La Jornada 15 de agosto de 1996

La Doña: ``El sexo débil, frase que inventaron los hombres''

Pablo Espinosa Justa es la palabra: hierática.

Porque basta su presencia en medio de una multitud emocionada, basta que el tumulto le grite su cariño, basta que un verso de Efraín Huerta le sea pronunciado en altavoces, tan sólo basta que las fuerzas vivas se conviertan en apretujada compañía, para que el rostro perfecto se incendie en arreboles:

¡Que viva María! /¡María, te queremos! /Tu corazón y el mundo marchan juntos /Tienes la rebeldía en la sangre /y la oscura tristeza en el cabello /¡Viva María!


La Doña, María Félix, conversa con el dirigente
nacional del PRI, Santiago Oñate Laborde, en la sede
del tricolor.
Foto: Guillermo Sologuren

Arrebol: color rojo de las nubes heridas por los rayos del sol /Afeite encarnado /Rubor.

Le gritan a María Félix, que llega vestida toda de negro al auditorio Plutarco Elías Calles, sede del Partido Revolucionario Institucional. Y los gritos se convierten en sonrisas en el rostro de la Doña, que de tal manera esplende, flota, se transfigura. La imagen es entonces imponente y poco importa el sitio donde recibe un enésimo homenaje. A todos parécele olvidado el hábitat político de este atardecer de miércoles, de nubes rojizas y reflectores, apretujamiento y consignas políticas convertidas en porras de espectáculos:

¡Se ve, se siente, Ma-rí-a-está-presente! ¡Se-ve, se-siente...

Ni hacen falta fuerzas vivas. Ha dejado de existir, por un instante al menos, aquella práctica obsoleta de acarreo y torta y boing per capita, a pocos parece importarle la connotación política, cuando lo que está ocurriendo es un homenaje que todo lo rebasa por la espontánea manera como se ha volcado el gran cariño hacia la señora María Félix, que recorre ovacionada la distancia que media entre la explanada de la sede nacional del PRI hacia una silla al frente, en el auditorio Elías Calles. Un homenaje sincero de parte de las fuerzas vivas que de muchas maneras gritan ¡salve! y ovacionan la manera elegante e imponente en que la Doña se sienta, la Doña se despoja del mantón negro con mayor elegancia que el mejor torero, la forma en que la Doña levanta la palma derecha, ahora la mano izquierda y agradece, ahora el puño en alto, las muchas maneras en que gente sencilla le demuestra tantísimo cariño. De todas las maneras en que la anécdota lo es todo inclusive apartidista.

Convocado por el priísta Congreso de Mujeres para el Cambio y aprovechando que se cumplen cien años del cine mexicano, el homenaje a María Félix congregó multitudes en torno a la celebración de la belleza. Un video preparado y narrado por Ricardo Rocha precedió a la entrega de una medalla, impuesta a la Doña por Santiago Oñate Laborde y un diploma, entregado a la diva por Juan S. Millán Lizárraga, presidente y secretario general, respectivamente, del tricolor, y un listado interminado de ``las cualidades por las cuales homenajeamos hoy a doña María Félix'', enunciado por María Elena Chapa, organizadora del evento. Sobre la pantalla, en el video preparado ex profeso, las nubes-Figueroa, el bigote-Negrete, la ceja arqueada-Armendáriz, las trenzas-Félix, la belleza del rostro perfecto, que después tomará en sus manos un micrófono para cantar María Bonita acompañada por tres violines, un acordeón y un teclado en sus acompasadas melopeas.

Antes, extrae de su bolso negro la Doña un papel, blanco, con unas palabras que había preparado para la ocasión y cuyo título dice con su imponente voz: ¡Nosotras, las mujeres! y cada pasaje de ese texto será vitoreado por la multitud de mujeres priístas convertidas en simples mexicanas que quieren demostrarle su cariño a Doña Bárbara. Y ella les platica:

``El sexo débil, frase que inventaron los hombres. Yo puedo decirles que gracias a mis padres fue un mundo de hombres: seis hermanos energúmenos y un padre tirano que traía debajo de la bota a todas las mujeres de la casa. No a mi madre; para guardar la armonía en la casa me hacía aprender textos enormes y cuando me regañaba mi papá yo se los decía de memoria, y mi padre escuchaba estupefacto cosas como ésta: ¿no le da a usted vergüenza, tan grandote, con esa estatura, con tantos bigotes y humillar y aterrorizar a una niña tan chiquita, tan frágil como yo, tan inocente?

``Ahora les diré una cosa --seguía su plática la Doña--, yo no estoy contra los hombres, al contrario, pues con los hombres he vivido siempre, me han querido, fueron mis profesores, mis primeros amores, mis hermanos, mis amantes, mis maridos. Yo siempre he estado cerca de hombres y lo estaré hasta que me vaya de este mundo''.

Habló la Doña de Sor Juana; pidió parar el aplauso a La Malinche, ``por su traición''; habló de La Guadalupana y del abad de la Basílica, ``que ahora anda pidiendo perdón, y más le vale, porque ya la andaba metiendo en chismes''; habló de Eva Perón, ``mi amiga''; de la Reina Victoria, de Juana de Arco. De mujeres.

Las fuerzas vivas, convertidas en portavoces del cariño de México, no cejaban en su involuntaria tarea de convertir porras políticas en meras expresiones de cariño, y los gritos del tumulto se convertían, todos, en arreboles en el rostro perfecto. Nubes heridas por los rayos del sol que afuera del auditorio Plutarco Elías Calles se tendían, convocados por el poema de Eduardo Lizalde que se oía adentro en altavoces, rendidos como una estrella en permanente fuga.

¡Que viva María Félix! ¡Salve! ¡Loor a la belleza! Caían los rayos, arreboles, las porras, vítores, y todos los muchos reflectores. María Félix. Un homenaje que devino finalmente apartidista. Camino de regreso a su automóvil, algunas frases a los reporteros: ``Sí, soy priísta'', ¿Marcos? ``No lo invitamos porque anda disfrazado''.

No cesaban, en tanto, tantas porras, tantos vítores, una vez que hubieron caído los últimos rayos de sol.