José Blanco
Erase que se era una deuda sin fin

Ahora fue Pablo Medina, vicepresidente de la Cámara de Diputados de Venezuela, quien nos puso sobre la mesa el amargo memorándum: América Latina debía en 1987, 426 mil millones de dólares; y a pesar de haber pagado hasta 1996, 648 mil millones, la deuda externa de la región asciende hoy a 611 mil millones de dólares.

Cada brasileño --estima el diputado Medina--, debe hoy 949 dólares; cada mexicano, 1,648; cada argentino, 2,714; cada venezolano, 1,727; cada peruano, 917; cada colombiano, 515; cada chileno, 1,646; cada ecuatoriano, 1,200; cada uruguayo, 2,285; cada costarricense, 1,142 dólares (La Jornada, agosto 18/96).

Según los datos globales, debíamos 426 mil millones de dólares; durante 10 años pagamos el equivalente a 152 por ciento del capital original y, a pesar de los pagos efectuados, ahora debemos el equivalente a 143 por ciento del capital original.

No se crea que el origen de esa enloquecida espiral financiera, es un nivel de tasa de interés internacional capaz de algo así como entre más pago, más debo, o pague lo que pague, siempre debo más.

Los hechos son distintos: si en América Latina nos hallamos en épocas ``normales'' (economías en crecimiento), por lo común no pagamos nada: me prestan 1 dólar y debo pagar a fin de año 1.10 (tasa de interés de 10 por ciento); pero en lugar de pagar 1.10, ahora pido prestado 1.50; con este dinero ``pago'' el 1.10, y me quedan 0.40 dólares para aplicarlos a la operación de la economía. Pero mi deuda es ahora de 1.50; por tanto, a fin de año debo pagar 1.50 más 0.15 de interés, 1.65. Ahora pido prestado, digamos, 2.10. Con este dinero ``pago'' 1.65 que debo, y me quedan 0.45 para operar la economía. Pero ahora mi deuda es de 2.10. En términos muy simplificados los 0.40 y los 0.45 con que ``me quedé'', no son sino mi déficit comercial con el exterior de dos años que, con ese endeudamiento, ``financié''. Ahora podría expresarme así: pedí hace 2 años 1 dólar; después de pagar durante dos años 2.75 (1.10 más 1.65), ahora debo 2.10 dólares: ¡así no se puede!

Si entramos en una crisis, la cosa va peor: me suspenden todo financiamiento. No recibiré más préstamos para pagar préstamos anteriores. Debo 2.10, y me exigen que los pague. ¿Qué tengo que hacer? Instrumentar un programa de ajuste: abatir mis compras al exterior (bienes de consumo, bienes de capital e insumos industriales), para generar un superávit en mi intercambio comercial con el exterior. Este sobrante comercial para eso sirve: para pagar deuda.

Pero puesto que debo abatir mis compras al exterior, esto significa que debo reducir drásticamente mi gasto nacional (público y privado). El gobierno y los empresarios no invierten (es decir, no importan bienes de capital: una gran parte de los bienes de capital han de ser importados, puesto que aquí no se producen); al no invertir, el ingreso nacional se reducirá (bajas, nulas o negativas tasas de crecimiento del PIB), debido a la deuda acumulada. La baja de la producción no sólo impedirá que el empleo crezca, sino que muchos trabajadores tendrán que ser despedidos. Con ello se reduce el gasto en el consumo, lo que derrumba la producción interna de estos bienes, y se traduce en nuevos despedidos, en una espiral de crisis y recesión de la economía.

Así irán las cosas hasta que los inversionistas externos identifiquen posibilidades de una nueva etapa de crecimiento en la economía endeudada, y vuelven así a fluir los préstamos (que asumen múltiples formas: contratación de deuda con gobiernos, con bancos privados internacionales, o aparece como ``colocación'' de valores en el mercado internacional emitidos por el gobierno o por las empresas privadas). La actividad comienza a reanudarse..., y hasta la próxima.

Deuda sobre deuda igual a sobrendeudamiento permanente: es la historia de América Latina desde la Conferencia de Bretton Woods (New Hampshire), celebrada entre el 1 y el 22 de julio de 1944, en la que representaciones de 44 países atestiguaron cómo Lord Keynes perdía la batalla frente a Mr. White, quien triunfó no por la fuerza de sus argumentos respecto a la nueva definición de política monetaria y comercial común que preservara al mundo libre del comunismo --mediante la reconstrucción de Europa y el desarrollo del conjunto de los aliados--, sino por la fuerza de la riqueza productiva y militar de Estados Unidos de ese momento.

Examinaremos en otra oportunidad cómo los inventos de ese malhadado momento se relacionan con lo que aparece como una mera torpeza en el manejo de política comercial y financiera casi de cualquier país en cualquier tiempo, en América Latina, desde la posguerra.