Desde que Aristóteles redactó su Lógica sabemos que lo existente y aun lo no existente, las fantasías por ejemplo, pueden ordenarse en especies y subespecies dentro de un escalonamiento culminante en las categorías capaces de alojar en su amplísima denotación los géneros y subgéneros que les son subordinados.
Si ahora aplicamos estas reflexiones a la crisis, resulta coherente hablar de crisis económica, social, laboral, empresarial, entre otras, aunque todas tienen impresas las características de la idea categorial de crisis. Y esto es lo que en verdad nos importa al tener en cuenta que las crisis que nos agobian, incluida la ocurrida en diciembre de 1994 son, en realidad, síntomas, a las veces patognomónicos, de una mucho más profunda, cuya naturaleza precisa descubrir y diagnosticar, a fin de buscar luces que puedan conducirnos hacia la salida del laberinto.
¿En qué consiste la crisis contemplada en su alta perspectiva categorial? Háganse a un lado hojas, ramas y hasta los troncos y alleguémonos a las raíces del asunto. En los tiempos arcaicos y luego de no pocos milenios históricos, la crisis se explicó con ayuda de la teología política: el enojo de Dios y su cohorte, con los hombres, originaba las crisis. Recuérdese cómo la furia de Jehová sepultó en el Mar Rojo a cientos y miles de soldados egipcios perseguidores de los judíos, y cómo hace llover fuego y endriagos sobre los súbditos del Faraón.
O bien, tráigase a la memoria la bella doctrina del mandato celestial que el duque Zhou expuso a los derrotados Shang, para convencerlos de obedecer la autoridad del nuevo wang o rey triunfante Wu. La tesis es muy simple. Los Shang olvidaron las reglas supremas y, en consecuencia, el Cielo o Señor de las Alturas, les retiró su mandato y lo otorgó a los victoriosos Zhou; así fue como el Cielo gestó la crisis que hundiera a los legatarios del célebre Xie.
Estos perfiles teológico-políticos replicaríanse en la Edad Media y en los siglos absolutistas tanto en los textos de San Agustín y Santo Tomás como en el derecho divino de los reyes. Epítome: la teoría teológico-metafísica de la crisis supone la intervención incómoda de los poderes divinos en la vida de las criaturas terrestres.
Con el estallido de las revoluciones que conmovieron las postrimerías del siglo XVIII, cambiaron las cosas. En lugar del rey, el gobierno quedó a cargo de representantes elegidos; y en lugar de Dios, el pueblo tomó para sí la soberanía. El mandato del cielo de los clásicos chinos, o el mandato divino de las civilizaciones occidentales, se transformaron en el mandato del pueblo. Antes la desobediencia de la regla divina instaba las crisis; ahora, tal instancia se adjudica al desacatamiento del mandato del pueblo.
Y en los dos casos salta el denominador fundamental: la infracción del mandato divino o del mandato popular infiltra la inhabilidad de la autoridad para solucionar acertadamente los grandes problemas sociales; y este denominador común nos entrega la clave que buscamos: la crisis categorial es una incapacidad intrínseca de los gobernantes para despejar los obstáculos que obturan el bienestar de los gobernados.
La actual crisis que agobia a nuestro país no es sólo económica; es nada menos que una crisis categorial, porque las cuestiones centrales que nos afectan desde que concluyó la Revolución en 1917 no han sido resueltas. Por el contrario, se han agravado en la medida en que los gobiernos las han dejado flotar en el tiempo.
No tenemos república democrática ni Estado de derecho; no hay justa distribución de la riqueza y la cultura; la soberanía se estrecha frente al capitalismo trasnacional que nos absorbe; las masas desorganizadas son víctimas de la ignorancia, el hambre y toda clase de angustias; los crímenes políticos están impunes; los multimillonarios patrimonios de que gozan altos funcionarios públicos y sus amigos no son investigados ni aclarados; y lentamente nos hemos venido convirtiendo en una República de averiguaciones, diálogos, debates, discursos y propuestas siempre incumplidas.
Todo esto y muchas cosas más ubican los últimos 79 años de nuestra historia en la definición de la crisis categorial. ¿O hay quién, con honestidad, piense lo contrario?