Fueron tan descorazonadores los resultados obtenidos por nuestros atletas en las Olimpiadas de Barcelona de 1992, que por órdenes de Carlos Salinas de Gortari se creó un comité ad hoc para revisar las causas de tan estrepitoso fracaso. El malestar no era para menos: la cosecha se limitó a una medalla de plata. Medalla que no podía menguar el sabor amargo de la derrota, pues su precio fue muy costoso: 90 mil millones de viejos pesos.
La Comisión de Evaluación trabajó arduamente en agosto de 1992 y elaboró un Dictamen sobre la participación del equipo mexicano en los XXV Juegos Olímpicos y el estado del Deporte Nacional. Este documento tenía dos propósitos claves: evaluar lo sucedido y emitir recomendaciones para que en 1996 las maletas de nustros atletas llegasen con medallas en vez de excusas. Dentro del apartado de conclusiones se dijo: ``Los resultados de Barcelona evidenciaron duplicidad de mando, ineficiencia en la preparación, falta de seguimiento médico, de control por parte de las Federaciones y de asesoría técnica y actualizada suficiente. Esto refleja que nuestra organización deportiva es en gran medida burocrática, auspiciando desorden y por tanto dispersión de recursos''. Se dijo también que ``hubo falta de coordinación entre médicos, entrenadores y deportistas, siendo ésta una de las principales determinantes en los resultados deportivos''. A cuatro años de distancia resumo las palabras del doctor Guillermo Soberón, quien fungió como presidente de la comisión evaluadora: caos.
En la sección de recomendaciones, la frase inicial del Dictamen es la más importante de todo el texto: ``Para los próximos Juegos Olímpicos (Atlanta) se recomienda...'' Copió algunas sugerencias:-Asegurar que haya coordinación entre instituciones y personas que intervienen en el ciclo olímpico.
-Elaborar un plan maestro de largo plazo a partir de 1992, en el que intervengan las Federaciones Nacionales.
-Designar de inmediato a los Entrenadores en Jefe para hacer los ajustes necesarios y supervisar su estricto cumplimiento.
-Creación de enseñanza de posgrado e investigación, apoyados con laboratorios y elementos de informática para la formación de recursos humanos de óptima calidad.
En el Dictamen hay por lo menos otras 20 recomendaciones. Emana obligada la pregunta: qué hicieron nuestras autoridades con el contenido del documento? Si las medallas son el instrumento que permite evaluar, la respuesta es, nada. Y, agrego: como siempre.
México, lamentablemente, es un país en que la cultura de la improvisación y la falta de continuidad son la norma. Por extensión, se desoye el pasado y el resultado es que los errores se repiten sin cesar. Es falsa la afirmación que sostiene que ``lo que importa es competir, no ganar''. En tiempos tan críticos para nuestra nación, en épocas en la que la moral y el orgullo son difíciles de encontrar, nada mal nos hubiesen hecho algunas medallas. Temo que además de la preparación insuficiente, el pesar de la incertidumbre, la idea de la desesperanza y la desconfianza que cohabitan en, y con todos los mexicanos, haya contagiado a nuestros atletas.
No se trata de culpar, pero tampoco de olvidar. Asimismo, es ilícito hablar de Australia sin recordar Barcelona. Al igual, sería erroneo soslayar que desde 1924, fecha en que iniciamos nuestra participación en olimpiadas, sólo hemos obtenido 41 medallas nueve en las de 1968. Si el deporte no es cualidad mexicana, ya sea por naturaleza o por incapacidad de las autoridades correspondientes, sugiero entonces destinar el dinero para otros fines: alimentación, educación, Chiapas.
Atlanta no engaña. El resultado es tangible: una medalla. La tabla de preseas finales tampoco puede dejarse de lado: duelen las comparaciones pero hay que hacerlas. Países mucho más pequeños y pobres que el nuestro obtuvieron más medallas: Marruecos, Trinidad y Tobago, Kenia. Ni qué decir de Cuba.
Nuevas Comisiones Evaluadoras repetirán el diagnóstico. Sería un sinsentido convocar a otro equipo dictaminador. Quizá recabar la opinión de cada uno de los deportistas, permitiéndoles expresarse libre y anónimamente podría servir de algo. Pedirles que juzguen a las autoridades, sería no sólo adecuado, sino obligado. Otra urgencia es que nos tomemos en serio: en épocas de Tratados de Libre Comercio la improvisación ha dejado de funcionar.