La diócesis de Tehuantepec estuvo el pasado miércoles de fiesta. Los huaves, zoques, mixes y chontales, así como los aguerridos zapotecas, celebraban con gusto los 25 años de la llegada de su VII obispo, monseñor Arturo Lona Reyes. El obispo de los pobres, como se coreó con ganas al final de una significativa concelebración, que presidió con un cardenal, dos arzobispos, nueve obispos (entre ellos un brasileño y un paraguayo), y decenas de sacerdotes y religiosos, algunos de ellos provenientes de toda la República, llegó efectivamente de la diócesis de Huejutla el 14 de agosto de 1971, para recibir la ordenación episcopal al día siguiente, por primera vez en la historia de los obispos de Tehuantepec.
Había nacido en Aguascalientes, la de los gallos y la Feria de San Marcos. Y por ello en su espontánea homilía de hace tres días expresó con franqueza que le habían amarrado las navajas para darle la batalla al diablo contra este sistema de muerte que está matando a los pobres, y que por eso era duro, fiero, bravo contra esta sociedad corrupta, para trabajar con ellos, los pobres, por un México más alegre, fraterno y sencillo.
``En tormentas de ciclones'', explicó, hace 25 años recibió con azoro y en medio de un presagio el anuncio de que había sido elegido obispo por el Papa, pues ese día la información en los diarios de un barco coreano encallado en Salina Cruz por un fuerte huracán en el Pacífico, fue la primera noticia que recibió de la diócesis de Tehuantepec, al salir de la entonces delegación apostólica.
Y es que, como dijo por experiencia el miércoles en su tórrida catedral, ``meterse con los pobres no es un juego, es una tarea ingrata, ruda, pero hermosa, cuando se hace por amor''. Y amor ha sido lo que más ha experimentado por los indígenas y los pobres este padre obispo, como con respeto y cariño le llaman, mientras más ha convivido con ellos entre las montañas, las costas, los valles, los mares y las lagunas de Tehuantepec, donde comprendió claramente que su opción era por los pobres y su misión evangelizarlos.
Más de cinco atentados graves contra su vida lleva en su cuenta este buen pastor, quien sin embargo recuerda aquellas palabras de Jesucristo, ``alégrense y gócense cuando se diga toda clase de mentiras contra ustedes'', y con inocencia confiesa que ora más por los que le insultan y calumnian. Ello no obstante, ese mismo día retomó el compromiso de hace 25 años.
Con razón Eleazar López, sacerdote zapoteco de Juchitán y uno de los más importantes especialistas latinoamericanos en Teología India, desde el Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas, lo saludó en su fiesta con las siguientes palabras rimadas: Con la sencillez de Francisco de Asís/ y con el ímpetu del fogoso Elías/ encendiste la pasión por la vida/ y por la justicia en todos los moradores./.Al lado del pobre y para su servicio/ preparas un semillero de evangelizadores/ que esparzan la semilla del Reino en valles, costas y montañas./ Mas tu actitud profética ha afectado/ intereses económicos y políticos,/ y los detentadores del poder callarte quieren/ con múltiples amenazas y atentados./ Pero no es posible detener/ el borbotón de vida y dignidad/ que mana pujante desde abajo/ exigiendo cambios trascendentales.
Para celebrar convenientemente tan fausto acontecimiento, el Centro de Derechos Humanos ``Tepeyac'' de la diócesis, del que él es fundador y presidente, trabajó, solicitó y felizmente obtuvo el día 14 la liberación de 25 indígenas presos en Juchitán y Matías Romero, nueve de ellos por delitos contra la salud, uno por cada año de su episcopado, gracias a la sensibilidad de Alfredo Vázquez, director de Prevención y Readaptación Social del Estado, y sobre todo del antropólogo Gerardo Garfias Ruiz, Procurador para la Defensa del Indígena, y más que nada a la Constitución, las leyes y los procedimientos de procuración e impartición de justicia más adaptados a las situaciones y comunidades de los indígenas, que felizmente ya van existiendo en el estado de Oaxaca. ``Quisiera poder cumplir mañana otro nuevo jubileo, para obtener la libertad de más reclusos indígenas'', dijo simpática y compasivamente el obispo, quien allí mismo ratificó su propósito de dedicarse en adelante más a los indígenas presos, al tiempo que presentaba a la asamblea a un niño ahijado suyo: el hijo de un recluso recién liberado. ¡Los niños de Tehuantepec! Esos niños de inigualable mirada que lo rodean con afecto, y que con sólo decirle por las calles ``adiós, padre obispo'', ya le dieron cuerda, como afirma, para toda la jornada.