Carlos Monsiváis
Las afinidades de Gabriel Figueroa*

Son innumerables los vínculos del extraordinario fotógrafo Gabriel Figueroa y la plástica mexicana, y esta exposición lo demuestra. Al respecto unas notas:

1. El cine sonoro surge obsesionado por localizar y fijar lo específico del país. Lo Mexicano, en este contexto, no es preponderantemente la suma de instituciones e historia (lo que incluye a la religión), sino el espejo de facciones, paisajes y costumbres ofrecido a los espectadores: ``Así eres, así vives, así te vistes, así te comportas, así rezas, así te excitas, así te ríes, así son tus fiestas, así te sumerges en la belleza natural''. El nacionalismo, de tan inmensa fuerza cultural entre 1910 y 1960, elige y divulga sin cesar un repertorio de imágenes y sonidos (``lo muy nuestro''), porque de otro modo ni arraiga a su público ni se distingue en lo mínimo del gran modelo, el cine norteamericano. Lo mexicano que mezcla obviedades, es desde luego una invención, pero es también, la singularidad que es requisito de entrada a la cinematografía mundial.

2. ¿Cómo afirmar la legitimidad de Lo Mexicano? Cuando Figueroa fotografía Allá en el Rancho Grande'' (1936), el pintoresquismo es la continuidad del nacionalismo alborozado del siglo XIX, y la película podría ilustrar las visiones idílicas de los porfirianos. Pero ya en Flor Silvestre (1943), el intento es llegar a lo esencial, lo que trasciende a lo ``folclórico'', la desolación que pone de relieve la estética de lo nacional. Si en el cine de John Ford, lo nacional es la celebración de los antecedentes victoriosos de la gran potencia mundial, en el cine del Indio Fernández, fundamental en la obra de Figueroa, lo nacional es en primera instancia la certificación del abandono, substancia de nuestra Historia. Y en el salto del Rancho Grande a los pueblos en donde las figuras contrastantes son el anticipo del duelo mortal, Figueroa se apoya en la combinación de su maestría técnica (aprendida en la admiración por el expresionismo alemán, y perfeccionada en Hollywood, bajo la guía de Gregg Toland, el creador del gótico de Citizen Kane), y de su conocimiento de la plástica internacional (los italianos, los franceses, Goya), y de la Escuela Mexicana de Pintura, del esfuerzo por un arte a la altura de la Revolución. En este sentido, y sólo en este sentido, pero de modo poderoso, Figueroa es un camarógrafo de la cultura de la Revolución Mexicana, que construye una estética a partir de la sensación fundadora: el pueblo, cuando se ejerce comunitariamente, sea en la hazaña (Enamorada, Río Escondido) o en la anti-épica (María Candelaria) nos acerca, a través de la Historia, a la Naturaleza, y a través de la Naturaleza a la explicación de la Historia.

3. De los muralistas, muy en especial de Diego Rivera, se desprende otra visión del país, más armónica, más y menos problematizada, más utópica en el sentido de la continuidad de la esperanza. Figueroa los estudia, en especial a Orozco y Siqueiros, y le interesa su mitificación de lo nacional (que es lo popular y lo heroico), la energía del trazo y la estetización de la violencia. Sin llamar la atención al respecto se dedica en los años cuarenta a lo que será un lugar común veinte años más tarde: el homenaje a la pintura desde el cine. ``Y así pude, creo yo, incorporar la fotografía cinematográfica al movimiento plástico mexicano, incorporé el paisaje mexicano en forma de balances, de claroscuros, de cielos entornados, de nubes fuertes como las que tenemos, todo eso al servicio de la cinematografía, para así poder obtener una imagen muy mexicana en fotografía en blanco y negro...''. A la pintura debe añadirse el grabado: ``En mí, el aprendizaje de lo que era mexicano se unió con el de la fuerza que tenía Leopoldo Méndez en sus grabados y que está muy de acuerdo con la fuerza que yo tengo, toda proporción guardada''. Y a propósito del Dr. Atl afirma: ``Le copié la perspectiva curvilínea''.

4. Vale la pena mencionar no a una influencia sino a una presencia seminal: José Guadalupe Posada. Ciertamente, Figueroa no reproduce los procedimientos de Posada, pero lo ha visto, y con profusión, y de él desprende la aceptación gozosa de las fisonomías mexicanas. Esto somos, no otros son nuestros rasgos, y es inútil, además de cursi, el afán de ``enoblecerlos'' facialmente, tan claro en la pintura de las postrimerías del siglo XIX, y en los calendarios de Helguera. Posada, en cambio, encumbra los rasgos que el criterio eurocéntrico declararía abominables, y de Chepito el Mariguano y Caralampia Mondongo a sus galerías de paisanos, todos premiosamente rústicos, se apasiona por lo que ve, porque así es el paisaje humano a su alcance. Hay vislumbres de Posada y entreveramientos de Goya y Posada, en los acercamientos a la pobreza de Los Olvidados y Nazarín, como hay también en otras películas un aprovechamiento inevitable de lo que hoy llamamos el Archivo Casasola.

5. Sin Orozco, Gabriel Figueroa no se libera en Flor Silvestre con tan extraordinario ímpetu de las versiones costumbristas de la Revolución, sin Siqueiros no se consigue el expresionismo de algunas escenas de Río Escondido, por ejemplo, y es clara la relación con Leopoldo Méndez en Pueblerina, Río Escondido y La rebelión de los colgados. Pero lo central es, con plena obviedad, la educación fílmica. Si Figueroa sólo a momentos se interesa en la experiencia de un ``gótico mexicano'', cercano al Gregg Toland de Citizen Kane y The Long Voyage, y al Stanley Cortez de The Magnificent Ambersons, en las películas que justamente lo afaman aspira a captar el dramatismo de una colectividad fundada no en el pintoresquismo sino en la pobreza. Para Figueroa la pobreza es propiamente el heroísmo y la derrota, la fiesta y el velorio de un pueblo. Y en su descripción de la pobreza capta con originalidad extrema las atmósferas urbanas. No hay mitologías previas al trabajo fotográfico de Salón México, Distinto amanecer y Víctimas del pecado, y en la ciudad de México recreada por Figueroa las deudas fundamentales son con el poder de observación de un camarógrafo. Pero con o sin antecedentes notorios, esta obra, uno de los más extraordinarios logros del siglo mexicano, tiene ya su sitio asegurado en los museos y en las videotecas públicas y privadas, la nueva indispensable especie del final de siglo.

* Gabriel Figueroa y la Escuela Mexicana de Pintura, exposición que mañana se inaugura en el Museo de Arte Carrillo Gil.