genera a diario el sexoservicio, y por esta misma causa los lugares con mayor afluencia de clientes son los más codiciados.

Fernanda, que usualmente trabaja en los alrededores de la Plaza de la Soledad, afirma: ``Se están peleando las calles. Si alguna se quiere salir o dejar a su viejo le va como en feria; de menos te madrean, te pican o de plano te mandan a dormir.''

Así ocurrió este año con Estela Peña, asesinada a balazos afuera del hotel Regina el 1o. de enero. Según testimonios recabados entre las que fueron sus compañeras, tuvo problemas con El Negro, su ``protector'', porque quería dejarlo y trabajar por su cuenta en Corregidora.

``Seguido le daba con un látigo en la espalda y en las nalgas, que es como pegan esos cabrones'', dice una amiga suya que se hace llamar La Quiquis. ``Era de todos los días, El Negro le decía que aunque la matara no la iba a dejar que se fuera. Y ya ves lo que le pasó.''

Otro caso fue el de Erika Trujillo, apuñalada en mayo; su cadáver apareció en la Plaza Loreto. Ella se había independizado del callejón de Santo Tomás desde principios de año y al parecer sus antiguos protectores no se lo perdonaron.

El caso más reciente se presentó a finales de junio, cuando en el hotel Hispano apareció el cadáver de Verónica Hernández. Según recuerda Fernanda, quien la conoció de cerca, el dictamen de la necropsia indicó que su muerte se debió a una sobredosis, pero se sospecha que se trató de un homicidio.

``Qué casualidad que tenía las medias amarradas en el cuello'', comenta con amargura. "Estaba embarazada de cuatro meses y ya le habían dicho que el niño no podía nacer porque ya tenía uno, pero ella desobedeció a José Luis y Guillermina que la explotaban. Hasta se fue de la casa donde la tenían, se quedaba en ese hotel donde la mataron.``

Golpes de la vida

De acuerdo con Fernanda y La Pelos, los tres homicidios anteriores son una parte de las agresiones que padecen las prostitutas desde que inició la disputa por el territorio en La Merced. Las amenazas, golpizas y apuñalamientos ``son de todos los días porque nos quieren traer cortitas; los de Humanos andan diciendo que mejor se afilien de una vez porque cuando saquen la ley de prostitución ya no nos van a dejar trabajar. Y las que dicen que no, se las ven con La Maratonista''.

Esta mujer se llama Angélica Flores López y se encarga de cobrar --a veces con violencia-- las cuotas a las afiliadas a Humsa, y en varias ocasiones ha querido controlar los puntos de las mujeres independientes, como los alrededores de los hoteles Hispano y Veracruz.

Pero no es la única contra quien se han interpuesto quejas. El 19 de julio pasado se levantó la averiguación previa 04/03233/96-07 por el delito de lesiones y amenazas en contra de Guillermina López Aguilar, representante de las prostitutas de la calle Margil, porque mandó golpear a María del Carmen Meza Reyes y a Adelaida Hernández Hernández que se negaron a pagar las cuotas.

Antes presentó quejas Nayeli, de 14 años, a quien pretende obligar a que termine con su embarazo porque se reducirían sus ganancias. Al resto de las 30 muchachas que controla ``dijo que nos iba a madrear si hacíamos lo que María y Adelaida''.

La disputa por el territorio se combina con dos factores: el consumo creciente de cocaína en la zona y la práctica cada vez más común de relaciones sexuales sin protección. De acuerdo con Brigada Callejera, esto último se originó en el cobro excesivo por los preservativos en hoteles y cabarets, pues en algunos lugares se venden hasta en 60 pesos, ``lo quieras o no, de todos modos te lo cobran'', señala Jaime Montejo.

La demanda de cocaína originó la proliferación de los puntos de venta. Diez son los más conocidos en la zona: Plaza Loreto, la calle Margil, Mixcalco, el circuito que forman Corregidora, Circunvalación y Santa Escuela, las afueras del hotel Tampico, los callejones de Santo Tomás y Manzanares, los alrededores de la estación Pino Suárez del Metro y la Plaza de la Soledad, señalada por las consumidoras como centro de distribución al mayoreo.

Una ``grapa'' del alcaloide se cotiza en 50 pesos, equivalente a la tarifa que se cobra por un servicio básico. Algunas mujeres, sobre todo las de edad madura, tardan hasta dos semanas en conseguir un cliente, al cual le cobran con frecuencia sólo 20 pesos.

Estos elementos agudizan la pelea por La Merced y sus ganancias, en la que las prostitutas quedan atrapadas. ``Somos las más jodidas'', se queja Fernanda. ``Muchas le entran a la droga porque es la única forma como pueden trabajar, la única manera en que no se sienten mierda. De todos modos sabemos que nos vamos a morir aquí.''