Uno de los reclamos más recurrentes a la reforma electoral perfilada por las modificaciones constitucionales recientemente aprobadas, es que restringe la participación política electoral al mundo de los partidos. Y en efecto, el acuerdo privilegió la consolidación del sistema de partidos por sobre una, digamos, liberalización de la política. En 1997 no habrá grandes novedades en las boletas electorales. Más allá de cómo se valore esa apuesta, es un hecho que la reforma tiene ya efectos en los cálculos de todos los actores. Así, quienes cultivaban la esperanza de medirse con los partidos el próximo año desde una perspectiva ciudadana, empiezan a arrear banderas.
La contienda será entre los tres partidos grandes. Estos tendrán que probar que no padecen aislamiento y que la apuesta de consolidar el sistema de partidos es correcta. En todo caso, de lo que se tendrá que hacer cargo 1997 es de aminorar cualquier asomo de crisis de representación, si eso es posible; la reforma que se discute habrá pasado la prueba en ese punto en particular. Previendo este hecho, es probable que los partidos, en diversos grados, se abran a opciones externas que enriquezcan y amplíen sus ofertas políticas.
El dato duro de la reforma, el formato que diseñó para la contienda electoral, se junta a otro hecho que, me parece, puede alterar los cálculos: el PRD no sólo sobrevivió sin fisuras a su complicado proceso interno, sino que ha sabido conservar los términos de su unidad interna, sin que la elección de la nueva dirigencia implique hasta el momento ninguna clase de viraje espectacular en su línea política. Con ello las profecías que indicaban que los comicios internos del perredismo darían por resultado el abandono del espacio reservado para el centro izquierda, hasta el momento, han dado al traste. Así la reforma, con todo y sus candados, junto con la nueva dirigencia del PRD, se han conjugado para producir nuevas expectativas hacia 1997.
Otro elemento, por supuesto subjetivo y cambiante, que puede contribuir a desarrollar cierto ánimo unitario, es el factor tiempo. Los reflejos políticos de todos los actores parecen demasiado condicionados por el cortísimo plazo, ya sea simplemente por atender la tentación de convertir el próximo año en una nueva versión de la madre de todas las elecciones, ya porque los escenarios que ahí se produzcan destierren toda posibilidad de novedades o sorpresas en el 2000, resultará crecientemente complicado dejar de pronunciarse, mantener la ambigüedad. Mientras más se acerque la fecha electoral, más urgencia de definiciones claras habrá hacia todos los actores políticos, eso por supuesto incluye a quienes confiaban en la contienda ciudadana.
Por razones casi naturales, el PRD parece el espacio más propicio para tejer alianzas; con una institucionalización y hasta identidad más precaria que los otros partidos grandes, y una necesidad de acreditar competitividad también más contingente que los otros, dicho partido, si consigue ampliar su espectro de aliados, está ante la oportunidad de renovarse en un frente amplio y generoso. Por el momento además, dichos propósitos en la agenda interna parecen estar por encima del introvertido ejercicio de consolidar una institucionalidad: el formato elegido para renovar a sus dirigentes así lo confirma. De maner que si los pronósticos apuntaban hacia una descarnada lucha por un centro izquierda que abandonaría el PRD, hay hechos que desmienten esa percepción y más bien abren las perspectivas de que en la próxima contienda electoral emerja un ánimo unitario o frentista que valore la importancia de los votos en la política.
Por supuesto que la sola existencia de estos elementos no es suficiente para que todos quienes reclaman un sitio en la política y denuncian exclusiones, se puedan poner de acuerdo o encontrar un mínimo común denominador. Los protagonismos y desconfianzas de quienes habitan el vasto territorio que va del centro a la izquierda frecuentemente son topes infranqueables; las diferencias son muchas y de fondo, sin embargo la conjunción de circunstancias pueden llegar a forzar la necesidad de contar con un referente único.
Ya se verá si la apuesta de la reforma es correcta, y no se produce una crisis de representación en el sistema de partidos; habremos arribado después de 1997 a una sana consolidación de los partidos, no sólo en términos institucionales, sino sobre todo en términos de referencias sólidas y confiables al electorado. Si ello no ocurre, a pesar de todos los avances en términos procedimentales y de construcción de confianza que la reforma tiene, pronto habrá que revisar fórmulas para abrir o liberalizar la representación política. Las cartas están sobre la mesa.