Los líderes empresariales mexicanos no ocultan su enorme satisfacción por el nuevo pacto firmado entre ellos y la dirigencia sindical encabezada por Fidel Velázquez el pasado martes 13, con la presencia -como testigo de honor- del doctor Ernesto Zedillo. Y tienen razón para el júbilo y lo expresan. Para Héctor Larios Santillán del CCE; Carlos Abascal de Coparmex, y otros jefes de la cúpula empresarial, la Nueva Cultura Laboral --así se llama el pacto-- es el principio de una nueva fase en las relaciones entre los jefes empresariales y los capos del viejo y erosionado sindicalismo mexicano. Llevado por su entusiasmo, el líder de la Canaco del DF, José Alfredo Santos, afirma que es el fin de la división y la lucha de clases, con lo que se inicia un periodo de colaboración entre trabajadores y empresarios.
No puede decirse que hasta hoy, antes de la firma del pacto para una Nueva Cultura Laboral, las relaciones entre las organizaciones empresariales y las cúpulas del sindicalismo mexicano hayan sido malas. Por el contrario, han sido buenas, incluso muy buenas, sin asperezas ni conflictos importantes; escasearon las huelgas en los años recientes, aunque han sobrado y sobran razones para el reclamo de los trabajadores e incluso para llegar a los extremos establecidos en la ley, como es la paralización de labores.
De manera particular en el sexenio anterior, desde el primer pacto, el de la Alianza para la Producción, esas relaciones han sido muy buenas. Los dirigentes empresariales tienen poco de qué quejarse. La energía de Fidel Velázquez y sus hombres para imponer a los trabajadores sacrificios inmensos, a nombre del interés general, hicieron tersos los vínculos de empresarios y dirigentes de los sindicatos, que no alteran los periódicos retobos del viejo líder cetemista.
Los costos de esas conductas los pagan, se entiende, no los dirigentes sino los trabajadores. Caída espectacular y sistemática de los salarios, como lo demuestran los estudios especializados, lo admiten los dirigentes sindicales responsables de esta situación desastrosa y lo sienten todos los días millones de trabajadores; disminución de prestaciones; ataque sistemático a los contratos de trabajo; aumento de la explotación de la fuerza de trabajo, crecimiento constante de la productividad, que no es lo mismo que explotación, aunque están emparentadas. En suma, reducción al mínimo del valor de la fuerza de trabajo de los obreros mexicanos, todo lo cual se refleja en el cada día más desigual reparto del ingreso.
La situación desastrosa de los trabajadores mexicanos es consecuencia directa del abandono de la defensa de sus intereses y de derechos por parte de los sindicatos, y de la voracidad de la clase empresarial; en tiempos de auge, los patrones sólo mediante la lucha mejoran los salarios obreros y en tiempos de crisis los reducen al mínimo. En el caso de México, con la complicidad de los capos del sindicalismo.
Tras denunciar que en 20 años los obreros mexicanos han perdido 258 mil millones de dólares en salarios, y señalar que en las empresas que generan el 65 por ciento del empleo en el país el promedio salarial es de 1.5 salarios mínimos, Juan S. Millán, dirigente de la CTM, y uno de los autores de la llamada Nueva Cultura Laboral, con dramatismo pregunta: ``¿No han sido suficientes 19 años continuos de deterioro salarial, no le han bastado dos décadas de sacrificio salarial al sindicalismo, no ha llegado ya el momento de cambiar la estrategia general?'' (La Jornada, 16 de agosto). Por lo visto, para los dirigentes cetemistas y otros que firmaron el pacto para la Nueva Cultura Laboral, no ha llegado ese momento.
El nuevo pacto es un conjunto de declaraciones de fe e intenciones, cuyo eje central es el compromiso sindical con la productividad y la subordinación a ésta de las promesas de mejoría de los ingresos de los trabajadores. Por ello, en la Nueva Cultura Laboral no hay nada nuevo. Es la formalización, en un pacto, de las ya viejas formas de colaboración de jefes empresariales y sindicales, al menos la de los fieles seguidores de Fidel Velázquez.
Es necesario revisar a fondo las relaciones de empresarios y trabajadores para ponerlas a tono con los nuevos tiempos, con las necesidades y aspiraciones de los trabajadores. Pero esto será imposible sin democracia, sin libertad e independencia sindicales; no podrá alcanzarse sin restituir a los sindicatos su función central de defender los intereses económicos y políticos de los trabajadores