MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Nada personal
A cambio de haberlo perdido todo, Ernesto recuperó el derecho de caminar bajo la lluvia sin miedo a empaparse de pies a cabeza. En su estado de ánimo le resulta muy placentero deslizarse por calles desiertas, aun cuando le
atraiga las miradas de los hombres y mujeres que se guarecen en los quicios de los establecimientos. Imagina que a los desconocidos los envuelve el mismo tufo a lana mojada y el temor de que sus ropas estén húmedas a la mañana siguiente.
Hasta hace muy poco ésa era otra de sus preocupaciones: no tener algo decente que ponerse para ir al trabajo. Perdió esa inquietud junto con el empleo. El licenciado Jiménez se le recalcó varias veces: ``Aquí no hay lugar para mentirosos como tú''. Y él ¿qué le respondió? La escena ocurrió hace apenas una hora y sin embargo no puede precisar en qué momento se desató el infierno del que acaba de salir y sí
aquel en que entró --frase del licenciado Jiménez-- por la puerta falsa de la mentira''.
Ernesto sonríe satisfecho de adivinar en esas palabras la afición de su ex jefe por las telenovelas. La curiosidad lo arrastra, lo hace olvidarse de sí mismo: ``¿Qué vicios tendrá Jiménez? A lo mejor ni es licenciado, pero si lo es ¿de qué le sirve? Ni siquiera puede entender la razón de una mentira''. Ernesto vuelve a reír: ``Chingao, ya estoy hablando como él. No cabe duda: el pendejismo también es contagioso''.
Un automóvil que pasa le salpica el agua sucia de un charco. Si fuera un martes común y corriente Ernesto se desharía en maldiciones contra el chofer. Hoy no le importa. Lo deja pasar y sigue observándolo hasta que se pierde en la distancia.
A él también le gustaría perderse y ahorrarse el trago amargo que le espera: explicarle a Delia, su esposa, que al fin comprendió las
alusiones de Jiménez acerca de ``los hombres que se pintan el cabello y hacen lo que sea con tal de ponerse más jóvenes''. ¡Maldito! ¿Por qué no le dijo las causas claramente? De seguro para regodearse, para jugar mientras esperaba el momento de sorprenderlo: ``Te atrapé. Hasta aquí llegaste''.
Al pasar frente a un comercio iluminado Ernesto consulta su reloj: las nueve. Se acerca el momento de hablar con Delia. Ella ¿qué le dirá? La conoce bien: ocultará su inquietud bajo la justa indignación, repetirá que Dios
aprieta pero no ahorca y luego le recomendará que consulte con su primo Luis: es abogado, él sabrá cómo sacarlo del atolladero. Ernesto piensa otra vez en su ex jefe. Quizá ya esté en su casa, describiéndole a su mujer la forma en que lo desenmascaró. ``¿Qué hará la señora Jiménez?'' Admirar las dotes indagatorias de su marido y decirle: ''Debiste ser detective''. Ernesto reconoce que el procdimiento de Jiménez para descubrirlo es como de novela policiaca. ``De seguro le fascinan las películas de detectives. Parece que lo estoy viendo, el domingo, irse derechito a las secciones de acción y crimen de su videocentro predilecto''.
La ocurrencia le recuerda que a partir de hoy Delia y él tendrán que renunciar a su único lujo: ``Se acabaron las películas rentadas''. Ella lo entenderá pero ¿qué dirán sus hijos? Tendrán que comprenderlo cuando les diga que lo cesaron. Querrán saber por qué. Abochornado de imaginarse exponiendo la razón, opta por, llegado el momento, darles explicaciones vagas que suenen a absoluta verdad: ``recorte'', ``quiebra'', ``le dieron mi puesto a la amante del jefe''. La sola idea de que Jiménez pueda vivir un amor clandestino le arranca una carcajada, pero se reprocha estar pensando en esas cosas en vez de resolver el dilema: sin empleo, ¿qué hará para cubrir los gastos familiares?
Pensándolo bien, quizá haya llegado el momento de intentar una actividad en que a nadie le importen sus canas o las bolsas que tiene bajo los ojos; algo que le permita mantenerse activo pero oculto: ``Escritor''. Recuerda que en la secundaria entregaba composiciones notables acerca de ciudades interplanetarias. Podría tener mucha más aceptación contando su historia --de tan real parecerá ficticia-- en forma de telenovela. Quizá lo más difícil será captar el interés de algún productor. Lo conseguirá atrapándolo desde la primera línea: el título. Pero ¿cuál?
Bajo la lluvia su cerebro funciona mejor que en el departamento de finanzas de donde acaban de echarlo ``por mentiroso''. ``De la humillación, de lo negativo, uno debe sacar cosas buenas'', le ha dicho su madre. Ella nació sabia y se precia de haber visto casi todas las telenovelas; hasta asegura que sabe lo qué ocurrirá en el último capítulo de Nada personal.
Ernesto vuelve a sonreír porque recuerda que en un momento de la horrible conversación su ex jefe pronunció esa frase para aclararle que el cese fulminante no era consecuencia de su antipatía sino del dictado de su conciencia. ``Si la tiene, se dará cuenta de que está condenando a mi familia a la miseria''. ¿Y qué hizo el infeliz de Jiménez?'' Sentenciarlo: ``Pienso levantar un acta. Cometiste un delito gravísimo. Por si o lo sabes está más que penado acreditarse con documentos falsos, máxime si se trata del acta de nacimiento''.
La verdad que le cayó a Ernesto como una tonelada de cemento vuelve a hundirlo, pero él escapa del agobio imaginando que de eso también hablará en su telenovela. ``¿El título?'' Se le ocurren tres: La culpa es de todos, El pecado de envejecer, La horrible verdad. Apenas los repite le parecen nauseabundos y decide postergar el momento de la elección. Será más fácil decidir cuando tenga la historia completa.
Inspirado por la lluvia, decide que comenzará su relato por el final, a partir de la escena del despido que protagonizó hace unos minutos. Eso despertará el interés del público --muchos se identificarón con el personaje-- y evitará que los acontecimientos sigan confundiéndose y desvaneciéndose en su memoria. En cuanto llegue a la casa tomará un cuaderno y escribirá exactamente lo que sucedió. Todo resultará bien si aplica los principios narrativos que le enseñó su maestra de literatura: ``Cuando quieras escribir algo, imagina que alguien te lo está contando''.
Sin motivo preciso, se siente feliz. El mundo vuelve a gustarle y le parecería perfecto si en esos momentos, al pensar en su maestra, tuviera una emoción. No pasó nada. La verdad es que su profesora, Juventina, no fue su primer amor: era bigotona, malhumorada, halitósica, pero buenísima para enseñar. Ernesto cree verla dando vueltas de un extremo del salón mientras repetía: ``¿Qué, por qué, quién cuándo, dónde, cómo?'' ¿O era al revés?
Responder a eso es menos importante que reconstruir el capítulo de su vida empezado cuando entró corriendo en la oficina de Jiménez, listo para asestarle una frase que él no entendió: ``Te chingaste, Olivares. Estás metido en un broncón''. Ernesto procura imaginar su gesto. No lo consigue, pero le enfurece reconocer que sudó, que el calor de su cuerpo acentuó el olorcito a tinte para cabello y que intentó una sonrisa antes de preguntar en tono de broma: ``¿Qué pasó? ¿A poco así nos llevamos''. Sí, no hay duda, eso fue lo que dijo y el recuerdo le provoca deseos de escupir.
Conforme reconstruye la escena se vuelve más preciso el tono abominable de jiménez: ``Espero que cuando te citen a declarar conserves tu buen humor. Vas a necesitarlo y también a un abogado; aunque no creo que haya uno que logre justificar lo que hiciste''. Ernesto sabe que puso la misma cara que pone su hijo cuando él lo descubre en falta y que preguntó con su mismo tono tembloroso: ``¿Qué onda o qué?''
Jiménez se limitó a arrojarle su acta de nacimiento donde la fecha estaba circulada de rojo: ``A eso. Léelo''. Ernesto apenas tuvo fuerzas para hacerlo: ``... Ernesto Olivares Retana, que nació a las 19:30 horas del día 8 de octubre de 1973''. Antes de pronunciar la última sílaba adivinó el comentario de Jiménez: ``Ya lo comprobé. La fecha está alterada. Tal como supuse, naciste en 1953. Es un delito muy grave. Piensa que muchos chipocludos están en el bote, nada más ni nada menos que en Almoloya, por eso''. Luego ¿qué pasó? Jiménez abrió la puerta de la oficina: ``Fuera. Aquí no caben los pillos''.
Ernesto obedeció. No hizo lo que hará su personaje. El sí se detendrá para decir: ``Soy culpable, pero también lo son otros: los que nos cierran la posibilidad de trabajar argumentando que somos viejos, inservibles, inútiles porque tenemos más de 40 años. Me cansé de oír esa explicación y me convertí en delincuente. Tú eres tan culpable como yo. Sí, yo también te estoy acusando y conste que no es nada personal''.
Antes de abordar el microbús Ernesto decide que su telenovela se llamará: El último de los inocentes.