Una parte importante del país ha sido azotada en este año por una grave sequía (en el norte ya son varios años del mismo problema). La sequía puede ser causa indirecta de hambruna, que consiste en la muerte masiva de gente por falta de alimentos. Se produce una pérdida de peso que lleva a la gente a un estado cadavérico y a la muerte. No es la falta de alimentos lo que origina la hambruna, ya que éstos se pueden traer de otras zonas del país o importarse. Es la pérdida de ingresos (entre los productores) y el aumento en los precios relativos de los alimentos, lo que la explica.
En los últimos años se ha convertido en noticia la muerte por desnutrición de niños en la Sierra Tarahumara. Según los expertos, esto ha ocurrido desde hace muchos años. La diferencia es que no se difundía la noticia. Según Amartya Sen, una diferencia entre una hambruna que mata millones (China en 1958-61) y otras con efectos más reducidos (en la India), es la transparencia informativa, la existencia de medios independientes. Debemos recibir, por tanto, con beneplácito la creciente independencia de los medios de información que ha hecho posible que se conozca la hambruna tarahumara.
Las hambrunas son la forma epidémica y aguda del hambre, que consiste en la ingesta insuficiente de alimentos, lo que produce estados de desnutrición de diverso grado, crónicos o agudos. Es la expresión más brutal de la pobreza, su grado más intenso. El hambre no es noticia pública y, sin embargo, su existencia en México es muy alta y tiende a aumentar con la crisis. ¿Por qué sabemos tan poco al respecto?
A diferencia de otros indicadores económicos y sociales, la producción y difusión de los alimentos han recibido muy poca atención. En materia de desempleo, el instituto oficial de estadística, el INEGI, lleva a cabo una encuesta urbana permanente, que produce resultados mensuales que envía por fax a los medios. En materia de ingresos y gastos de los hogares, el propio INEGI ha realizado cuatro encuestas nacionales (ENIGH) en los últimos 10 años. Las ENIGH captan datos sobre la compra de alimentos en los hogares y pueden ser utilizadas para analizar el nivel de nutrición de los hogares, como se hizo en el volumen Alimentación de la Serie Necesidades Esenciales en México, de Coplamar, con datos de 1975.
Este análisis no se ha vuelto a repetir, entre otras razones porque en las publicaciones de las ENIGH no se incluyen cantidades de alimentos comprados por los hogares, sólo los gastos monetarios. Los resultados de las ENIGH no se hacen llegar a los periódicos y no tienen la difusión amplia de los datos de desempleo.
El estudio de la alimentación y nutrición ha quedado como responsabilidad de una institución pequeña, con escasos recursos, aunque grandes méritos técnicos y humanísticos, el Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán (INNSZ). Sin los recursos y la experiencia del INEGI, el INNSZ no ha podido hacer más que encuestas parciales que, además, tienen algunos problemas técnicos. En 1979 y en 1989 llevó a cabo dos encuestas rurales con cobertura nacional. Desde entonces no ha repetido la experiencia. En 1995 llevó a cabo una encuesta en la zona metropolitana de la ciudad de México. En 1988 la Secretaría de Salud llevó a cabo una Encuesta Nacional de Nutrición (ENN), la primera en la historia del país, que supera los problemas técnicos de las encuestas del INNSZ. Desde entonces no se ha repetido la experiencia. Lo más grave de este panorama es que estos dispersos estudios son de muy difícil acceso, no sólo no llegan a los periódicos, sino que no están en librerías y se encuentran en muy pocas bibliotecas.
Los censos de población hasta 1980 comprendían preguntas sobre alimentación, pero éstas se eliminaron en el censo de 1990. En la encuesta que se aplicó al 10 por ciento de las viviendas como parte del Conteo de Población de 1995, se preguntó sólo sobre el acceso a programas de apoyo alimentario como tortibonos y leche Liconsa, pero no sobre hábitos alimentarios. A través de las estadísticas agropecuarias y de cuentas nacionales, se pueden conocer los montos globales de consumo alimentario, pero no su distribución.
La alimentación ha recibido muy poca prioridad en la estadística nacional, lo que mantiene un escaso conocimiento sobre el hambre, conocimiento que, además, circula sólo en un estrecho círculo de especialistas. Lo que sabemos de la nutrición de los mexicanos es incompleto, carece de periodicidad y cobertura plenas, no permite su desagregación geográfica detallada ni el análisis de su evolución. Con este nivel informativo, es muy difícil instrumentar programas alimentarios focalizados a la población desnutrida, como el de la tarjeta pobremático. No es extraño que los programas alimentarios del país tengan que acudir a datos indirectos de insuficiencia alimentaria, como son los de insuficiencia de ingresos.