Es esa cosa de saber con precisión dónde se está sobre la faz del planeta. Yo: meridiano cero de cada cabeza un mundo. En el hemisferio oriental una infancia de resonancias freudianas y concretas etapas piagetianas; por el lado del crepúsculo un porvenir lacaniano cada día más rápido y la muerte segura (lo peor de la vida está por venir, neurofisiológicamente hablando).
Tú, el otro, mundo aparte sobre los hombros, meridiano cero a la vez de tu mapa celeste y sus antípodas infernales. Contrincante en la brega cotidiana y en el amor, hermano en las junguianas profundidades colectivas: cáscaras de nuez en el mar atávico del instinto vuelto símbolo.
Yo, el hombre: aquí, en este punto preciso, comienza y termina el mundo, meridiano cero donde llegó, siempre esforzadamente, la filogenia y del cual, con el mismo difícil curso, parten la historia y su sombra el inconsciente.
Yo: el hombre. Si la molestia dura más de tres días, consulte a su analista.