Si en una organización sindical se celebran elecciones, y mejor aún, si las elecciones son pacíficas, ello es señal indubitable de avance democrático, y confirmación de la teoría sociológica según la cual la democracia es dimensión y testimonio de la modernidad. Y si la organización que convoca, organiza, concluye y califica el proceso electoral es cetemista, entonces estamos ante la evidencia de que el corporativismo, erosionado en cuanto a sus viejas formas de articulación con el Estado y con los trabajadores, evoluciona a tono con las exigencias modernizadoras, se adapta a los tiempos nuevos y se convierte en propulsor realista y por consiguiente cauteloso de la democracia posible. Esto último, por lo demás, no es estrictamente nuevo, pues es claro su aporte, como intermediario en la distribución del ingreso, al penoso proceso de ciudadanización de los trabajadores.
De acuerdo con esta percepción sociológica, desprovista de contaminantes retóricos de origen ideológico, si algo le faltaba al corporativismo para confirmar su necesidad social y por tanto su inmersión legítima en el discurso de la globalización económica y de la flexibilidad en las relaciones de trabajo, era acaso un código ético actualizado en el que de manera explícita se abandonara para siempre un espíritu de confrontación clasista que, por otra parte, sólo raramente ha existido, y eso en los combates de prensa o como expresión oblicua de los intereses estatales.Con el histórico compromiso denominado Nueva cultura laboral (NCL), suscrito el martes pasado, el corporativismo se ha reformulado tanto como las circunstancias lo permitían, se ha ganado el prefijo de neo, y respetando, como es de justicia, la experiencia y el tradicionalismo de los viejos líderes, que siguen siendo los mismos, se dispone ahora a arrostrar los desafíos del cambio tecnológico, de los modernos procesos productivos y de la plena instauración de la democracia en el sindicalismo y en el país, habida cuenta de que la afiliación política, en adelante, será individual, lo que supone la redefinición de complejos mecanismos de agregación de cuya eficiencia hablarán, en primer lugar, las urnas.
Las urnas, sólo las urnas. Precisamente el día del estreno oficial del neocorporativismo (NC), la nueva cultura laboral, con las urnas como garante insobornable de la legitimidad, como principio, medio y fin de la democracia, se ponía en práctica brillantemente en Cuautitlán, donde se renovaba la dirección local del sindicato de la Ford. Si la meta son las urnas, hay que prepararlo todo con la anticipación necesaria para llegar a ellas con la certeza de ganarlas, no dejar nada al azar y evitar el escrutinio como sorpresa.
Así se hizo. Sin confrontaciones con la empresa, sino muy por el contrario, se creó una atmósfera de consenso respecto del neocorporativismo, tocando algunos de los puntos de anudación nerviosa más sensibles de la vida laboral, por ejemplo la permanencia en el empleo y la preservación de la integridad física. Con todo, desafinaba cierta planilla que había conseguido, para solicitar su registro, un número ominoso de firmas y aspiraba al clímax de las urnas.
En estos casos, la NCL, sustento del NC, reclama que se niegue el registro electoral a los grupos disonantes para que, si a pesar de ello aparecen en las boletas, sea en circunstancias de descalificación previa, de patente ilegalidad; además, reforzar la certidumbre con la instalación de casillas departamentales, cerradas, que impidan la formación de corrillos y el cotilleo. Para mayor seguridad, los tocados por la NCL deben suprimir la tinta indeleble, de manera que los devotos puedan sufragar cuantas veces sea necesario. Finalmente, escrutinio y anuncio de los resultados estarán a cargo del comité verificador del proceso, que así, en su fase última, habrá favorecido a los oficiantes de la NCL. Ese nuevo código de comportamiento, con muchas otras importantes prescripciones, fue puntualmente respetado en la Ford como ayer, como antier, como siempre. Así se consagró una vez más, puede colegirse, la indispensable competencia electoral, pero con una ciudadanía convenientemente tutelada que reproduzca, como en el plano político y a escala del sistema integral, esa democracia inducida que da cuenta de nuestro neorrealismo que es al tiempo un subrrealismo. Lo que las urnas deciden, que no lo desmienta el vulgo. Dix.