El libro Carlos Fuentes, relectura de su obra: Los días enmascarados y cantar de ciegos, coeditado por la Universidad de Guanajuato y El Colegio Nacional, ha sido una agradable sorpresa. Acepté estar en la presentación sólo porque no supe decirle que no a Georgina García-Gutiérrez, recopiladora y coautora de este volumen, cuya devoción fuentesina es proverbial, tanto como su generosidad con muchos otros escritores, y empecé de inmediato a pensar que iba a aprender a decirle que no a Georgina, que no iba a estar aquí de ninguna manera. Pero en cuanto tuve el libro en las manos supe que no podría negarme a disfrutarlo, que iba a tener que leerlo, entablar un diálogo con él, y que por lo tanto sería pura tacañería no participar en uno de sus festejos. Porque este libro merece muchos festejos.
Carlos Fuentes, sus primeras obras Foto: Rogelio Cuéllar
Como Constancia en la novela del mismo nombre, según Georgina García Gutiérrez, ``vivo en el delirio de la no pertenencia''. Este libro me ha hecho el favor de darme una casa momentánea. Por supuesto que es un libro sobre Fuentes, pero no solamente es un libro sobre Fuentes. Es un libro sobre Fuentes porque contiene un texto de literatura comparada entre A Rose for Emily, de Faulkner y La muñeca reina, de Vivian Antaky, (``comparten minuciosas y poéticas descripciones de opresión de dos protagonistas femeninas cuya libertad se ve aniquilada, a través de un lenguaje rico y evocador''), un ensayo de Alfredo Pavón que intenta un acercamiento usando la técnica de la narratología, especialmente la diseñada por Gérar Genette, otro magnífico de Héctor Perea donde rastrea los nexos formulados y ocultos de Fuentes con la pintura (las fuentes pictóricas de Fuentes, pongámosle, y la fuente pictórica que es Fuentes), viendo con los ojos de la inteligencia lo que los del cuerpo sólo en muy pocas ocasiones pueden ver: ``La visión plástica del fantasma''; un texto breve de Alberto Ruy Sánchez: ``Sus cuentos son un mosaico de tensiones''; el de Bernardo Ruiz, alimentado con una intriga y un desenlace inesperado, porque habla del C.F. de Fuentes, (yo hubiera jurado: el Carlos Fuentes de C.F., pero no es tal: es la CF: la Ciencia Ficción de Fuentes); el texto crítico de Miguel Angel Flores (y aquí digo crítico en sentido coloquial: lo critica, no le gusta, enumera los a sus ojos defectos fuentesinos); el de Sara Poot Herrera lee en tres cuentos primeros de Fuentes ``una escritura que desde sus primeros cuentos selló su afán inagotable'', y los de Alvaro Ruiz Abreu, Héctor Aguilar Camín y Luis Palacios Hernández, además de dos ensayos de la recopiladora.
Pero no solamente, decía, es un libro sobre Fuentes, sino que es también un libro sobre México, y sobre un México generoso en el que bien vale la pena poner los ojos, el México de un mundillo literario que no era mundillo sino mundo, y que acunó a muchos escritores de primera línea. Cumplí cuarenta años el mismo año que Los días enmascarados, y he releído las críticas del 54, el artículo de José Emilio Pacheco, la reflexión de Emmanuel Carballo, la relación de Elena Poniatowska (que bien podría llamarse ``retrato de la amistad de Guillermo Haro y Fuentes''), como si fuera un viaje a casa, no un volver a casa (que la casa, la ciudad, en más de un modo se ha perdido, ha cambiado tanto que casi no queda nada de la ciudad de mi infancia), sino un crear casa, levantar la habitación de la memoria.
Una frase del texto de la Poniatowska, ``finalmente (Fuentes) nos regala la civilización a la cual pertenecemos'' describe la celebración que hago del libro. Celebro en él la melancolía de una ciudad que ya no es lo que fue, de esa ciudad mítica (esa que Pacheco califica de insoportable desde antes de que los más jóvenes la padeciéramos), de recuas y pastos donde ahora hay centros comerciales, y de los grandes astros literarios que giraban ya en el cosmos antes de que los de mi generación naciéramos, el mundo que, en uno u otro momento, dio casa a Octavio Paz, a Elena Garro, a Juan García Ponce y Tomás Segovia, a Juan Vicente Melo y su Obediencia nocturna, a Juan Rulfo, Inés Arredondo, a Rosario Castellanos y Jorge López Páez, entre otros. Todos están aquí presentes en el libro, reflejado su ambiente en las palabras de Carballo, de Pacheco y el primer ensayo de Georgina García-Gutiérrez, donde saca a luz las críticas del 54. En el libro está presente también el boom y su nacimiento, y el esplendor de la literatura latinoamericana, conquistando otra vez (ya lo había hecho Darío) el continente europeo.
A otra luz se leen las palabras de Henry James Sr., en carta a sus hijos, que se cita adentro del libro, recitándolo del epígrafe de Donoso para el Obsceno pájaro de la noche: ``The natural inheritance of everyone who is capable of spiritual life is an unsubdued forest where the wolf howls and the obscene bird of night chatters''. Contra ese obsceno pájaro (su vuelo hace a la oscuridad hostil e invivible), estas memorias generosas que dan cuna a mexicanos nacidos en fechas posteriores