En la constitución legítima del poder del Estado se halla una clave básica de la articulación social y de la negociación internacional y, por tanto, de las posibilidades de mantenimiento de un Estado-nación. Pero como nunca, la legitimación es un proceso multidimensional.
Las posibilidades de existencia de un mercado liberal en sentido estricto, hoy son imposibles. Una economía en la que productores y vendedores independientes producen y compiten en el marco de un Estado que sólo crea y mantiene el fundamento legal de regulación de las relaciones contractuales entre sujetos jurídicamente iguales, apoyado en el monopolio de la violencia legal como instrumento de la coerción sin el cual la propia legalidad es nada, hoy es totalmente una entelequia.
La consolidación de estructuras monopólicas, dominantes desde fines del siglo pasado, acentuaron y complejizaron las crisis cíclicas y sus periodos correlativos de gran depresión (a partir de 1873 y de 1929, respectivamente; Kalecki dixit); ese hecho, y los grandes desacuerdos políticos internacionales (primera y segunda guerra mundiales), configuraron el Estado keynesiano, que implicaba acuerdos históricos interclasistas subvenciones y servicios asistenciales: Estado de Bienestar, e impulsaba la progresiva socialización de la producción mediante políticas macroeconómicas ad hoc e incentivos al desarrollo tecnológico y educativo. Pero con ello la esfera económica privada se tornó, para siempre, irremediablemente pública (aunque cerremos los ojos ante la evidencia). Los procesos de socialización de la producción alcanzaron hoy nivel planetario, debido tanto a las formas monopólicas de acumulación de capital inauguradas a fines del siglo pasado, como al agotamiento del perfil tecnológico productivo creado por la Revolución Industrial a partir de fines del siglo XVIII, basado en la industria metalmecánica, en la quema irracional de energéticos derivados del petróleo mediante una producción barata, y en los métodos técnicos de la producción en cadena de Taylor y Ford.
El agotamiento del viejo perfil tecnológico llevó a la economía capitalista internacional, hacia fines de los sesenta, a una baja en los márgenes y tasas de ganancia, con lo cual se impuso un severo límite a las posibilidades del Estado keynesiano de sostener y promover la dinámica capitalista, puesto que de la propia producción y de sus excedentes surgían los recursos que operaba el Estado en los ámbitos la acumulación de capital y del bienestar social. No es extraño, en tales condiciones, que la crisis del Estado de Bienestar sea parte de la crisis internacional de la economía capitalista, cuya salida se apoya hoy en el impulso decidido a la internacionalización del capital y la producción, en el desarrollo de las nuevas tecnologías y los nuevos materiales y en el desmantelamiento del costo fiscal que implicaba el Estado de Bienestar.
La renovación de las bases de operación de la economía internacional, sin embargo, produjeron en las últimas tres décadas desequilibrios y exclusiones sociales que están subvirtiendo, ante nuestros ojos, el propio proceso de renovación. Evidentemente se hace necesaria una regulación eficiente y descentralizada de la economía, y no una imposible vuelta al mercado autorregulado. Esa eficiencia no se halla en lo puramente técnico productivo, menos aún en la máxima ganancia financiera posible para empresas y empresarios cuestiones que, supuestamente, pueden ser alcanzadas mediante un Estado abstinente (a lo mejor es cierto en el corto plazo), sino en el complejo de factores económicos y políticos que lleven a un Estado incluyente, que promueve el bienestar de la sociedad, que extiende la educación al conjunto de la población a efecto de que toda ella actúe sobre bases de conocimiento técnico científico (hoy los Estados desarrollados gastan más en educación y formación de recursos humanos que en bienes de capital). Requerimos un Estado que atienda al interés general síntesis conflictual de la sociedad que se traduce en acuerdos y compromisos permanentemente renovables, y todo ello exige control por la sociedad a través de formas de estructuración de las representaciones políticas, no unidimensionales (unas que entre otras cosas atiendan a la pluralidad cultural real de las comunidades humanas).
Una subversión profunda de los procesos de renovación de la economía mundial (que puede partir de una mediana economía nacional), producirá sólo perdedores en todas partes. En cambio, en un marco de legitimidad política internacional quedarían abiertos los caminos para el bienestar social y para la lucha civilizada entre concepciones distintas de la organización social (para los sueños y las utopías también, suo tempore). Por esta vía pasan también las posibilidades de una mayor fuerza de negociación internacional de un Estado como el nuestro.