ULTIMA VUELTA AL RUEDO DE MANOLO MARTINEZ EN LA MEXICO
Jorge Sepúlveda Marín Fue la última vez que Manolo Martínez le dio la vuelta al ruedo. Iba también en hombros, como en los días grandes de gloria, de triunfo, y al igual que en esos momentos, la Plaza México creó el grito de ``To-re-ro... To-re-ro'', y claro que no podía faltar el aplauso, la ovación y la despedida: ``Manolo... Manolo y ya''.
Tarde soleada que de pronto se puso seria, como si adivinara que la ocasión así lo ameritaba. El cielo azul se tornó de luto, se vistió de gris, con presagio de lluvia, que no se hizo presente, como sí lo fueron las lágrimas de algunos de los cientos de espectadores que no resistieron la emoción y que de esa forma desahogaron el dolor que llevaban dentro.
La última entrada de Manolo por la puerta grande en
su plaza. Foto: Arturo Guerra
Una cuarta parte del coso de la Nochebuena fue ocupada por el respetable, que se enfundó en cientos de casos en un riguroso luto, pese al calor que aún amenazaba la tarde. Los vestidos y los trajes fueron norma en los visitantes, aunque desde luego la gran mayoría de la fanaticada se presentó con ropas sencillas, pero el corazón abierto.
El féretro del que allí se dijo torero mexicano más grande de todos los tiempos, fue llevado en vilo por toda la orilla del ruedo. Justo es señalar que una multitud se disputaba la oportunidad de llevar en hombros el ataúd, pero pocos fueron los agraciados.
El respetable a veces perdió la compostura. Como cuando con gritos quería mover a la gente que por estar cerca de los restos del torero tapaba la visión para quienes estaban en la zona de preferente. ``Fuera villamelones'', soltó alguien por allí sin compasión. ``Mucha gente, mucha gente'', suavizaron algunos otros. No fue sino hasta que la palabra del sacerdote que oficio la misa pidió que al menos se apartaran unos metros del lugar.
Los mariachis también tuvieron su parte. Al menos cinco grupos, esparcidos en el ruedo y en algunas de las salidas, entonaron melodías para el torero y fueron aplaudidas por el público, que paciente decía adiós con las pañoletas que momentos antes habían logrado extraer de una zona reservada para el cortejo fúnebre que siguió los restos del torero por las calles.
Los conocedores de la materia llegaban con sus cojines en la mano. No pudo faltar la venta de cacahuates, cigarros, paletas heladas y los refrescos. En esta ocasión no corrieron los ríos de cerveza. Mal se hubiera visto.
Había dolor en las tribunas, pero también ganas de celebrar la presencia del matador, a quien los especialistas le atribuyen ser el hacedor de una nueva forma de torear, acortando la distancia entre el burel y el torero, trabajando allí donde el riesgo es mayor.
Terminada la ceremonia, a la gente se le hacía un nudo en la garganta, y entre sollozos y gritos ahogados despidió los restos del torero. Por la noche, las cenizas del diestro fueron depositadas en un nicho en la que fue su segunda casa, la Plaza México.
Ayer fue, para Manolo Martínez, el paseíllo final.