Bernardo Bátiz V.
El ejemplo que falta

Los críticos de los críticos nos dicen que nada de lo que hace el gobierno nos gusta y que todo lo vemos cubierto de los nubarrones de la crisis e iluminado, tan sólo de vez en cuando, por relámpagos que a su vez presagian intensificación de la tormenta.

Lo cierto es que tienen razón los críticos de los críticos y no soy quién para contradecirlos; todo lo vemos tenebroso y relámpagos como el despido de los temidos judiciales federales, son el preludio --todo mundo lo teme-- de un refuerzo abierto a la delincuencia informal. (La formal está dentro del presupuesto y paga impuestos).

Pero no queriendo tan sólo criticar, sino aportar algo positivo, propongo a nuestros líderes políticos, oficiales, semioficiales y de oposición que empiecen a arreglar los problemas de este país, dando el ejemplo en una de las materias más delicadas y sensibles tanto para la sociedad en general, como para el gobierno, los partidos y aun en lo personal, para cada uno de los dirigentes políticos de este país: me refiero a la cuestión económica.

Les propongo que todo el dinero, que es mucho, que la sociedad mexicana gasta en ellos, se utilice mejor en renglones que seguramente producirán algo más positivo que declaraciones, discursos, ``mesas'', ``diálogos'' y ``concertaciones''.

Mi propuesta no es descabellada. Sé, aun cuando no tengo cifras exactas, que se gastan grandes sumas en salarios, dietas, viáticos, bonos, subsidios a partidos, aviadores (llamados ahora asesores), oficinas de lujo, viajes de estudio, de observación y de fogueo político, equipos sofisticados de seguridad y comisiones varias, por intervenir en negocios relacionados con la compra de computadoras, copiadoras láser y las toneladas de papel que consume a cada minuto nuestra amplia burocracia.

Quedan más lejos de mi exigua información otras causas de gastos, seguramente más cuantiosos, como helicópteros, aviones, barcos y yates de lujo, aeropuertos, carreteras sólo útiles para los ranchos y fincas de gobernantes y políticos, cercas kilométricas, mallas electrificadas y otros muchos con los que aburriría a mis lectores.

Todo ese dinero, que es seguramente demasiado y que se desperdicia desde el punto de vista de su utilidad social, podría emplearse en mejorar áreas básicas y prioritarias, como en el campo, la educación y la salud, todas descuidadas, y en algunos puntos francamente abandonadas.

Es mejor pagar menos a los políticos de alto nivel y mejorar los sueldos de maestros, médicos y enfermeras, es más útil para la nación gastar menos en oficinas suntuosas y en vehículos de lujo y gastar más en medicinas y material de curación que tanto escasean; podría ahorrarse algo en propaganda oficial a favor de los discutibles aciertos y triunfos de los planes y obras gubernamentales, y destinar un poco más a campañas en contra de los vicios y corruptelas que convierten a muchos niños y jóvenes en víctimas primero, eventualmente en delincuentes, y al final en marginados y resentidos permanentes.

Pero deben recordar los gobernantes y dirigentes que los pueblos son como los niños, que según algún experto en pedagogía ha dicho, más que obedecer, imitan. Si ellos, los de arriba, dan muestras de austeridad republicana, si moderan su ambición, si aceptan rescatar el viejo principio de la igualdad que movió a la Revolución francesa, las cosas ciertamente cambiarán.