Hoy no puede ya negarse la abierta militancia de la jerarquía eclesiástica católica en los asuntos políticos de la nación. La paradoja es que el editorial de Criterio, el periódico de la Arquidiócesis de México, en que se acusa de manera apenas velada al ex presidente Salinas de Gortari del asesinato de Luis Donaldo Colosio, en realidad la emprende en contra del hombre que hizo posible esa militancia y esa apertura eclesiástica en materia política.
Pero evidentemente el tema no se detiene allí: estas son apenas las primeras escaramuzas, que han ido en crescendo, de la participación política de la Iglesia. No debe sorprendernos que en el futuro --precisamente en el momento de las elecciones-- tome la Iglesia posiciones de manera cada vez más abierta. Para nadie es un secreto que antes se hizo de manera ``discreta'' y hasta solapada; todo indica que ahora se hará de manera palmaria y franca, hasta claridosa.
Las elecciones en México --y en general la vida política del país-- tienen un nuevo protagonista explícito y directo. Esto cambia muchas referencias de la política mexicana, la distorsiona y le proporciona un ingrediente que no tenía antes --no al menos con esa franqueza y esa desenvoltura.
¿Cuáles serán las consecuencias? Por supuesto que parte de la Iglesia ha tomado el partido de los pobres y denuncia los problemas sociales, pero esa parte, tal corriente favorecedora digamos del progreso y del cambio, es minoritaria y marginal. Sin duda la abrumadora mayoría de la jerarquía eclesiástica es conservadora y partidaria históricamente, casi siempre de manera recalcitrante, del statu quo, es decir de un orden social que favorece a los poderes establecidos, a los ricos, a los centros establecidos del poder. Su participación política, en general, no será favorable al cambio y a una profundización de las políticas en beneficio del pueblo mexicano. Al contrario, previsiblemente favorecerá el enfoque ``personal'' y no social del desarrollo, lo confiese o no será partidaria de los enfoques ``privatizadores'' y ``antiestatistas'' del desarrollo, del mercado y la propiedad como ``derechos naturales'' incontestables.
Y tales enfoques, entre nosotros, en nuestra historia, tienen un signo: el conservador, y tienen también hoy el nombre de un partido político, más allá de que en ese partido militen personas respetables. Nos referimos a la visión de la historia de México que ha sido el elemento constante de la alta jerarquía de la Iglesia, a su visión de los problemas y de la gente de México.
Hoy se recogen ya plenamente los frutos de la decisión lamentable tomada en el sexenio pasado y las corrientes liberales, y México entero se encuentra ante un desencadenado Golem inesperado. No hablo de la preocupación de los partidos por motivos electorales, sino de una preocupación mucho más seria y profunda, que corta horizontalmente a partidos políticos y a organismos sociales. Hablo de que la historia parece haber echado marcha atrás y que en este aspecto regresan las manecillas del reloj a tiempos que parecían rebasados. La gran tradición laica y secular de México se siente herida, y será puesta en entredicho por la fuerte voz de sus enemigos centenarios. No es una cuestión de creencias religiosas sino de actitudes políticas, sociales, históricas.
Se me dirá que en eso consisten precisamente las libertades. No lo niego, simplemente recuerdo que invariablemente en el pasado de nuestra historia las corrientes de la alta jerarquía eclesiástica se sumaron a las negaciones de la nación, lo mismo cuando sufrimos intervenciones extranjeras que cuando nos martirizaron dictaduras, y que se pronunciaron, también casi sin falta, en contra de las grandes transformaciones nacionales, lo mismo se llamen Independencia, Reforma o Revolución (por supuesto, salvo las excepciones que todos conocemos).
Este nuevo cauce, esta mentalidad política, que no vacilo en calificar de antisecular y antilaica, es decir ``antimoderna'' en el sentido más profundo de la palabra, que todos los días se expresa con mayor fuerza, es tema ya de la mayor preocupación del momento político en México, y merece una profunda reflexión de unos y otros. Suscitarla es el propósito y sentido de estas líneas.