Continúo los comentarios aparecidos la semana pasada respecto a la muestra Autorretrato años noventa que se exhibe en la Sala Tablada del Museo de Arte Moderno hasta el próximo 20 de octubre. Quienes la han abordado en la prensa han cuestionado la pertinencia de algunas inclusiones. Pero eso no quiere decir que --salvo dos o tres ejemplos-- todos los comentarios guarden consenso. Antes al contrario, difieren bastante. Mencionaré que hubo dos invitaciones dirigidas a artistas considerados Naive, que han practicado el retrato. Sin embargo inesperadamente sus productos cambiaron de tónica y resultaron kitsch. Recordemos, sin embargo, que el kitsch es categoría estética, aunque hay kitsch profesional y asumido así como hay kitsch involuntario. De uno y de otro tenemos en esta discutida muestra, pero yo sólo voy a referirme y en forma muy breve a la primera categoría, donde puede situarse el autorretrato de Carlos Jaurena ``vestido de buey'' (un ensamblaje que incluso contiene unos cuernos colocados exactamente encima de la cabeza del autorretrato, cosa que a mí me hizo mucha gracia). Refinadamente kitsch es el minucioso y muy profesional autorretrato de Xavier Esqueda, quien se rodeó de los elementos iconográficos presentes desde hace tiempo en su pintura.
La calidad técnica es inegable (obsérvese, por ejemplo, el realismo ilusionista con el que está entregado el lagarto). Aunque al pintor le falló un poco el escorzo del brazo izquierdo, con todo y lo kitsch (o precisamente por la manera en que lo asume) esta pintura puede contarse entre las mejores del conjunto. La obra de Froylán Ruiz: ``Fragmento mi cuerpo para que dure un siglo'' pertenece a la categoría del kitsch posmoderno. Kitsch del bueno (al menos muy socorrido) es el Edíptico de Arturo Elizondo que se autorretrató como mujer a la diestra de su señora madre. La rosa deshojada cuyas espinas lo hieren se acompaña de ciertas connotaciones nacionales entregadas a modo de predella: un chile jalapeño, una tuna y una nuez.
En el atrevido cuadro de Dulce María Núñez como novia de Cristo hay también acentos kitsch propositivamente buscados.
En cambio, creo que el efecto del Autorretrato con arpa zacatecana de Ismael Guardado parece ser involuntario y deriva del hecho de que traspuso lo que para él es su ``yo ideal'' (como músico folk, no como pintor). Algo similar puede decirse de Gelsen Gas, quien al igual que el anterior, rejuveneció bastante su fisonomía, cosa que no sucede con el Autorretrato en efigie de Arnaldo Coen. Hasta aquí lo kitsch.
Algún entendido ha elogiado la entrega de Phil Bragar, Autorretrato interior, que a mí me parece sumamente similar a un retrato que el propio Phil me hizo hace algunos años. ¿Nuestros respectivos interiores tendrán algo en común? Sí: debajo de la piel están los músculos faciales y la calavera. La acentuada asimetría en el rostro de Luis Argudín y la difícil inserción del cuello a la clavícula me desconcertó al principio. Después de verla varias veces la pieza resulta fuerte y bien pensada.
Totalmente anti-kitsch son Estrella Carmona y Luciano Spano. La entrega de la primera corresponde a una muy buena pintura que podríamos encontrar en cualquier Bienal o exposición suya. Si se observa la fortísima fisonomía que entrega su fotografía tomada por Rogelio Cuéllar, se cae en la cuenta de lo que pudo haber realizado poniendo atención tanto a su parecido como a su idiosincrasia. Ambas cosas, sumadas a una tremenda percepción introspectiva están presentes en la cabeza de Luciano Spano, obra favorita de espectadores ``entendidos''.
Hay que fijarse en cada una de las secciones que integran el Autorretrato de El Gritón. Coincide con Yolanda Paulsen en querer hablar de medio ambiente. Es una pieza ecológica fragmentada en la que concluyen la abeja africana, la leche contaminada, los peces (vivos) que morirán, la radiactividad, el sitio de los crímenes, todo unido por vasos comunicantes (arterias) que vinculan estos elementos a su rostro.
Hay tres piezas necrófilas. La pintura de Martha Pacheco llega a ser convulsiva sin afiliarse para nada al surrealismo (es quizá la más impresionante de todo el conjunto); la de Agustín Portillo es conceptual y la de Alejandro Escalante es una lápida sepulcral en la que reposa su cabeza tallada en granito.
La participación de Francisco Toledo está integrada de tres pinturas y tres piezas pequeñas en barro crudo de Oaxaca que corresponden a la idea de ``Imágenes del cuerpo''. Está su anatomía, la percepción de sus vísceras en relación directa con su fisonomía y un retrato prospectivo referido al Dios Huehuetéotl. Creo que no se puede pedir más, ni en el aspecto conceptual ni en el de realización.
Al igual que Luis Fracchia (su autorretrato es el preferido de muchas damas), Arturo Rivera ostenta en el anular su argolla matrimonial. Esta pieza se encuentra incluida en una famosa colección regiomontana de autorretratos de artistas de todas latitudes y desde aquí se agradece al dueño su generoso préstamo. Se trata de un autorretrato realista en el que la mirada resulta ser depositaria de la psique. Realista, pero de otro modo es el autorretrato de Marco Tulio Lamoyi La primera letra de tinte rousseauniano (no del Aduanero, sino de Juan Jacobo).
Puede decirse que hoy día padecemos todos los tiempos, así nos lo hacen ver las redes que la historia del arte nos tiende y las simultaneidades otrora inconcebibles (estéticas y antiestéticas) que ofrece esta muestra.