Concluido el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo organizado por el EZLN, y sin conocer el contenido de las discusiones que ahí se realizaron más que por las escuetas informaciones periodísticas, quisiera hacer algunas observaciones al margen.
Hay periodos en la historia moderna de occidente de aceleración súbita de progreso técnico y creación de riqueza. Estos periodos generan la multiplicación de los vínculos económicas entre distintas partes del mundo, la integración de mercados anteriormente independientes. Son periodos de trastocamiento profundo de la vida, de las formas de producir y de las modalidades de la convivencia colectiva. Lo mejor y lo peor de la historia se mezclan ahí haciendo del ``progreso'' una maquinaria social que genera riqueza en medio de nuevas formas de pobreza. Y el resultado es siempre la dificultad de formular juicios sumarios y moralmente unívocos.
Cómo ponerse frente a estos periodos? Como decía Umberto Eco hace años, las cosas están claras sólo para dos géneros de individuos: los apocalípticos y los integrados. Sólo para las víctimas de un progreso que apenas les deja al precario derecho a la lamentación y a distintas formas de nostalgia utópica y para los beneficiarios que cabalgan el tigre del progreso con un entusiasmo evangélico y el mayor desinterés hacia sus costos sociales. Siempre hay, en distintas formas, en la historia moderna, los Savanarola de un lado y los Jacob Fugger del otro.
La izquierda es otra cosa. Es protesta, sin duda, pero también es la búsqueda de la conciliación, dentro de la historia, de progreso y bienestar. Una tarea siempre endemoniadamente compleja, sin garantías de éxito y sembrada de trampas, tentaciones acomodaticias o fugas milenaristas.
Permítaseme el recurso de la historia. En el siglo XV, bajo el dominio borgoñón, Flandes comenzó su ciclo explosivo de desarrollo económico rompiendo el proteccionismo municipal de Gante y Brujas, y desmontando los antiguos privilegios de las corporaciones profesionales. La resistencia de los viejos artesanos, trastornados por cambios que alteraban añejas formas de vida, terminó por ser derrotada por las nuevas energías del capitalismo naciente. Y algo no muy distinto ocurriría tres siglos después con las luchas luddistas contra las maquinarias que desplazaban a los trabajadores convirtiéndolos en una nueva masa urbana depauperada y sin dignidad profesional.
La izquierda del siglo XIX es la heredera inteligente de estas derrotas. El progreso técnico y los cambios asociados a él no pueden (ni deben) ser derrotados sino orientados en otras formas.
Y he ahí el problema real. La gigantesca dificultad, el reto concreto.
Hoy, en otras formas, estamos frente al mismo dilema. El neoliberalismo es una forma de inconciencia que en nombre del progreso olvida la gente. Sin embargo, el soslayar los puntos de fuerza reales que están detrás del neoliberalismo significa confundir la máscara con el rostro real detrás de ella. Satanizar la máscara es demasiado fácil. El reto es cómo administrar las fuerzas de las cuales la máscara es sólo una versión ideológica.
Hic Rhodus, hic salta, decían San Pablo y Marx.
En un periodo, como el actual, de avances técnicos epocales, desempleo masivo y marginación creciente de grandes regiones del mundo, las opciones no son fáciles para la izquierda. Pocas veces como hoy se requiere lucidez e inteligencia. Como decía Gramsci, los poderosos no necesitan inteligencia, tienen el poder. Pero sin inteligencia colectiva los pobres están destinados a seguirlo siendo.
A conclusión del ciclo histórico inaugural del desarrollo capitalista, la proto-izquierda produjo revoluciones que trajeron sufragio universal y democracia política. A conclusión del prolongado ciclo iniciado por la primera revolución industrial llegó, y otra vez gracias a las luchas y la inteligencia de la izquierda, el proyecto socialista y el Estado de bienestar. Qué producirá la izquierda a la conclusión del actual ciclo histórico de progreso técnico y globalización? Reconozcamos que aún no lo sabemos. Y más vale que lo descubramos lo más pronto posible antes que los daños de este ciclo de progreso con desempleo se vuelvan irreparables.
La denuncia del neoliberalismo es necesaria pero está muy lejos de ser suficiente. La globalización no es el enemigo sino sus modalidades. A menos que se crea en la viabilidad de caminos que nos conduzcan nuevamente a las misiones jesuitas de Paraguay o a las autonomías municipales del siglo XIV. Tal vez por desgracia, pero esto es la historia: un camino hacia adelante. Por lo menos, esto es lo que la izquierda siempre ha pensado.