Cuando cursaba la materia de patología --hace 20 años--, escuché de un profesor estadunidense un comentario cuya importancia sólo he comprendido recientemente. El patólogo era profesor visitante en el Hospital General de la Secretaría de Salud. Este centro, alma mater de muchos médicos mexicanos, se ha caracterizado, entre otras cosas, por albergar a enfermos, tanto de la ciudad como del resto de la República, que comparten los sinsabores de la falta de protección social y de la pobreza. Aunado a lo anterior, y como añadido lógico, muchos de estos pacientes acuden al hospital con problemas de salud inmensamente complejos y, con frecuencia, cuando el daño producido por la enfermedad es tan avanzado que poco o nada es lo que se puede ofrecer. Uso, con toda intención, la palabra albergar en vez de atender: en los pabellones de la mayoría de los hospitales de la Ssa se tiene --con demasiada frecuencia--, la triste oportunidad de estudiar el curso natural de las enfermedades, y por ende, de consolar más que de curar.
El galeno del vecino país mostraba su sorpresa ante lo que él consideraba ``los tumores más grandes que había visto'', ``enfermedades para ellos olvidadas'', ``complicaciones sólo posibles cuando se observa el curso natural de la enfermedad'', etcétera. En síntesis, el profesor estadunidense completó su cátedra como invitado y se llevó un cúmulo de conocimientos inesperados que para él y sus colegas parecían enterrados en los viejos y empolvados libros de patología. Duele decirlo, pero la miseria, expresada en los destrozos producidos por la enfermedad, también enseña. Así, las cicatrices del olvido y la vasta capacidad de dañar de diversos males, son comunes en nuestra población.
Veinte años después, en otro nosocomio de la Ssa, sigo, al igual que el médico del país vecino, teniendo la deplorable oportunidad de observar el curso natural de algunas patologías. Pacientes que llegan al hospital después de meses, e incluso años, con problemas de salud suficientemente graves como para no dejar de inquir ni de sorprenderme: ``¿cómo es que no ha fallecido el enfermo?'',``¿es compatible con la vida determinado tipo de daño, ya sea por su cronicidad o por la agresividad del padecimiento?''. En síntesis, en no pocas ocasiones es increíble lo que los médicos atisbamos: enfermos que buscan ayuda después de sufrimientos y pérdidas inenarrables.
También, al igual que al galeno visitante, me toca por fortuna aprender y enseñar. Cuando azorado comento ``no se cómo aguantan los pacientes'', explican los estudiantes que tal resistencia se debe al cromosoma azteca. La ironía encerrada en tal comentario no es poca: denota la impotencia y el enojo de muchos médicos mexicanos, jóvenes y viejos, cuando se confrontan enfermedades encerradas bajo el sino del PRI. Cualquier discurso acerca de la recuperación económica o del uso del erario nacional, pronunciado ante tales enfermedades, se haría trizas antes de leerse. Igual suerte correría la clase política dominante si enfermase y careciese de atención médica: no podría sobrevivir. Tales desasosiegos deberían encontrar respuesta en la Secretaría de Hacienda, Sedesol u otra: ¿cómo es posible tanto olvido?
En el contexto médico, curso natural implica el daño que la enfermedad produce en el individuo cuando ésta no es modificada por ninguna intervención, ya sea médica, quirúrgica o paramédica. En la actualidad, curso natural debería ser término inexistente en el léxico de cualquier nación que pretende abrirse paso hacia el Primer Mundo. Si no lo es, como sucede con demasiada frecuencia en nuestro país, el término adquiere connotaciones sociales: la falta de planificación de los gobiernos previos ha ``permitido'' que los médicos mexicanos sigamos observando historias inverosímiles.
El vínculo entre mi época de estudiante y la actual es el dolor englobado en el ``cromosoma azteca''. Sarcasmo e ironía son antídotos contra la impotencia. ¿Qué otro remedio queda cuando la receta del galeno no se seguirá por que no hay dinero para comprar los medicamentos? He escrito en estas páginas, en más de una ocasión, que el binomio salud-enfermedad es probablemente el mejor tamiz para calificar la actuación de un partido-gobierno. Quienes padecen el curso natural de la enfermedad, a pesar de la resistencia del cromosoma azteca, seguramente reprueban al PRI. La cuestión es definir cuánto más ``aguantarán'' estos cromosomas.