Aunque no es ni podía ser el acta fundacional de la transición ese episodio único y total que al decir de algunos notables un día señalado partiría en dos las aguas de la historia nacional, la reforma electoral sí representa, como ya se ha dicho hasta el cansancio, el paso más importante para cimentar sobre bases razonablemente sólidas el edificio de la democracia mexicana, al cerrar con éxito el ciclo de reformas parciales que, con todas las limitaciones, retrasos y altibajos que se quiera, han venido cambiando en los últimos años la fisonomía política del país.
La reforma constitucional aprobada hace unas semanas fue el resultado de una necesidad política insoslayable, tramitada mediante un paciente diálogo que pudo sostenerse con voluntad hasta arribar a un acuerdo, el famoso consenso que todos celebramos. Es cierto que la reforma todavía cojea en algunos puntos, pero si vemos las cosas con un mínimo de objetividad no hay duda de que en las materias fundamentales estamos ante una normatividad que mucho y rápidamente ayudará a cambiar la vida política, a varios años luz desde luego del arreglo cosmético e irrelevante que muchos esperaban y, algunos, los menos por fortuna, acaso deseaban. (Baste imaginar, por ejemplo, lo que será el futuro inmediato con la posibilidad de elegir al gobernador del Distrito Federal.)Que este compromiso se alcanzara mediante el acuerdo unánime de los partidos es un hecho que, visto en perspectiva, subraya la importancia de la reforma: en un país desgarrado por las fisuras, no está mal, nada mal, que alguna vez el interés general se imponga sobre las disputas particulares de los partidos. Por eso sorprende la actitud negativa asumida por algunos voceros oficiosos u oficiales de algunas organizaciones que dicen expresar ideas y sentimientos de un sector de la llamada sociedad civil que, al parecer, prefiere no verse inmiscuida en el asunto, tal vez porque no está dispuesta a retirar la carta en blanco de la desconfianza... Me refiero concretamente al editorial de la publicación Nuevo criterio, mencionado ampliamente en la edición del 5 de agosto de La Jornada como un comentario puntual de la Arquidiócesis de México a la recién aprobada reforma constitucional. No sé hasta qué punto dicho texto refleje con exactitud el pensamiento de los demás obispos y sus respectivas diócesis, pero ya es muy significativo que ninguno de ellos, hasta donde puedo saberlo leyendo la prensa, se hubiera deslindado públicamente de sus afirmaciones.
La amplia reseña publicada en estas páginas expresa más bien el escepticismo eclesial ante la reforma, su desconfianza definitiva hacia la ``misma clase política'' a la que Nuevo criterio acusa, con la fórmula de rigor lampedusiana, de cambiar para que ``todo siga igual''. Dice a la letra la publicación religiosa: ``Ya basta de seguir buscando remedios para un régimen caduco por antidemocrático. México necesita otros horizontes más auténticos'', es decir, establecer la alternancia, entendida aquí, sin barroquismos democráticos, como el traspaso del poder hacia una ``nueva clase política más preocupada por el verdadero desarrollo de la nación, capaz de superar la miopía que busca sólo el crecimiento de grupo o los intereses de unos cuantos''. Si alguien cree que ésta es una reiteración del viejo discurso antipriísta, se equivoca. ``Unas veces es un sector de la oposición, otras el otro, pero siempre se le hace el juego al partido oficial para descalificar de antemano la alternancia en el poder, condición ineludible para el verdadero movimiento democrático''. A Nuevo criterio, para decirlo pronto, no le gustan estos ``arreglos parciales''; al país, señala, ``no le benefician estos arreglos coyunturales''. Qué pide, pues, la Arquidiócesis de México? Qué opinan los partidos, en especial la oposición, de esta actitud? Quién formará esa nueva clase impoluta que pide la Arquidiócesis y de qué medios se valdrá para lograr la alternancia? No lo dicen. Quizás hasta tenga algunos adelantados en la sociedad civil. Sería bueno saberlo para ver qué tanto es el ``consenso'' en esta hora de aplausos y buenas nuevas.