Las estadísticas económicas revelan mejoría: incremento de la reserva de divisas, disminución de las tasas de interés, incremento de la producción, etcétera. Los analistas están muy contentos de poder constatar las proyecciones macroeconómicas, como si éstas correspondieran a la vida real del pueblo de México. Durante el gobierno de Carlos Salinas, nuestros (pésimos) sistemas de información estadística estuvieron emitiendo señales positivas sobre la evolución de la economía. Es absurdo pedirle al gobierno que publique números malos para desincentivar la inversión y así hacer flaquear las expectativas. Pero al menos una cuota de mayor franqueza sería hoy perfectamente exigible, y sería muy útil porque la gente que constata su empobrecimiento cada día no puede creer en las cifras maravillosas. Esto va disminuyendo (la de por sí endeble) credibilidad en el gobierno.
En su apogeo, Salinas declaró que él estaba dispuesto a transformar rápidamente la estructura económica, pero que en materia de reforma política se iría con más tiento. Salinas pensaba que si el cambio era drástico podía significar el riesgo de terminar sin ninguna reforma e incluso, según él, de desintegrar al país como había sucedido con la Unión Soviética.
Creo en la sinceridad del presidente Zedillo respecto de su reforma política. Zedillo está convencido de que sin una reforma política drástica se corre el riesgo de terminar como Salinas terminó: sin ninguna reforma. El problema de Zedillo es que no tiene la flexibilidad suficiente para imaginar una política económica distinta a la de su antecesor, y así pone en peligro la transición democrática que es su gran iniciativa.
Hasta hoy Zedillo persevera en una desastrosa política económica, probablemente ``influido'' por los acreedores de México: en el respeto reverencial por el superávit y en la sacralización de los niveles de inflación. No toca ni con el pétalo de una rosa la estructura de la deuda externa; no busca ni se imagina opciones que no sean los pagos puntuales, aunque eso signifique la imposibilidad virtual del país para crecer. Parece no sentir respeto por los sufrimientos del pueblo de México. Los ridículos avances en el empleo nos ocultan la verdad: la mitad de la población económicamente activa no tiene un empleo fijo remunerado. No ha hecho nada por detener la tendencia autodestructiva de la especulación. No ha creado ninguna fórmula para incentivar la inversión productiva. No ha puesto en marcha ninguna política de fomento industrial.
Es decir, Zedillo y sus colaboradores están repitiendo las mismas recetas que han demostrado durante 15 años la más completa ineficacia. Sólo la autodisciplina asombrosa del pueblo de México ha permitido que esto pueda continuar, aunque no sabemos por cuanto tiempo.
Pero si hubiera un sacudimiento social borraría del mapa también la iniciativa de Reforma Política, la más seria e importante de los tiempos contemporáneos, que es la mejor obra de Zedillo.
Sí hay alternativas. En todos los países, incluso en los que se inclinaron en una época por una solución ``clásica'', están cambiando la política económica. ¿Por qué no en México?
¿Por qué no aumentar el gasto y reducir el superávit utilizado masivamente recursos para la inversión productiva y para el reforzamiento de la educación y el bienestar popular, destruidos virtualmente por los neoliberales? ¿Por qué no incentivar la producción industrial con estímulos fiscales y medidas de protección en forma muy pragmática, en lugar de estar protegiendo a los grandes especuladores? ¿Por qué no se abandonan las tesis que convierten a los monopolios en la mano divina? ¿Por qué no se busca crecer otra vez? ¿Por qué no se inventan algunos mecanismos de redistribución del ingreso? ¿Por qué no se renegocia el TLC para hacer sobrevivir a cientos de miles de pequeñas y de medianas empresas?
¿Y por qué nos sometemos como a un destino manifesto a esta política económica que se ha mostrado incapaz para lograr el bienestar de nuestras familias? Para que pueda prosperar la reforma política tendría que hacerse una reforma a la reforma económica conservadora. Estas dos reformas deben ser paralelas. No es posible que avance una y se contenga la otra para esperar mejores tiempos. Sin el ajuste se corre el riesgo de terminar sin ninguna reforma. Y como dijo Salinas: ``Nosotros queremos una reforma, no un país desintegrado''.