Luis González Souza
Nuestro espejo colombiano

Es natural que las naciones latinoamericanas se identifiquen unas a otras en una red interminable de espejos. Finalmente, se trata de naciones hermanas. Lo importante es que esos espejos sirvan para sumar identidades y aun para evitar futuros indeseables.

No obstante la grandeza de Colombia, los simplismos han llevado a identificarla con lo peor del narcotráfico. La colombianización de tal o cual país ya es casi una categoría analítica de los expertos en el tema. En su asepción más convencional, dicho término alude a una singular penetración del narcotráfico en las propias estructuras del Estado. Ahora hay que agregar otra asepción, fruto de la acrecentada hostilidad de Estados Unidos contra Colombia, que ha llegado al extremo de cancelar la visa al mismísimo presidente colombiano, por no obedecer puntualmente las directivas estadunidenses en la lucha antidrogas. Directivas entre las que destaca la extradición de determinados narcotraficantes.

México ya se ha colombianizado, o está en vías de hacerlo? Por incómoda que parezca a algunos, esa interrogante ya tiende a generar un debate de la mayor importancia. Respecto a la primera asepción apuntada, todavía predomina mucha incertidumbre acerca de cuánto se ha encumbrado el narcopoder en México. Lo cierto es que, de no transitar pronto a una genuina democracia, lo que discutirán los expertos mañana, será la mexicanización de Colombia.

Igual o más claros son los indicios de colombianización como sinónimo de acrecentadas presiones estadunidenses. El último de ellos, la enmienda Domenici, es de suyo elocuente. Como se sabe, esa reforma aprobada ya por el Senado, aún no por la Cámara de Representantes busca congelar parte de la ayuda estadunidense a México en materia militar, hasta que no sean extraditados los diez narcotraficantes más buscados en territorio mexicano.

Tal enmienda revela bien la dinámica del dar la mano y después perder hasta el hombro. Antes, Estados Unidos parecía conformarse con que México diera importancia a la lucha antinarcóticos. Ahora, lo que parece buscarse es la conversión de México en un simple agregado territorial del sistema judicial de Estados Unidos. Nadie sino el gobierno de éste diría a quién arrestar y nadie sino él podría enjuiciarlo.

Con razón, el gobierno mexicano expresó su protesta, aunque con el retraso y la tibieza ya clásicos. Como sea, la escalada de exigencias estadunidenses conserva intacto su caldo de cultivo: la sumisión del gobierno mexicano. Más allá de los discursos, la lucha contra el narcotráfico en México depende más y más de Estados Unidos. Y esa dependencia va desde recursos financieros y logísticos, hasta políticas y enfoques de corte policiaco-militar, sin importar su probada ineficacia. Indicadores recientes incluyen 73 helicópteros proporcionados a México por Estados Unidos lo mismo que sobrevuelos del territorio mexicano (66 de 68 solicitados, según cifras del Departamento de Estado).

Qué bueno que, por fin, Estados Unidos promete luchar contra el narcotráfico conforme a una ``estrategia común'' con México (un logro de la reciente reunión, en Washington, del Grupo de Contacto de Alto Nivel). Eso es bueno porque el narcotráfico, actividad del todo trasnacional, requiere de luchas multinacionales. Ahora sólo falta lo medular: que aparte de conjunta, sea una estrategia democrática. Es decir, diseñada y aplicada, en pie de igualdad, conforme a los intereses de ambas naciones. Trabajar conjuntamente pero con la vieja dinámica de opresión/sumisión no hará sino envenenar más las relaciones México-Estados Unidos, al tiempo que seguirá infructuosa la lucha antidrogas.

Aislado, México no logrará que Estados Unidos rectifique. Sólo lo logrará si suma fuerzas, en primer lugar con los países latinoamericanos más afectados por el narcotráfico (y las consiguientes embestidas imperiales). Fue precisamente en Colombia donde se fraguó, a principios de los ochenta, el Consenso de Cartagena para intentar (sin éxito) un frente común contra el pago de la deuda externa.

Es hora de pensar en un Consenso Latinoamericano Antidrogas para afrontar, de manera tan creativa como propia, la lucha contra el narcotráfico. Y ahora, desde luego, para que sea un Consenso exitoso en vez de volver a morir entre las cenizas del esquirolaje y de la autocensura.