La transición democrática, dicen algunos avezados políticos (PML), comenzará a partir de la puesta en marcha de la reforma electoral en trámite. Otros, sin embargo, eufóricos pero en el fondo más conservadores, difunden que aquel proceso concluyó al darse las mayores y definitivas concesiones tanto a los opositores como a la presión exterior. Lo cierto es que la reforma en marcha, al convertirse en leyes y pasar a ser modus operandi, pondrá a prueba las fidelidades de los votantes y, de manera general, las del resto de los ciudadanos según se apeguen a uno u otro de los bandos en disputa.
Hay, no obstante, algunos desbalagados que piensan y sienten de manera distinta. Nada de final ni tampoco inicio de las transformaciones por las que tanto se ha venido luchando, sino un interregno de pruebas y errores en la larga marcha del desarrollo que desean para sí los mexicanos. Lo que deberá prevalecer es el espíritu de aventura por sobre los afanes de conservar lo ganado en otros tiempos (PRI), o de avanzar paso a paso conformándose con lo obtenido en cada etapa (PAN), sea ello poco o mucho.
Lo que espera más allá de la siguiente sesión ordinaria del Congreso (sept., oct.) dará testimonio inequívoco de un México dispar, con una base consensual difusa, reducida y con ciertos segmentos en franco conflicto (EZLN, EPR). Grandes cachos del autoritarismo piramidal que hacen del presidencialismo discrecional su basamento demoledor saldrán intactos del pleito, amparados por su pegamento de complicidades impunes. Mucho será lo demandado a una ciudadanía responsable y vigilante que, sin embargo, no podrá ser amarrado y seguirá flotando disperso hasta que confluyan las distancias entre facciones y cesen sus titubeos. La constante parece repetir, una vez más, la incapacidad de las élites para visualizar la ruta y encontrar los mecanismos que lleven al país a mejores etapas de crecimiento y bienestar. Un algo inconcluso, amargo y tensionado al acecho.
El concepto mismo de transición hace referencia a un proceso temporal y de vicisitudes en el cual algo permanece, pero otro mucho se va desbaratando en el camino. Lo cierto, al menos en el caso mexicano, son fenómenos que se dan de manera simultánea. Uno, donde lo perdido ha sido entregado en el forcejeo entre el crecimiento real y el cambio deseado que no encuentra sus caminos eficaces. Lo demás que continúa, ha prevalecido por la fuerza de la costumbre, las tonterías y el peso de los intereses cotidianos. Pero lo sustantivo flota todavía sin haber podido concretarse por falta de imaginación, voluntad e inteligencia de los actores principales del juego.
Mientras los costos de someterse la inercia de lo conocido, con sus tranquilidades y rendimientos habituales, no se transformen en asperezas, delitos o pleitos; y las aspiraciones prometidas no hagan tangibles y usables sus aristas previstas, el espíritu dubitativo y la intranquilidad serán la constante. Los beneficios deben materializarse, al menos en parte, para hacer frente a los sobrecostos de las inercias que dibujan la línea de los rendimientos decrecientes. La ley del menor esfuerzo individual y colectivo para cambiar que rige a la naturaleza, reforzada por la necedad de aquellos aferrados al poder, será un grueso fardo de fatalidad que pesará sobre la actual generación de mexicanos, ya sea para aquellos que vienen manoseando las necesidades como para los que empujan los cambios.
En la discusión camaral irá quedando plasmado en leyes lo que en verdad se tenga de intenciones renovadoras; de igual forma, en la práctica de las urnas (Guerrero, Edomex) quedará impresa la decisión de respetar el espíritu de honesta equidad que las anima. Las dudas y sospechas al respecto son enormes. La falta de conciencia de los círculos decisorios ha sido tan reiterativa como las crisis financieras, de credibilidad y de confianza que se han padecido desde hace más de 30 penosos años. Nadie duda que los intereses atrincherados de los grupos que detentan el poder actual difícilmente modificarán sus hábitos y reflejos probados a costa del mismo retroceso del país que se ha tenido. El gobierno y sus apoyos priístas, confían en llegar al informe con sus logros macroeconómicos y los consensos partidistas formando un centro de atracción y confianza imbatible. El crecimiento logrado en la producción (7.2 por ciento), los prepagos en miles de millones de dólares (6), el flujo de capital externo, los superávit comercial y fiscal del semestre y la contención inflacionaria, mitigarán el desplome del bienestar. De manera similar a como los acuerdos electorales partidistas permitirán, se cree, sobrepasar los factibles traspiés que se tendrán en las próximas elecciones.
Lo que resta por hacer, es dejar a la franja de fidelidades priístas que ponga su resto. Si no pueden, una manita del gato conocido puede hacer la diferencia y todo seguirá como antes.