Jean Meyer
Burundi: guerra de castas

Tres veces grande como el estado de Aguascalientes, la pequeña república africana de la región de los grandes lagos aloja a 6 millones de personas, de la nación hutu (85 por ciento) y de la nación tutsi (15 por ciento). Hace dos años el vecino Ruanda, su hermano gemelo, se hundió en el genocidio sufrido por la minoría tutsi, para asombro del mundo. Hoy en día, nadie podrá invocar la sorpresa cuando ocurra el desastre. Desde 1993, 150 mil personas han sufrido una muerte brutal, y lo peor está por venir.

El mundo ha condenado el golpe militar que acaba de llevar a la cabeza de una junta militar al mayor Pierre Buyoya, hombre fuerte de 1987 a 1993, pero uno puede preguntarse si no es el hombre de la situación, el hombre de la última oportunidad.

En este país, el Ejército es tutsi en un 80 por ciento; sin embargo, el mayor tutsi Buyoya supo organizar en 1993 las primeras elecciones democráticas; supo reconocer su derrota y entregar el poder a la mayoría hutu. Después del golpe de Estado de hace quince días declaró: ``El sentido de mi actuación es salvar a un pueblo desamparado'', y prometió restaurar la paz entre los dos grupos étnicos.

Buyoya no tendrá una tarea fácil. Existe una guerrilla hutu bastante irreconciliable, que había declarado la guerra al presidente hutu partidario de la convivencia pacífica entre hutus y tutsis. Por lo mismo, es difícil esperar que la minoría tutsi renuncie al monopolio militar que es el suyo, ya que ve en ella su única defensa contra el genocidio sufrido por los tutsis de Ruanda.

Además, el mayor Buyoya no tiene el apoyo de todos los tutsis, ni el control asegurado del Ejército. La junta militar parece haber calculado que Buyoya, con su prestigio de moderado y con sus antecedentes de democratizador, era el hombre más aceptable para la ONU y las grandes potencias. En este caso, podría ser usado como pantalla, nada más.

Después de las violencias de los últimos años, la geografía étnica ha cambiado; hoy en día, los tutsis se concentran en la capital y en los pueblos, mientras que la mayoría hutu se encuentra en los lomeríos y las cañadas del país profundo. Es de esperarse un desarrollo de la guerrilla hutu, ya que no encuentra más el obstáculo de un presidente hutu y de un Congreso en el cual los hutus tenían 80 por ciento de las curules. En tal caso, el Ejército (tutsi) desataría represalias terribles contra los campesinos hutus, confundidos con los guerrilleros. Cientos de miles de refugiados alcanzarían en los países vecinos a los dos millones ya fugitivos.

La comunidad internacional no ha hecho nada en los dos últimos años para prevenir esa crisis, contra todas las advertencias de los especialistas y de los periodistas bien informados. Claro, las experiencias de Somalia y de Liberia no pueden entusiasmar a la ONU ni a los Estados africanos, para no hablar de EU o de Francia. El problema es que Ruanda y Burundi, en su crisis propia, están desestabilizando a toda la región de los grandes lagos: Zaire, Uganda, Tanzania, cuyas fronteras no pueden parar a los movimientos de la guerrilla ni los éxodos masivos de población emparentadas (como los mayas de ambos lados de nuestra frontera con Guatemala).

Actualmente los tutsis están en el poder en Ruanda, Burundi y Uganda. Eso permite a los nacional-socialistas hutus denunciar la formación de un gran Estado tutsi expansionista; no es el caso y la situación varía mucho de un Estado a otro. El problema en Ruanda y Burundi es cómo garantizar la existencia de la minoría tutsi frente a la mayoría hutu (85 por ciento). La minoría blanca de Africa del Sur ha vivido el mismo rompecabeza y tardó muchos años en renunciar a la solución de fuerza.

La Iglesia católica no facilitó la solución del enigma al apoyar sistemáticamente a la mayoría hutu, considerada como ``el pueblo'', frente a los tutsis, vistos en una curiosa interpretación cristiano-marxista de lucha de clases, como ``feudales'', como una élite étnico-social.

Hoy, el miedo es el enemigo principal. Los hutus tienen miedo a los tutsis, los cuales les tienen pavor a los hutus. Aislar el Burundi porque un ``putsch'' ha llevado al poder al mayor Pierre Buyoya, sería un error terrible, pero ¿qué puede hacer la comunidad internacional para romper el círculo vicioso del miedo? Después de las tragedias en Somalia y Liberia, lo único que se sabe es que hay que evitar la destrucción del Ejército, que se debe tomar en cuenta la dimensión regional de la crisis y, a falta de democracia, lograr un poder compartido.