Angeles González Gamio
No me defiendas, compadre

Seguramente es lo que le diría la inmensa bandera nacional que ondea feliz en el centro mismo de la majestuosa Plaza de la Constitución, al que tuvo la pésima ocurrencia de destruir su decorosa asta bandera, que estaba colocada sobre una plataforma de ``usos múltiples'', ya que servía lo mismo para que bajaran por ella, con gran solemnidad, los soldados que la colocaban en la mañana y la recogían por las tardes, que a los niños del rumbo que por las noches se deslizaban en sus patinetas.

Ahora en su lugar se yergue una agresiva torre que parece perforadora de pozos petroleros, de un grosor y altura grotescos, al grado que se le puso un foco fluorescente en la punta, para que no se la lleve un avión. La ofensa estética a los edificios que rodean la Plaza es severa, para no hablar del estropicio que hace a la vista de la catedral, al llegar al zócalo por la avenida 20 de Noviembre.

Este es uno más de los atentados que ha sufrido la que fuese llamada Plaza Mayor hasta 1812, en que se le cambió el nombre a Plaza de la Constitución. Diseñada por el alarife Alonso García Bravo en gran parte de lo que fue el centro ceremonial de la grandiosa ciudad mexica, desde siempre a su alrededor han estado los edificios que alojan los poderes: el gobierno, la iglesia y el comercio.

También conocida como Plaza de Armas y popularmente como el Zócalo, debido a que en ella se levantó una estructura que serviría de base al monumento para conmemorar la Independencia, que finalmente no se construyó en ese lugar.

Durante muchos años a las puertas del palacio se encontraba una impresionante picota y la horca, en donde eran ajusticiados los delincuentes más peligrosos. En el siglo XVIII gran parte de la plaza fue ocupada por el mercado del Parián, en donde se vendían las mercancías más finas y costosas, muchas de ellas llegadas del oriente en la célebre Nao de China.

A los pocos años de iniciado el movimiento de independencia, durante la presidencia de Guadalupe Victoria, el Parián fue saqueado e incendiado por la turba, con el pretexto de que muchos de los comerciantes eran españoles. Esto trajo como consecuencia una grave salida de capitales, lo que puso al país en una situación crítica y a las damas ricachonas en crisis, por la imposibilidad de adquirir sedas, joyas, perfumes y adornos importados, que les eran de ``primera necesidad''.

En el siglo XIX el imponente espacio se cubrió de jardines, fuentes, bancas y un quiosco, adoptando un delicioso aire pueblerino, acentuado con la estación de trenes de mulitas que sentó sus lares a un costado de la plaza.

Desde siempre lugar de privilegio, allí tuvieron sus palacios los emperadores aztecas Axayacatl y Moctezuma, mismos que con muy buen ojo se adjudicó Hernán Cortés al concluir la conquista. Llamadas las Casas Viejas y las Casas Nuevas, en las primeras, que estuvieron donde ahora se encuentra el Monte de Piedad, el conquistador edificó unas residencias tan enormes, que se decía eran como una pequeña ciudad. Baste recordar que el terreno iba de la Plaza Mayor a la actual calle de Isabel la católica y de Madero hasta Tacuba, ya que no existía 5 de Mayo.

En ese lugar se dijeron las primeras misas y fue sede del primer gobierno virreinal. Posteriormente le compraron al visionario Cortés su otro palacio, conocido como Casas Nuevas, situado precisamente en donde se encuentra el Palacio Nacional.

Originalmente el espacio de lo que sería la plaza quedó dividido en dos partes por la antigua catedral; la del sur se llamó Plaza Mayor y la del norte Plaza Chica; ésta última frente a una de las mansiones de Cortés, razón por la que se le llamó Plazuela del Marqués. En 1527 ésta se redujo por el repartimiento de solares que se hizo al alcalde y los miembros del cabildo.

Al edificarse la nueva catedral, que se inició en 1573, quedó a un costado otra linda placita, que se llamó de Seminario, por haber estado en ese lugar dicha institución. A raíz de las excavaciones del Templo Mayor, como homenaje por haber hecho los primeros trabajos en ese lugar a principios de siglo y determinado que allí se encontraba, se bautizó el sitio como Plaza Manuel Gamio.

En el siglo XVIII se reconstruyó en los alrededores una linda casita de tezontle y cantera decorada en la parte superior con un voluptuoso labrado en la fina piedra, que remata con dos sensuales sirenas que sonríen felices a los paseantes. Allí tuvieron la magnífica idea, Nicolás y Jessie Salas, de abrir uno de los restaurantes más encantadores de la ciudad, adecuadamente nombrado Casa de las sirenas. Los desayunos y comidas son en una terraza con la mejor vista de la catedral, y el próximo día 22 en la planta baja inauguran El salón del tequila, con degustación de 18 variedades diferentes del maravilloso elixir y la mejor botana del rumbo.