Ugo Pipitone
Seguridad social y pleno empleo

Es de estos días la reactivación, en Europa como en Estados Unidos, del debate sobre el futuro del Estado de bienestar. El presidente Clinton ya decidió firmar una iniciativa de reforma del Welfare que reducirá las prestaciones a favor de inmigrantes, niños y madres solteras. Y en Europa occidental las presiones se hacen cada vez más fuertes a favor de una revisión restrictiva. El equilibrio de las cuentas públicas y las necesidades competitivas exigen el progresivo debilitamiento de las redes de solidaridad construidas a lo largo del último medio siglo. Dicho sin énfasis innecesarios, tenemos aquí un punto neurálgico en el cual se juega la forma de la sociedad del futuro.

Seguridad social significa fundamentalmente tutela pública de los débiles: niños, ancianos, enfermos y desempleados. Estamos aquí frente a un contrato intergeneracional con el cual aquellos que disponen de un ingreso acuerdan renunciar a una parte del mismo para garantizar una vida decente a sus padres y abuelos. Para proteger a sus hijos y evitar que las contingencias de la vida (enfermedad o desempleo) condenen los individuos a la miseria.

Dónde está el meollo del problema en la actualidad? En el hecho que es cada vez menor el número de los individuos que cotizan a la seguridad social relativamente a sus beneficiarios. Un ejemplo. En Alemania hay en el presente cerca de tres trabajadores por cada jubilado y en algunas décadas más la relación se reducirá a 1.5. La caída de la natalidad, el desempleo y el aumento de las espectativas de vida, han activado tensiones sobre la seguridad social que la hacen cada vez menos financiable.

Mirando al largo plazo, sólo hay dos alternativas viables: el desmantelamiento progresivo de la seguridad social (a menos que se pretenda que el Estado caiga en pasivos inmanejables) o el paulatino retorno a una situación de pleno empleo. No hay alternativa a estas dos opciones fundamentales. Y es evidente cual de estas posibilidades es hoy privilegiada por las fuerzas del mercado y sus ideologías.

Planteadas así las cosas, la única condición que queda para revertir las tendencias que nos conducen a una forma renovada de capitalismo salvaje es una nueva estación de luchas sociales. La tarea, para decirlo claramente, es la de civilizar a un capitalismo que se resiste a reconocer las razones sociales dentro de las cuales es históricamente viable. Se trata de evitar que el avance de sus fuerzas alimente el desmembramiento progresivo de aquellos elementos sin los cuales ninguna civilización es concebible como tal.

La tarea fundamental --en el ``desarrollo'', en el subdesarrollo y en todo lado-- es la lucha a favor del pleno empleo: el ejercicio de presiones globales capaces de revertir la actual escala de prioridades de la política económica. Sin esta masa creciente de presiones (y de propuestas) las tendencias actuales podrían resultar irreversibles por un ciclo histórico de duración indeterminada.

Pero, a final de cuenta no hay en esto ninguna novedad. El capitalismo es evolución espasmódica entre dos movimientos contradictorios. De un lado la creación de riqueza que rompe todo límite y, del otro, una resistencia social que la condiciona y le impone las razones de una convivencia civilizada. Dejado al despliegue incondicionado de sus necesidades el capitalismo corre hacia el suicidio. Hacia la ingobernabilidad, la destrucción del medio ambiente y el darwinismo social que convierte al individuo no ya en la base de la libertad colectiva sino en un principio de caos y de antagonismos irreconciliables.

El reto central de nuestra época es el pleno empleo. Es ahí donde se jugará la forma de la sociedad del futuro. Y pleno empleo significa, sobre todo en las sociedades ``postindustriales'', varias cosas. En primer lugar, reducción de la jornada de trabajo. En segundo lugar, activación de actividades económicamente rentables asociadas a nuevas formas de bienestar colectivo. En tercer lugar, desarrollo de tecnologías capaces de asumir el reto de una convivencia menos destructiva con el medio ambiente.

Pero - seamos realistas - nada de esto será posible sin poderosas presiones sociales capaces de torcer el actual sentido de marcha. El capitalismo se mueve hoy en forma ``natural'' hacia una eficiencia excluyente para la cual la seguridad social es un estorbo cada vez menos tolerable. El pleno empleo es la única vacuna capaz de evitar que la eficiencia se pague con retrocesos civilizatorios irreversibles. No hay formas de defender a los mecanismos de seguridad social sin una vuelta decidida a una situación de pleno empleo.