Luis Linares Zapata
Crítica truncada

Durante gran parte del sexenio anterior, Salinas, Aspe y Serra entre otros muchos, dijeron de manera por demás recurrente, que el enorme monto del déficit en la cuenta corriente lejos de ser un peligro para la estabilidad y crecimiento de la economía debía enfocarse como el síntoma de su dinamismo y fortaleza. La pavorosa devaluación, con su crisis de pagos y recesión dramática del 95, dio al traste con tan técnica versión oficial. Verdad pública sostenida por casi todos los organismos de élite. Desde el Banco de México, con Mancera a la cabeza, pasando por cualesquiera de los prolíficos voceros de las cámaras y organismos privados, para terminar con las consiguientes parvadas de asesores y escribanos que puntualmente les siguen. Todos ellos elevaron, con rigor y monotonía, sus homogéneos diagnósticos y loas a la política pública de entonces. Las frases eran iguales, las seguridades de éxito y bases indudables también: al déficit lo acompaña su propio financiamiento, capital que viene a crear riqueza y alienta la producción. Ello era signo de confianza, el progreso parecía indubitable.

Ahora, más de año y medio después de la catástrofe y una vez detenida la veloz caída de la producción que marcó al 95, la pregunta que todavía no tiene respuesta efectiva apunta a los cambios estructurales que debieron ocurrir en estos tiempos para preparar el crecimiento entrevisto y deseado para el 97 y años que lo sigan. Sin embargo, una evidencia, con su cauda de temores, va ocupando con firmeza las predicciones de los enterados. Tan pronto como empecemos a crecer aparecerán los dramáticos déficit de cuenta corriente y, con bastante seguridad, serán abultados en la medida que se recobre una ``normalidad'' productiva. El problema entonces volverá a ser el del financiamiento de tan fatales desbalances externos.

El presidente Zedillo ha recogido, después de varios años de haber aparecido en la crítica ciudadana, la versión del consumo excesivo de la sociedad mexicana como la causa de la debacle del 95. En efecto, los 100 mil millones de dólares que entraron como capital externo durante el salinato se fueron, casi exclusivamente, al consumo, nada a la producción. La velocidad con la que siguen creciendo las importaciones es, de nueva cuenta, el punto a considerar para saber si hemos eliminado el riesgo de caer en el mismo agujero de siempre. Por desgracia, los datos disponibles apuntan hacia una repetición del numerito y no a la constancia de que se han eliminado los mecanismos perversos que la conducta del mercado interior y la planta productiva tienen bien engrasados.

Pero la crítica que ensayó el presidente quedó trunca. No se pregunta después por quiénes consumieron todos esos bienes traídos de fuera y, sobre todo, no se identifica tampoco a los sujetos que terminarán pagando la deuda adquirida cuando los inversionistas retiraron sus fondos. La ausencia de tal análisis evita encontrar respuestas de naturaleza ética, pero además otras como la descripción de hábitos y costumbres que deben ser cambiadas, de productos y servicios dispares con niveles de ingreso o métodos y máquinas sin correspondencia u origen en el desarrollo de talento y la educación propias.

En efecto, las exportaciones podrán llegar a la estratosférica suma anual (96) de los 100 mil millones de dólares, un avance notable. Lo malo es que las importaciones también lo harán pronto, y sin duda las rebasarán con holgura conocida. Por consiguiente, lo importante estriba en preguntarnos por la poca contribución que tamaño esfuerzo tiene, en concreto, sobre la integración y el crecimiento de la fábrica nacional, el empleo, la creación tecnológica y la elevación de las condiciones de vida de la población. Si se tienen variables como esas en mente, se comenzará a preguntar por las balanzas comerciales de cada industria relacionada con el sector externo.

Se seguirá así cuestionando el número de las empresas que exportan y las que compran fuera gran parte de sus insumos o por la proliferación de aquéllas que sólo se dedican a traer artículos de consumo disfrazados como bienes intermedios. Es decir, hacer las cuentas y describir con precisión el fenómeno del comercio exterior para que se le conecte con el aparato productivo, que pueda hacerse un consumo racional y que no se generen las mismas presiones, insostenibles en el pasado.

Durante casi dos largos años, la energía y los recursos públicos se han centrado en el salvamento del sistema de pagos (Bancos) y el esfuerzo todavía no termina. A continuación seguirán los desembolsos para cumplir con los compromisos de la seguridad social (IMSS, Afores) que serán cuantiosos. Nada quedará en las arcas oficiales para lo demás que exige atención urgente en 97. Si no se repiensan las prioridades y se endurece la crítica, seguiremos viendo gente desangrada en las calles, declives no sólo en la calidad de la educación sino en su oferta real, crimen desbocado, porque si no se invierte lo requerido, menos aún se cumple con lo prometido (Gil Elorduy). Los efectos disruptivos de una guerrilla ninguneada en la atención y combatida con una costosísima militarización del conflicto, harán del remanente de escaseces e imposibilidades, certezas cotidianas.