La reaparición pública del EPR bajo un formato que parece alejarlo de toda pantomima y acercarlo a las prácticas y discursos de la guerrilla más tradicional, es un hecho que debiera ser tomado en cuenta. Distante de la poesía por convicción, la dirigencia del EPR reclama para sí no sólo el duro lenguaje de las cruzadas revolucionarias, sino las prácticas de quienes dicen haber estado más de 20 años en la clandestinidad. Comunicadores sin el encanto zapatista, han probado sin embargo su existencia en varias regiones del país y ofrecen ya reivindicaciones de acciones concretas.
Los decomisos de armas reconocidas como propias por el EPR, además de los enfrentamientos documentados que han tenido con las fuerzas del orden, deberían ser elementos suficientes para tomarse en serio la existencia de una guerrilla en el país. El hecho aparente es la irrupción de un nuevo movimiento armado apegado a los cánones. Por supuesto cuesta trabajo dimensionar los alcances e influencia del movimiento, pero acaso la lección que debiera estar aprendida es que lanzar acusaciones de gavilleros no ha sido suficiente para hacer desaparecer grupos armados con reivindicaciones radicales.
Ahora bien, si el EPR es sólo una pantomima, me parece que estamos ante un problema distinto y acaso más grave: habría grupos de poder que mimetizándose con la guerrilla logran presionar y enrarecer el ambiente político. Queda a quienes puedan proporcionar información aclarar la naturaleza del EPR. Por lo pronto, el nuevo grupo armado no ha conseguido inquietar a los mercados ni seducir con su lenguaje a quienes apuntalan en Chiapas al EZLN, como si el saldo de estos meses hubiera sido vacunarnos contra novedades, perder capacidad de escándalo, la irrupción del EPR ha merecido apenas menciones aisladas; o bien como si el excepticismo respecto a los orígenes verdaderos del grupo armado fuera tan acendrado que la nota se deja pasar hasta en tanto se cuente con mayores elementos.
Me parece que no estaría de más empezar a tomarse un poco más en serio al EPR, ya que no deja de representar un nuevo factor de inestabilidad. Aunque se diga lo contrario, la existencia de la ``otra'' guerrilla es un elemento que presiona las pláticas de San Andres Larráinzar: la convivencia con un lenguaje duro, mucho más árido que el de Marcos, que señala la inviabilidad de las negociaciones, y la conveniencia de la vía armada, puede ser un poderoso incentivo para la radicalización de posiciones. Por otro lado, la existencia de estrategias diferenciadas (diálogo para la guerrilla originaria, militarización para la emergente) puede no ser sostenible en el tiempo.
No deja de llamar la atención que justo cuando es posible acreditar la distensión política aparezcan señales que apelan al endurecimiento. Además es difícil de ignorar el hecho que en el muy próximo mes de octubre habrá elecciones municipales en el estado de Guerrero. Es obvio que si el EPR conoce una escalada en sus acciones, las elecciones no se llevarán a cabo con la normalidad deseada. Y Guerrero, zona en la que se han concentrado las acciones del nuevo grupo armado, está urgido de autoridades legítimas, urgido de que la contienda para renovar presidencias municipales sea inapelable para electores y partidos. De otra suerte, si los votos son burlados, o se ausentan de las urnas, los comicios no servirán para producir autoridades con la legitimidad necesaria, y más de alguno podría estar tentado a abandonar la ruta electoral en nombre de las armas.
Tras tanto trabajo que ha costado arribar a normas electorales de consenso, conviene resguardar los activos que se tienen y ponerlos a salvo de un doble discurso que logre situar las presiones políticas por encima del dictamen de las urnas. Además de precisar la naturaleza y alcances del EPR, hay que estar atentos para que las elecciones en Guerrero sean el principio de una distensión regional y no un nuevo pretexto para la polarización.