Entre los humos densos de estos días que muestran desacuerdos y hasta un posible ``estancamiento'' de las negociaciones en Chiapas y los balances de la reciente reforma electoral, el país entero vuelve a mirar el caso Colosio y la polémica liberación de Othón Cortés. Son muchas las preguntas que surgen en este espacio de incertidumbre que crece al paso del tiempo y muy pocas las respuestas.
Hay problemas que se mezclan. No se sabe si estamos de nuevo en los días siguientes al 23 de marzo de 1994, con las mismas interrogantes. Tampoco queda claro si toda esta última etapa, de diciembre de 1994 a la fecha, casi 21 meses, ha sido completamente inútil en términos de resolución judicial del caso. Otra cuestión que no termina de embonar son las grandes expectativas de la ciudadanía y los resultados casi nulos de la investigación que ha llevado a cabo la fiscalía especial del caso. El caso se ha movido de forma irregular entre dos hipótesis que se han trabajado, la del asesino solitario y la del complot; la primera ha quedado prácticamente descartada en cuanto a la credibilidad social, a pesar de tener soporte penal, y la segunda ha sido aprobada socialmente, pero no se ha podido avanzar casi nada en términos penales. Una de las paradojas que se vive en cuanto a la hipótesis del complot es que poco a poco han sido liberados los supuestos involucrados materiales en el complot, desde Tranquilino Sánchez y los Mayoral, hasta Othón Cortés. Este último personaje, considerado como un eslabón clave de la fiscalía especial que comanda Pablo Chapa, soportaba la hipótesis del complot por ser supuestamente el segundo tirador. Ahora que el señor Cortés está libre lo único que queda en firme es el ``asesino solitario'' Mario Aburto en Almoloya, el cual es para muchos otra persona a la que apareció en Lomas Taurinas. Es como si la hipótesis del complot se hubiera derretido. Nadie quiere culpables inventados, pero resulta complicado entender por qué no se logra avanzar en la investigación del caso Colosio: será un problema de los jueces y del sistema judicial mexicano o simplemente se trata de que no hay evidencias suficientes, la pregunta seguirá sin respuesta.
La confusión crece y la desconfianza se desparrama. Los colosistas están seguros de que fue un crimen planeado, un complot que cumple todas las reglas: lugar, fecha, mecanismos, borramiento de huellas, desaparición de culpables, intereses políticos. Una parte importante de la ciudadanía considera que en efecto se trató de un complot. Existe ya toda una serie de hechos y datos que se han juntado y se han enfatizado para señalar que se trató de un crimen de Estado y no de un simple asesinato. La historia que todavía no se termina de contar y de asimilar de ese terrible año de 1994 sigue presente. Libros y libros se publican con muchas explicaciones, al grado de que se ha llegado a cierta saturación; la industria sobre 1994 sigue produciendo y la herencia de conflictos no ha desaparecido de nuestro escenario cotidiano. Resulta como si en ese año se hubieran juntado todos los nudos de un sistema político que empezó a desatarse de golpe y por la peor vía posible: con violencia, asesinatos e impunidad. Con toda esta carga, que a veces se vuelve casi un parteaguas, resulta difícil considerar como válida la hipótesis del asesinato común y corriente de un loco solitario.
Para bien o para mal lo que sucedió en 1994, y centralmente el asesinato de Colosio, se ha convertido en una piedra al cuello del país que lo atrapa sin salida. Para la sociedad es un asesinato que no se ha resuelto; para el PRI Colosio se ha convertido en el símbolo de su actual situación, es el héroe caído en la batalla, el proyecto de transformación que se frustró, y al mismo tiempo, su muerte resulta ser la evidencia de sus propias contradicciones, de su violencia interna; para el presidente Zedillo resulta muy importante resolver el caso, es una responsabilidad moral y es un resorte de legitimidad que no ha logrado sumar a su gobierno; para el panismo y el procurador Lozano es un reto que no ha podido cumplir y que le ha costado estar bajo el fuego cruzado de múltiples intereses y tiradores. Ahora que se derrumbaron las pruebas del complot se les complica la vida a las autoridades de la Procuraduría y a la Presidencia de la República la mete en un problema: cuánta ineficacia aguantará más este caso sin resolver y con estas autoridades?Qué se puede esperar hacia adelante en este caso? Seguir sosteniendo la hipótesis del complot se complica al extremo porque si las piezas inmediatas se han desvanecido, será prácticamente imposible llegar más arriba. La exigencia de justicia puede empezar a decrecer y el 23 de marzo quedar como una fecha importante que año con año servirá para empujar la memoria de un asesinato que no se resolvió de forma satisfactoria y cuyas sombras seguirán persiguiendo a ciertos personajes que la sociedad ha condenado, hasta que no se demuestre lo contrario. Con esta posibilidad también tendrá que empezar a crecer la idea de que nunca sabremos con exactitud quién o quiénes fueron los autores intelectuales del crimen, porque así son los magnicidios: en el país vecino está un caso que sirve de ``consuelo'', el asesinato no resuelto del presidente John F. Kennedy; o el asesinato del líder Martin Luther King; o el del primer ministro sueco Olof Palme. Es posible que la sociedad se quede con su idea de lo que ocurrió y las instituciones judiciales no tengan la posibilidad de convalidar ese discurso social.