MIRADAS Consuelo Cuevas Cardona
Profecías

Cuando Mendeleiev leyó el informe que Lecoq de Boisbaudrau le envió, sintió una emoción profunda. Lecoq le avisaba del descubrimiento de un elemento nuevo, al que había llamado galio, que por su peso atómico y sus propiedades se situaba debajo del aluminio en la tabla que el químico ruso había propuesto en 1869.

Ya lo decía yo pensó, jamás dudé que existiera, y estoy seguro de que pronto se descubrirán los demás.

Mendeleiev recordó el día en que expuso a sus colegas la manera en que había ordenado los elementos, hasta entonces conocidos, en una tabla periódica. Mostró cómo los había acomodado de acuerdo al orden creciente de sus pesos atómicos, y cómo había podido agruparlos en columnas de características similares. Con entusiasmo les señaló los espacios que había dejado vacíos para que en ellos se colocaran elementos que aún no se descubrían pero que, indudablemente, debían existir. Esto último fue recibido por algunos con escepticismo.

Mendeleiev pudo ver muchos gestos de desdén. Seguramente aquellos químicos pensaron que ya había salido a relucir el alma supersticiosa que siempre se achacaba a los hijos de las estepas rusas. Pero el asombro de estos señores no tuvo límites cuando Mendeleiev continuó con su explicación y les describió las propiedades que tendrían esos elementos que aún nadie había visto jamás. Las exclamaciones de incredulidad empezaron a oírse por toda la sala; sin embargo, él se mantuvo firme hasta finalizar el discurso que había preparado.

Cuando terminó, mezclado con las voces de duda, se escuchó un aplauso ensordecedor proveniente de los que sí creyeron en sus profecías. En realidad su explicación fue tan clara y estaba respaldada por un trabajo científico tan serio, que a muchos no les cupo la menor duda de que esos elementos iban a ser descubiertos tarde o temprano.

Además, les emocionó el que, por fin, se hubiera dado un orden a esa química que hasta entonces parecía estar en un aparente caos.

Ahora, Mendeleiev tenía la primera prueba de que su hipótesis era correcta. El galio descubierto por Lecoq de Boisbaudrau era, sin duda, el eka-aluminio que él había descrito seis años antes, y este hecho lo llenó de orgullo.