Un hombre violó a una anciana antes de asesinarla, y también violó a la hija de ésta y le cortó una mano. En otra ciudad, un hombre fue hallado dentro de una tumba devorando el cadáver de una mujer sepultada días antes.
Las notas que reportan estos hechos se publican en medio de informaciones sin relación con ellas, no merecen mención en los editoriales sin firma y a nadie se le ocurre evocar en relación con ellas las citas que de Andrea Dworkin recogió Amalia Rivera en la última DobleJornada. Con todo, de Margo Glantz se publica una reflexión sobre la fuerza mítica que alimenta a la violación antes de que se le reduzca a nota roja; su texto extraordinario aparece en la sección de espectáculos, entre una entrevista sobre las formas de fotografiar al DF y una varia acerca de un éxito cinematográfico de taquilla.
Así se ha consignado en la prensa la violencia ejercida sobre los cuerpos vivos de una niña y de su madre, y la antropofagia practicada sobre el cuerpo muerto de otra mujer en su ataúd. Parecen horrores excepcionales que pueden pasar casi desapercibidos entre la avalancha de atrocidades que en estos años se han convertido en rutina de nuestra cotidianidad. Pueden ser vistos, en efecto, como acontecimientos que llaman la atención por el espanto momentáneo que generan antes de ser convertidos en simples hechos delictivos, destinados quizá a alguna estadística e incluso a la sanción legal, tal vez a ser fundamento de algún plan de intensificación de la presencia y la acción policiacas.
Pero en la perspectiva que ofrece Margo Glantz, revelan su dimensión de historia reiterativa, quizá eterna, que no es descubierta en sus variadas manifestaciones de cada día, ni siquiera cuando una noticia escandalosa es metáfora viviente de acontecimientos incontables y también de una estructura de relaciones entre hombres y mujeres, vistas como perpetuas, innombrables e invisibles porque, siendo supuestamente naturales, no es necesario nombrarlas ni verlas.
Las mujeres violadas diariamente se cuentan por miles, aunque sólo sean unas cuantas las violaciones denunciadas. La violación individual o tumultuaria es un ritual de expresión, afirmación y confirmación de la virilidad deseable para todos los hombres, fantaseado y deseado por casi todos, realizado por demasiados. Es marca de superioridad genérica y expresión de las creencias en que las mujeres son objetos de uso masculino que pueden ser desechables, y de las convicciones profundas provenientes de esas creencias. ``Todas las variantes del abuso sexual tienen como eje a la pornografía'', dice Andrea Dworkin. ``La pornografía es una especie de Pentágono donde se planean las estrategias de abuso sexual para comunicarlas a los hombres que después salen a ponerlas en práctica''. Se trata de una de las didácticas fundamentales de la supremacía masculina disfrazada de libertad de expresión o de gráfica artística, que muestra y reproduce la vivacidad y el arraigo de una tradición cultural opresiva, quizá la más antigua de todas, considerada incuestionable e inmutable.
Los cuerpos de las mujeres son usados, atacados y mutilados minuto a minuto, y la mayor parte de las veces en que eso acontece, más bien casi todas, el hecho no es ni siquiera digno de mención. Los cuerpos de las mujeres son devorados sin cesar, en comunión perenne de devoradores, en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Los cuerpos de las mujeres son, como los describen Franca Basaglia y Marcela Lagarde, cuerpos de seres-para-los-otros.
En el último siglo, las mujeres han construido los andamios de su liberación y con ellos han construido espacios en que son cada día más seres-para-sí-mismas. Pero las concepciones patriarcales predominantes siguen siendo las más poderosas tanto en la experiencia práctica doméstica como en la vida pública.
El violador y asesino del DF, igual que el antropófago de Guadalajara, además de criminales misóginos con nombres y apellidos, resultan símbolos de una realidad aceptada casi sin asombro, con críticas reducidas y bien delimitadas, aprobada continuamente con la complicidad de la comprensión tolerante y la broma. Son renovación y salvaguarda vivientes de los mitos, los usos y las costumbres alegorizados en los personajes que menciona este jueves Margo Glantz. Por algo, desde su homenaje en todos los vagones del metro capitalino, Jaime Sabines hace de la ciudad de México una mujer con los brazos abiertos como una amante nueva, comunica a cada hombre de la urbe que esa mujer le pertenece, y lo llama a poseerla.
Cuando, aun en estos tiempos de violencia generalizada, medimos la enorme distancia que existe entre las posibilidades reales de desarrollo y de seguridad en la vida de los hombres y aquéllas que se dan en la vida de las mujeres, el destino de ellas en la estructura presente del dominio aparece como un destino de muerte reiterada, de muerte en vida que ni la muerte puede detener. ¿Hasta cuándo?, hay que repetir con Margo Glantz.